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En el marco del proyecto especial conjunto con el Prime Bróker EXANTE, Insider.pro continúa la serie de artículos de divulgación científica «Matemáticas del infinito y la realidad de las finanzas», del candidato a doctor en física y matemáticas Victor Argonov, sobre teoría de la probabilidad y métodos inesperados de aplicarla en asuntos financieros. Esta vez vamos a hablar sobre el valor del dinero.

En la sección anterior hablamos sobre la paradoja de la lotería de San Petersburgo, según la cual a veces las personas inteligentes y racionales renuncian a los juegos de azar que sin lugar a dudas son matemáticamente beneficiosos. Es decir, juegos en los cuales la ganancia media es mucho mayor que la pérdida media. Por ejemplo, un juego en el cual hay una probabilidad de 1/100 de ganar mil millones, pero con otros resultados se perdería toda su modesta propiedad (la cual es, por ejemplo, 10 mil veces más barata). Hay un cierto porcentaje de aventureros que están de acuerdo con este tipo de juegos, pero son una minoría, y surge la duda de que sean la parte más inteligente de la población.

La explicación fundamental de este fenómeno es que la maximización del dinero no es realmente la estrategia más racional del comportamiento humano. La gente se niega a participar en ese tipo de juegos de riesgo no porque sean estúpidos, sino porque el valor del dinero no es de carácter único. Y este es un tema del que hay que hablar con más detalles.

¿Para qué necesita la gente dinero? ¿Acaso todas las cosas del mundo pueden comprarse con dinero? ¿Se puede comprar la felicidad? ¿Es la felicidad proporcional al dinero? ¿Con qué propósito vive la gente? ¿Cómo construir una teoría realista que prediga el premio que debe ofrecerse a una persona para que esta acepte participar en un juego de riesgo?

Análisis crítico sobre el valor del dinero: del moralismo a la ciencia

Desde tiempos antiguos, ha existido un debate social alrededor de la cuestión sobre el valor del dinero, pero a menudo este ha estado divorciado de la ciencia. Durante miles de años el dinero ha estado expuesto a las críticas, que lo han acusado de ser dañino y el origen de todo mal. El dinero ha sido visto como símbolo de egoísmo y la búsqueda del éxito propio sin dar importancia a los que están alrededor. Se han escrito toneladas de cuentos educativos para niños diciendo que la felicidad no está en el dinero, y que hay que buscar la humildad. La codicia y la inclinación a acumular capital, incluso en los círculos dirigentes, se consideraron durante mucho tiempo como un comportamiento inmoral. Se creía que el arte de gastar dinero era superior al arte de ganarlo.

A menudo dicha retórica llevaba un carácter puramente moral, y hasta era utilizada por las clases dominantes para apaciguar a las clases oprimidas.

Solo a finales de siglo XVIII la sociedad (gracias a las obras de Adam Smith y otros economistas de la época) comenzó a aceptar que la prudencia e incluso el egoísmo manifiesto como parte del carácter económico no eran necesariamente dañinos para la sociedad. A menudo, al contrario, la ayudaban a desarrollarse.

Aproximadamente por aquellos años, Jeremy Benthan retomó las tradiciones filosóficas Aristipo y Epicuro, mucho antes de que Freud enunciara que el único motivo del comportamiento humano era la búsqueda del placer propio (felicidad, «utilidades»). Según Benthan, no es posible la existencia de ningún tipo de comportamiento altruista si la persona no obtiene de esto por lo menos un placer psicológico (es decir, si no queda satisfecho con esto). Él llamó a su teoría utilitarismo (de vocablo inglés utility).

Las obras de Smith, Benthan y otros pensadores de aquella época tuvieron un gran efecto sobre la opinión social y permitieron romper con las ideas arcaicas de que la riqueza es mala, y que el comportamiento moral debía ser el fin en sí mismo, sin nada a cambio.

Filósofos y científicos de todo el mundo comenzaron a inclinarse cada vez más por un modelo de persona cuyos instintos están motivados por fines personales que no necesariamente son antagónicos a los fines de los demás. Que las personas pueden no solo reñir y robar uno al otro, sino también cooperar con el objetivo de producir bienes adicionales.

En la segunda mitad del siglo XIX, Carl Menger, Wiliam Jevons y una serie de otros economistas decidieron analizar de manera científica la pregunta «¿es el dinero la clave de la felicidad?», y estimar el verdadero valor del dinero. Basándose en los datos económicos sobre la venta de mercancías construyeron la teoría del comportamiento del consumidor. Y a pesar de que estos estudiosos no sufrían ninguna fobia con respecto a las relaciones monetario-mercantiles, su conclusión no resultó muy agradable para los románticos del capitalismo salvaje.

Resultó que ni el dinero, ni ninguna otra mercancía en particular tenían valor en sí mismo para las personas. A pesar de que pueden servir de medio para obtener placer, y justo por eso son valiosos. Veamos algunos ejemplos.

El valor positivo y negativo de la mercancía, el trabajo y el dinero

AP Photo/The Tyler Morning Telegraph, Sarah A. Miller

Cuando una persona hambrienta entra a una cafetería, el primer bocadillo que se come le hace feliz. El segundo le parece más normal, y el tercero ya no le entra. Según la terminología de Benthan y Menger, el primer bocadillo posee la mayor utilidad (los autores no ocultaron que utilizan este término como un plausible eufemismo de la «chocante» palabra placer), el segundo posee una utilidad menor, y el tercero posee una utilidad negativa.

Una «utilidad negativa» significa que la persona no está preparada para comerse ese bocadillo, ni siquiera gratis: le provoca incomodidad. Esto fue llamado la ley de la utilidad marginal decreciente. Según esta ley, no todas las unidades de una misma mercancía tienen «igual utilidad».Una persona no necesita cien bocadillos, solo necesita 2-3 para llenarse, el resto es extra.

La situación con el dinero resultó un poco diferente: este casi nunca ha demostrado una utilidad negativa. Pero también su utilidad resultó ser una magnitud variable.

Si se da un millón a un hombre pobre, entonces, esto definitivamente mejorará su vida. Podrá comprar una casa, coche, contratar seguridad, mejorar radicalmente las condiciones de vida de su familia, etc.

El segundo millón ya no provocará tantos cambios en su vida. No elevará a la persona a otra clase social. El antiguo hombre pobre podrá comprar una segunda casa, un segundo coche, pero esto no le será tan necesario. Además, puede repartir este millón entre sus parientes y amigos pobres. A menudo justo así sucede: una persona pobre que ha conseguido gran cantidad de dinero, rápidamente cubre sus necesidades y después se crea una «familia», «clan». Pero incluso teniendo en cuenta esta posibilidad, la diferencia entre el primer y el segundo millón es inmensa.

Analizando el verdadero comportamiento de las personas con el dinero ganado, el trabajo y el riesgo están dispuestos en asumir, queda claro que con el aumento de los ingresos el valor de cada dólar decrece. Si esto no fuera así, entonces, cada persona estaría dispuesta a hacer cualquier tipo de trabajo, sin importar lo duro o peligroso que sea, por dinero. Trabajaría todo el día, se «partiría la espalda» en la carrera profesional. Ni los gastos laborales, ni el tiempo, ni los conflictos sociales le importarían, si valora solo el aumento de los ingresos.

Pero así actúa la minoría, y estas no son ni por asomo las personas más inteligentes y prudentes. La mayoría de la gente encuentra para sí cierto balance moderado entre el trabajo, el sueldo y el tiempo libre, y con eso se tranquiliza. No quieren trabajar de más o quedarse sin tiempo libre por mil dólares extra.

La razón de tal comportamiento no reside en nuestra mente o en la holgazanería irracional. Al contrario, tal comportamiento es fundamentalmente racional. No buscamos el dinero, sino el bienestar psicológico – sin importar cómo lo llamemos – placer, felicidad o de alguna otra forma. Y el dinero es solo un medio para conseguir la felicidad. Lo buscamos en la medida en que nos ayuda a alcanzar este objetivo. La dependencia típica (aunque no la única posible) de la felicidad de una persona con respecto al trabajo se muestra en el siguiente gráfico.

Si una persona no tiene ningún medio de subsistencia (no incluimos aquí los factores de subsidios, parasitismo o mendicidad), su felicidad es frecuentemente negativa. Experimenta hambre, depresión, e incluso puede morir. Con la aparición de por los menos un humilde trabajo su bienestar psicológico aumenta repentinamente.

No es solo el salario, sino el hecho de que tiene un trabajo, lo que a menudo hace a la persona más felíz, mostrando que ahora es un miembro útil de la sociedad. Un trabajo mejor remunerado hace a la persona aún más feliz, gracias al dinero y gracias al mayor estatus social.

Pero, a partir de cierto nivel de trabajo, sin importar lo prestigioso o interesante que este sea, comienza a pesar y se convierte en una carga. La persona ya trabaja solo por el dinero. Y con un mayor aumento de la cantidad de trabajo llega un momento en que el trabajo arruina tanto la vida de la persona (no necesariamente porque se haga mas pesado, sino también porque robe mucho tiempo) que el salario ya no puede compensar los sinsabores, y la persona abandona ese trabajo por uno más tranquilo y modesto.

Una persona racional elige un trabajo que lo haga más feliz. Por regla general, este es un trabajo que en sí mismo es un poco agradable, y cuyo pago garantiza las necesidades básicas. Conforme cada dólar adicional nos da más amargura que placer, empezamos a reducir el esfuerzo.

¿Qué se puede comprar con dinero y puede comprarse la felicidad?

Teniendo en cuenta lo dicho podemos intentar responder a varias antiguas cuestiones.

¿El dinero lo compra todo?

El dinero compra muchísimas cosas, especialmente en el mundo moderno. Pero no todo. Es fácil mencionar cosas que no se pueden comprar con dinero. No se puede comprar un acelerador de partículas en Saturno – allí aún no han aprendido a fabricarlo. No se puede comprar una pastilla de la inmortalidad – aún no la han inventado. Y ninguna riqueza del mundo puede obligar a una persona de escasa inteligencia y educación a escribir en un mes una obra maestra de la literatura.

¿Se puede comprar todo con dinero?

El dinero no es una varita mágica. El dinero es solo un medio para motivar a los demás.

¿Se puede comprar la felicidad con dinero?

Ahora intentemos responder también a esta pregunta. Con dinero se pueden comprar esos aspectos de una vida feliz que pueden ser provistos con el trabajo de una persona. Con dinero se pueden comprar propiedades, pagar seguridad, obtener acceso a extraños objetos de arte. Con dinero se pueden comprar espectáculos de todo tipo, desde la mercancía más antigua – sexo – hasta los juegos de ordenador de alta tecnología más modernos (y en el futuro – la realidad virtual con conexión directa al cerebro).

El dinero a veces puede incluso conquistar el amor de otra persona (si para esta es muy importante la posición material de su pareja). Con dinero se pueden comprar medicamentos que afectan directamente nuestro estado subjetivo: antidepresivos, anestésicos, tranquilizantes. Con dinero se pueden comprar los servicios de un psicólogo, el cual tratará de elevar tu nivel de comodidad en la vida.

Pero ¿hasta qué nivel puede esto hacer feliz a una persona? Eso depende de las particularidades personales. Si cada persona con 100 millones de dólares fuera 10 veces más feliz con tener mil millones, entonces, todas las personas estarían de acuerdo con cualquier tipo de apuesta donde la ganancia media sea mayor que la pérdida media.

Pero eso no es así. Los multimillonarios a menudo son más felices que los millonarios, y los millonarios son más felices que las personas comunes con ingresos de miles de dólares. Pero su felicidad difícilmente se diferencie en miles de veces. Las necesidades de dinero de las personas son completamente individuales, y casi cada persona tiene un límite, por encima del cual el dinero adicional ya no trae una palpable mejoría del bienestar psicológico.

Hay personas, cuya felicidad es internet, los juegos de ordenador, una habitación 2x2 y la comida más modesta. El dinero puede sin duda hacerlos felices, pero de este dinero se necesita solo un poco.

Hay personas que consideran que la vida está incompleta sin una casa grande, un coche de lujo, un yate y un alto estatus social. Estas personas también pueden ser felices gracias al dinero, pero mucho.

Hay personas para las que la felicidad no es posible sin la completa realización de su creatividad, sin la persona amada, sin amigos verdaderos y compresivos. En esas cuestiones el dinero no garantiza nada, pero gracias al desarrollo de la tecnología aquí también hay avances positivos.

En el mundo moderno los medios de comunicación y de creatividad se han hecho radicalmente accesibles. Gracias a internet una persona moderna puede buscar a su pareja en cualquier parte del mundo, y la producción de un gran círculo de productos de arte (por ejemplo, música, cine) se ha hecho mucho más barata y asequible al público.

La distribución de estas tecnologías ha tenido lugar en gran parte gracias a la búsqueda del dinero de parte de la gente. Detrás de cada medio de comunicación, detrás de cada medio de desarrollo de productos informativos, hay algún emprendedor. A veces hechos por razones puramente egoístas, pero a fin de cuentas han mejorado la vida de miles de millones de personas.

Se puede decir que el fin último del trabajo de la economía es justamente elevar el nivel de felicidad de las personas. Cada mercancía se hace con la idea de que mejorará la vida de alguien.

Pero la tendencia general es como mínimo aumentar la variedad de mercancías y servicios que se pueden comprar (incluyendo – los baratos). Y cada persona en particular tiene la oportunidad de encontrar en esa variedad lo que aumentará considerablemente su felicidad.

En conclusión, se recomienda a los lectores más atentos reflexionar sobre por qué necesitan dinero y cuánto necesitan para alcanzar la felicidad. A menudo el simple hecho de hacerse esta pregunta es suficiente para entender cómo mejorar la felicidad.

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