¿Por qué el Banco Central Europeo lanzó el programa de emergencia para proveer de liquidez a Grecia?
Hace tres años, el 26 de julio de 2012, Mario Draghi, el presidente del Banco Central Europeo, hizo su promesa de hacer «lo que sea necesario» para preservar el euro. Su impacto fue poco menos que milagroso. Desde entonces, a pesar del drama del último mes en Grecia, los mercados de capitales han comprado sin control. La amenaza de los vigilantes del mercado de bonos que echan a un país fuera de la moneda única ha terminado. Los tipos deudores han caído considerablemente. Así que mientras que ellos se someten a las condiciones de programas de rescate, incluso los países más endeudados pueden mantenerse a flote. La intervención de Draghi, en esa medida, fue un éxito espectacular.
El problema es que mientras resuelve la crisis financiera, ha creado una crisis económica. La eurozona ya no está en riesgo de sufrir un colapso financiero inminente. Pero está atravesando una depresión grandiosa que ha seguido de año en año y muestra pocas señas de terminarse. Con el tiempo, esto creará una crisis política, tal y como ha sucedido en Grecia. ¿Puede Draghi arreglar esto también? Hasta ahora hay pocas señales para ello.
Es fácil olvidar la grave situación que vivía la eurozona hace tres veranos. Grecia había quebrado, al igual que Portugal e Irlanda. El rendimiento de los bonos crecía y crecía en dos de las mayores economías de la eurozona: España e Italia. Ambos rompieron el nivel del 6% en el que sus deudas se volvieron insostenibles. Todas las subastas de bonos de gobiernos se convirtieron en tensión pura sin que nadie estuviera realmente seguro de si el papel iba a venderse. La mayoría de los fines de semana había cumbres sobre la crisis de los líderes de la eurozona, tras la cuales la directora del FMI Christine Lagarde, algo ojerosa, aparecía en medio de la noche diciendo que se había cerrado un acuerdo, el cual se derrumbaría cuando los mercados abriesen el lunes siguiente. Era una situación caótica.
Cuando llegó al estrado en una conferencia de inversiones en Londres en julio de ese año, Draghi tenía la determinación de acabar con todo aquello. Draghi dijo ese día:
«El BCE está listo para hacer lo que sea necesario para preservar el euro. Y créanme, será suficiente».
En ese momento, se recibió con mucho escepticismo, pero tal y como ha resultado, estaba en lo cierto. El sentido de la intervención era que los mercados no creían que el BCE era un banco central apropiado, esto es, uno que imprimiría dinero para prevenir que un gobierno vaya a la quiebra. Draghi estaba dejando claro que lo sería.
Desde entonces, en los mercados de bonos se ha restablecido el control. De manera extraordinaria, los gobiernos de Italia y España ahora pueden pedir préstamos con mejores condiciones que incluso la poderosa EE. UU. (o, es más, que Gran Bretaña con un crecimiento más rápido). El bono español a diez años está al 1,97% de rentabilidad y el de Italia al 1,92%, en comparación con el 2,3% de EE. UU. La rentabilidad del bono a diez años de Irlanda, que llegó a estar por encima del 12% en el punto álgido de la crisis, está ahora por debajo del 2%. Es una recuperación espectacular.
Pero, ¿el problema está resuelto? Por desgracia, no. De hecho, todo lo que ha sucedido es que la crisis financiera se ha convertido en una crisis económica. Olvídense de Grecia. Este país está hundiéndose en un agujero negro económico. El rendimiento del resto del continente continúa siendo terrible.
Tomemos a Finlandia como ejemplo. Es un país próspero del norte de Europa, que se ciñó a todas las normas. Están tan alejado de Grecia como ya saben, tanto geográfica como políticamente. Pero su economía es una catástrofe. Ha sido azotada por una recesión, de la que solo en parte tiene la culpa el descenso de la que un día fuese la formidable Nokia. Su economía sigue siendo un 5% más pequeña de lo que era cuando comenzó la crisis financiera en 2008.
Los Países Bajos tienen enormes deudas; su economía tampoco se ha recuperado aún del resultado de 2008.
En Italia la recesión de nunca acabar funciona incansablemente y parece no tener un fin - ha alcanzado la economía de post crecimiento sobre la que el Partido Verde siempre está a favor.
Portugal acaba de lograr volver al crecimiento este año, gracias principalmente a un creciente gasto del consumidor, pero sus deudas siguen fuera de control. Según los últimos datos europeos, sus deudas han llegado al 130% del PIB e incluso más preocupante es que el 70% de estas se debe en el extranjero (el mayor porcentaje de la eurozona). Deber más dinero del que jamás podrás pagar a los extranjeros a quienes no les importa mucho tu país nunca ha sido una fórmula de estabilidad (pregunte si no a los argentinos).
España se toma como ejemplo de una economía que se había recuperado. Cierto, tiene un crecimiento repentino, va a crecer más rápidamente que el Reino Unido este año, y el desempleo ha descendido. Pero parece muy frágil.
El gasto de los consumidores crece cerca de un 4% anualmente, y se está dando otro boom inmobiliario, con la construcción creciendo un 14% año tras año. Esto parece extraordinario dado que España construyó a gran escala en la última burbuja y no dejamos de leer acerca de pueblos fantasma de casa nuevas y nuevos aeropuertos con tan solo un vuelo al día. Es difícil imaginar lo que puede estar construyéndose, pero aún así las grúas han vuelto a entrar en acción. De hecho, el dinero caliente parece estar volviendo ahí, lo que explica por qué a la supuestamente poderosa Alemania no le va tan bien. Su producción industrial se ha estancado y las ventas minoristas per cápita han estado descendiendo desde hace ya una década (los alemanes normales ya no tienen más dinero para gastar).
Puede mantenerse durante algún tiempo, pero no para siempre.
Un reciente análisis de Renaissance Capital argumenta que la eurozona era bastante parecida al estándar de oro de la década de 1930. Como el desempleo crecía, los países tiraron la toalla. Los holandeses aguantaron hasta que el total de desempleados alcanzó el 33% antes de abandonar en 1933.
Ninguno de los países de la eurozona se encuentra en ese punto aún (incluso la tasa de desempleo en Grecia es solo del 25%). Pero lo estarán en los próximos cinco años. En realidad, Draghi ha calmado a los mercados de bonos y ha lanzado un bombardeo de expansión cuantitativa. Pero un banquero central no puede dar la vuelta a una economía por sí mismo.
«Lo que sea necesario» ha resultado no ser suficiente. Quizá por ello nadie va a celebrar de manera especial su «arreglo» del domingo.