Los Juegos Olímpicos y la economía
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¿Por qué China y Japón pronto lamentarán no haberse negado a organizar los Juegos Olímpicos?

Tokio y Pekín todavía están celebrando la noticia de que albergarán los Juegos Olímpicos de Verano 2020 y los de Invierno 2022, respectivamente. Pero ya es hora de felicitar a los auténticos ganadores: todas las ciudades que han decidido mantenerse al margen de la competencia por el honor.

La semana pasada, Boston sorprendió al Comité Olímpico Internacional al retirar su candidatura para los Juegos Olímpicos de Verano de 2024 después de que sus residentes se opusieran a la subida de los precios. Otras protestas similares en ciudades como Oslo, Múnich y Estocolmo llevaron a estas ciudades a retirar sus candidaturas, dejando así al COI con la incómoda tarea de tener que decidir entre tan solo dos ciudades (Pekín y Almatý, en Kazajistán), que carece de nieve y de una cultura de deportes de invierno.

Ganar los Juegos Olímpicos ha animado sin duda al presidente Xi Jinping, que está teniendo un mal año marcado por la desaceleración del crecimiento y la caída de las acciones. La noticia de que Pekín se convertirá en la primera ciudad del mundo en organizar tanto unos Juegos Olímpicos de Verano como de Invierno ofrece a Xi una buena oportunidad para fomentar el nacionalismo entre los 1.300 millones de habitantes de su país y reafirmar el poder blando que China logró durante los Juegos de 2008.

Asimismo, el primer ministro Japonés, Shinzo Abe, espera poder recrear parte de la magia de los Juegos de 1964 que impulsó a Japón hasta las filas del G-7. Tras 20 años de deflación y de una importancia geopolítica tambaleante, el primer ministro Abe ve los Juegos de Verano de Tokio 2020 como la oportunidad perfecta para volver a introducir a un renaciente Japón en la comunidad internacional.

Pero los líderes de los dos países más potentes de Asia podrían estar adelantándose a los acontecimientos. Existen bastantes posibilidades de que los Juegos sean más perjudiciales que beneficiosos para las trayectorias de las dos mayores economías de Asia.

China

Tomemos como ejemplo a China, que gastó oficialmente entre 400.000 y 700.000 millones de dólares en los Juegos de 2008 y que, económicamente hablando, consiguió sacar muy poco de ello, aparte de deuda. Los economistas de Goldman Sachs Yu Song y Michael Buchanan escribieron en un informe de julio de 2012:

«Por lo general, se piensa que albergar unos Juegos Olímpicos impulsará la demanda de inversión en el país anfitrión mediante la construcción de instalaciones y turismo extra. Pero ciertamente las Olimpiadas de Pekín no parecen haber tenido ese efecto en la economía de China».

China puede afrontar fácilmente los Juegos de Invierno de 2022. Al fin y al cabo, sus gastos oficiales de 2008 no llegaron al 0,5 de su PIB y Pekín se ha comprometido a reutilizar algunos de los estadios y centros deportivos del evento precedente. Pero el gasto de China para el evento de 2022 probablemente se producirá a expensas de los esfuerzos de su reforma económica.

Los funcionarios chinos no serán capaces de llevar a cabo un seguimiento a fondo de la explosión de gasto de obras públicas que se les avecina. Los gobiernos locales que se han visto obligados a recortar la deuda seguramente encontrarán la forma de subirse al carro del auge económico. Seguramente brotarán entorno a Pekín nuevos mini Manhattans que nadie necesita, junto con más autovías de seis carriles, aeropuertos internacionales, hoteles de cinco estrellas, parques junto al río, teatros de ópera, museos y proyectos ferroviarios de alta velocidad.

Sea cual sea su impacto en los Juegos Olímpicos, este gasto se traducirá en un aumento de la contaminación, en un exceso de capacidad económica y, por supuesto, en más deuda. En torno a los 4 billones de dólares, los pagarés del gobierno local ya superan el PIB anual de Alemania. Los préstamos pendientes tanto empresariales como domésticos alcanzaron un récord del 207% del PIB en junio, muy por encima del 125% de 2008. Un nuevo período de bonanza en la construcción apoyará el PIB a corto plazo, permitiendo a Pekín seguir posponiendo dolorosas renovaciones en el futuro. Aun así, esto servirá para enmascarar el empeoramiento de la carga de la deuda china hasta que sea demasiado tarde. El equipo de Xi ya está encaminándose con lentitud a alejar los motores del crecimiento de China de la deuda excesiva hacia la demanda interna.

Japón

Por su parte, Japón parece estar cayendo en la trampa de su propia autocomplacencia a medida que los Juegos de Tokio se acercan. Los funcionarios de Tokio (desde Shinzo Abe hasta los principales legisladores y el gobernador de Tokio, Yoichi Masuzoe) están aferrándose cada vez más a sus esperanzas políticas y económicas para el evento de 2020. El gobierno ha declarado que pretende mostrar un superávit presupuestario primario para ese año, sin ofrecer detalles sobre cómo planea lograrlo. El gobernador Masuzoe, por su parte, ha comentado que quiere luchar por arrebatarle a Singapur la condición de centro financiero de Asia y devolvérsela así a Tokio para el 2020 (de nuevo, sin mencionar cómo lograr este objetivo). ¿Y qué año creen que empresas como Honda van a utilizar como punto de referencia para hacer del inglés su lengua oficial? Exacto... 2020. Según dice Jeff Kingston, director de Estudios Asiáticos de la Universidad de Temple en Tokio:

«El asunto es que Japón 2020 no es Japón 1964 y, dado que cada vez está haciéndose más evidente que la política económica de Abe no es una Viagra de la economía, se han puesto unas esperanzas poco apropiadas en las Olimpiadas. No van a suponer un elemento de cambio y, de hecho, corren el riesgo de ser recordadas por razones equivocadas».

Estas razones incluyen los costes ascendentes de un evento que el gobierno japonés ha vendido al público como una operación económica. El mes pasado, Abe intervino para descartar los planes de construcción del estadio principal diseñado por el arquitecto británico-iraquí Zaha Hadid, dado que su coste se acercaba a los 2.000 millones de dólares. Pero la controversia ha hecho centrar también la atención en la manera en que las constructoras japonesas con contactos políticos engrosan sus facturas, un problema que viene de largo y que contribuye a la masiva deuda pública del país, la mayor del mundo.

Si la ambición económica fuese un evento deportivo, Asia coparía el podio al completo. Pero, en economía, al igual que ocurre con el deporte, lo que obtiene recompensa es el trabajo duro y no la esperanza fácil de que todo mejorará milagrosamente. Todo indica que Tokio y Pekín muy pronto desearán haber seguido los pasos de Boston al abandonar su candidatura para desempeñar el papel de anfitrión de unos Juegos Olímpicos.

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