Merkel está construyendo un cuarto Reich
Markus Schreiber/AP Photo
Página principal Análisis

The Wall Street Journal: la crisis en Grecia muestra cómo la creciente influencia de Alemania está polarizando Europa.

La semana pasada, bajo la bóveda de cristal del Reichstag en el parlamento de Alemania, el líder izquierdista de la oposición Gregor Gysi acusó a la canciller Angela Merkel de condenar a Grecia a una impresionante tasa de desempleo, a recortes salariales devastadores y a «comedores sociales sin fin».

El poder de la Sra. Merkel tras una década en el puesto parece que ha llegado a ser intocable, tanto en Alemania como en el resto de Europa. Pero con el triunfo del «no» en el referéndum griego del domingo en lo referente al rescate económico, que supone el mayor reto en décadas de integración europea, están quedando claros los riesgos para el proyecto europeo que son consecuencia del surgimiento de Alemania como país más poderoso del continente.

El viernes, el líder español Pablo Iglesias, contrario a la austeridad, exhortó a sus compatriotas: «No queremos ser una colonia de Alemania». El domingo, después de que los resultados de Grecia estuvieran claros, el populista italiano Beppe Grillo dijo, «Ahora Merkel y los banqueros tendrán algo en lo que reflexionar». El lunes, la Sra. Merkel fue a París para hablar de la crisis en medio de evidencias de que el gobierno francés se oponía a la firme postura de Berlín con respecto a Grecia.

«Lo que está ocurriendo ahora es un desafío para Alemania sobre todo, mucho más que para cualquier otro país», dijo Marcel Fratzscher, director del Instituto Alemán de Estudios Económicos, un importante comité de expertos berlinés. «Después de todo, Alemania ha ayudado a determinar la mayoría de las decisiones europeas de los últimos cinco años».

En los momentos privados, los altos cargos alemanes se sorprenden ante el hecho de que su país, a pesar de no tener grandes fuerzas armadas y de sus introvertidos ciudadanos, ahora tiene más impacto en la mayoría de los debates de política europea que el Reino Unido y Francia, y parece que cuenta con una mayor influencia global que en cualquier otro momento desde la II Guerra Mundial.

Por lo general, las élites del comité de expertos berlinés, los diplomáticos y los políticos normales ven el incremento del poder alemán como algo bueno. Estos describen la estabilidad, la paciencia y la disciplina basada en las leyes del actual gobierno alemán como lo que necesita Europa en estos tiempos turbulentos. Dicen que Alemania – con su economía dependiente de la exportación y su identidad nacional manchada por la historia – es la que más tiene que perder si se disuelve la integración europea y está centrada en mantener la fuerza de la unión.

La Sra. Merkel ha conservado su gran popularidad durante la crisis griega, manteniéndose estable en un 67% según una encuesta de finales de junio. Ahora tiene que sopesar si ofrecerle a Grecia incentivos para mantener el país en el euro y conservar la irreversibilidad de ser miembro de la moneda única, ante el riesgo de una respuesta política negativa en casa y la ira de los halcones fiscales alemanes. Solo el 10% de los alemanes apoyaron la semana pasada en otro sondeo hacer más concesiones a Grecia.

Por lo general, los altos cargos de Estados Unidos ven crucial el liderazgo alemán en el aspecto geopolítico, elogiando la presión que hizo la Sra. Merkel el año pasado para conseguir que los 28 países de la Unión Europea adoptaran la sanción contra Rusia por Ucrania. Pero, en Europa, el poder de Alemania está también presionando por la unidad en la UE, una alianza forjada como una asociación de iguales que ahora está luchando por adaptarse a la creciente dominación de uno de sus miembros.

Con cada crisis en la que Merkel interviene como persona ideal para resolver problemas, el mensaje para muchos otros europeos es que con respecto a toda la palabrería sobre el «proyecto europeo» único, son los alemanes y los burócratas de Bruselas quienes dirigen el cotarro.

Es probable que aumente la resistencia activa contra el poder griego en Europa si la crisis de la eurozona empeora o si las políticas de Berlín se reafirman.

Los griegos se oponen a las condiciones de los acreedores. Al fondo el cartel con el ministro de Finanzas alemán, Wolfgang Schäuble, antes del referéndum del domingo

La semana pasada en Grecia fue el rostro severo del Ministro de Finanzas alemán de 72 años Wolfgang Schäuble el que aparecía en algunos de los carteles que exhortaban a los votantes a rechazar la oferta de rescate económico de Europa. «Os ha estado chupando la sangre durante cinco años, ahora decidle que NO», rezaba el cartel.

«Quieren humillar a Grecia para enviar una advertencia a España, Portugal e Italia», ha dicho recientemente en Madrid, refiriéndose a Berlín y Bruselas, Hilario Montero, un jubilado en una manifestación de apoyo a Grecia. «El mensaje es que no se te permite cruzar la línea que ellos establecen».

Doble separación

Parecido al papel global de Estados Unidos, el poder alemán polariza Europa. Merkel es popular en la corriente principal europea, aunque los políticos populistas dicen que está creando un «Cuarto Reich» dominado por el capitalismo alemán.

En España, por ejemplo, una encuesta de junio descubrió que la Sra. Merkel es la política extranjera menos apreciada después del presidente ruso Vladimir Putin, con un 54% de desaprobación. Pero también consiguió una de las calificaciones de aprobación más altas, el 39%, superando a los líderes italianos, la Comisión Europea y las Naciones Unidas.

La dinámica es similar en Francia. Mientras que más de la mitad de los franceses desaprobó la gestión de la crisis griega de la Sra. Merkel en una encuesta de la semana pasada, dos tercios de los seguidores del principal partido de centro-derecha la aprobaron.

Después de que Grecia pidiera un rescate económico en 2010, los dirigentes del Banco Central Europeo y el FMI fueron a Berlín a pedir a los legisladores alemanes que aprobaran uno. Un año después, Merkel impulsó la creación de reglas que establecieran un mayor rigor fiscal en la eurozona.

El pasado septiembre, el entonces Primer Ministro griego Antonis Samarás fue a Berlín a pedir ayuda a la Sra. Merkel. Las impopulares medidas económicas que se le exigieron a Grecia según los términos del rescate económico que se iba a aprobar – que incluían cambios de las pensiones y la tasación así como las reglas que afectaban al empleo, los bancos y las retribuciones públicas – estaban alimentando el avance de un movimiento de izquierdas radical, Syriza, dijo Samarás.

Merkel se mantuvo firme y se desdijo respecto al ofrecimiento de condonar la deuda. Los altos mandos alemanes aconsejaron a los griegos que adoptaran duras reformas desde ese mismo momento.

En febrero, solo unas horas después de que Atenas enviara a los ministros de Economía de la eurozona una carta donde pedían que se ampliara su programa de ayuda – y antes de que los ministros tuvieran la oportunidad de consultarse entre sí sobre el asunto – el Ministerio de Economía alemán envió a los reporteros una breve declaración por correo electrónico. «La carta de Atenas no es una propuesta real», decía, acabando enseguida con la discusión de dicha carta.

A principios de la semana pasada, mientras que algunos altos mandos europeos, incluido el presidente francés François Hollande, mantenían las esperanzas de llegar a un acuerdo antes del referéndum del domingo, Merkel señaló rápidamente que no habría negociaciones antes de las votaciones. Fue su opinión la que se impuso.

Durante décadas, fue el tándem más o menos equitativo Francia-Alemania el que llevó la voz cantante de la política europea. Dado que a menudo sus puntos de vista discordaban, cuando alcanzaban un compromiso, este era normalmente aceptado por el resto de Europa.

Después, una sucesión de acontecimientos (incluyendo la amplia oposición a la guerra de Irak, las reformas económicas favorables al mercado de 2003 del excanciller alemán Gerhard Schröder y el verano en el que se rompieron los tabúes y Alemania se llenó de banderas ondeando al viento con motivo de la Copa Mundial de Fútbol de 2006) empezaron a instaurar un sentimiento de identidad nacional más fuerte en un país que todavía vivía en la sombra de su pasado nazi. Los problemas económicos en Francia debilitaron al país en la escena europea, mientras que la política británica fue haciéndose cada vez más introspectiva.

En noviembre de 2011, los Demócratas Cristianos de Merkel se reunieron en los terrenos de la centenaria Feria de Leipzig, al este de Alemania, con motivo de una convención anual del partido y subrayaron la nueva influencia de Alemania. Hacía poco más de un año que Grecia había pedido su primer rescate. Algunos europeos, incluyendo a los franceses, se negaron en un principio a presionar porque se adoptaran fuertes medidas de austeridad a cambio de la ayuda. Pero Merkel, una antigua física que creció bajo el régimen comunista y que ahora supervisaba la mayor economía de Europa, había ganado la discusión.

El índice de aprobación de Merkel en su país de origen se disparó, pasando de ser de un 40% en 2010 al 70% en 2013, rango en el que se ha mantenido desde entonces. Un antiguo dicho de los políticos alemanes ayudó a mantener a los votantes alemanes detrás de Angela Merkel, a pesar de que esta se distanciaba del resto de europeos: los países que buscan ayuda también tienen que hacer sus Hausaufgaben (es decir, sus deberes).

La oposición a Putin

En marzo de 2014, Merkel decidió jugárselo todo con su capital político interno y establecer a Alemania como potencia geopolítica clave en Europa: se enfrentó a Vladímir Putin. Con el presidente ruso a punto de anexionarse Crimea, la canciller, en su típico tono de voz suave, advirtió que Rusia se enfrentaba a «daños masivos», tanto económica como políticamente, si continuaba interviniendo en Ucrania.

Angela Merkel consiguió la unanimidad entre los miembros de la UE para sancionar a Rusia con motivo del asunto de Ucrania y plantó cara al presidente Vladímir Putin, con el que se la puede ver en una reunión el 10 de mayo de este año

En los meses siguientes, la canciller Merkel se aseguró en repetidas ocasiones la unanimidad entre los miembros de la UE para llevar a cabo rondas de sanciones contra Rusia. Su sorprendentemente dura línea de actuación inquietó al público pacifista alemán, del cual las encuestas revelan que retrocede frente a la participación en política exterior y que desea unas buenas relaciones con su antiguo enemigo de la II Guerra Mundial.

En la periferia oriental de la UE, el liderazgo de Alemania en Ucrania ha creado malestar. A pesar de que Berlín presionaba por las sanciones, instaba a los estrictos diplomáticos occidentales a que no provocaran a Rusia con acciones como situar más tropas de la OTAN cerca de Rusia.

En Francia, la conformación de la respuesta a la crisis de Berlín ha generado duras críticas contra Alemania, lo que se ha convertido en tema recurrente para la extrema derecha y la extrema izquierda a partes iguales, en un país cuya influencia solía superar a la de sus vecinos. En una encuesta en Francia en diciembre, el 74% de los encuestados opinaba que Alemania tenía demasiada influencia en la política comunitaria.

En marzo, Herfried Münkler, un prestigioso científico político de Berlín, publicó un libro, Macht in der Mitte (El poder en el medio), que capturaba el Zeitgeist de la política exterior de la élite alemana. Alemania, escribe, tenía el deber de liderar a Europa porque ni Bruselas ni cualquier otro país de la UE era lo suficientemente fuerte para hacerlo.

Pero en una entrevista de la semana pasada, el autor dijo que el liderazgo en solitario de Alemania en Europa «no es una solución a largo plazo». Por un lado, las encuestas muestran que los alemanes no quieren tener más responsabilidad a nivel internacional. Por otro, dijo, el potencial surgimiento de un partido populista exitoso en Alemania (como ha ocurrido en casi todos los países vecinos de Alemania, desde Polonia hasta Holanda y Francia) agudizaría la retórica nacionalista en Alemania y aumentaría la aversión de los europeos frente al liderazgo del país.

«Alemania se encuentra en este papel hegemónico en Europa porque no tenemos partidos populistas de derecha relevantes», comentó el autor.

Es por ello por lo que la actual confrontación de Europa con Grecia es crucial para el futuro del papel de Alemania en Europa, según los analistas.

Si Merkel aprueba un nuevo salvavidas para Atenas tras semanas de virulentos debates, lo más probable es que se enfrente a la furia de la derecha alemana y avive el incipiente movimiento «euroescéptico» del país.

Si Grecia sale del euro, la Sra. Merkel se enfrentará a la culpa por un episodio que ha polarizado aún más a Europa, en un momento en el que la controversia sobre la pertenencia del Reino Unido a la UE y el trato que se dispensa a los inmigrantes y los refugiados están sumando tirantez a las tensiones ya originadas por la crisis de Ucrania.

Por favor, describa el error
Cerrar