Asya Barrett, ingeniera y protectora de la naturaleza que escribe un blog en GreenHighFive.com, cuenta cómo aprender a valorar las cosas realmente útiles.
Hace unos meses pasé por la peor experiencia de mi vida: mi padre falleció.
Un cáncer se lo llevó, y con él una pequeña parte de mí mismo. Cuando reflexiono sobre los momentos anteriores a su muerte me doy cuenta de que hubo muchos que fueron difíciles. Uno de los más duros es que no fui capaz de llorarle en paz.
No, en nuestra sociedad no se puede llorar la pérdida de una persona, hay que trabajar. No solo en tu trabajo, sino también hacer un montón de papeleo, informar a la gente y organizarlo todo. Por último, cuando pensé que todo el trabajo duro ya había terminado, tuve que vaciar el piso de mi padre. No sabía que ese sería un trabajo aún más amargo.
Echándole un vistazo a las cosas viejas de mi padre, sentí su pérdida con todas y cada una de las cosas con las que me encontré. Y había muchas que clasificar. Tardé semanas en organizar los bienes de toda una vida en el pequeño piso de soltero de mi padre. Semanas para vender, donar, reciclar o desechar las cajas y cajas de utensilios de cocina, ropa, muebles, materiales de oficina y mucho más.
Tiré todos los objetos que se acumulan en una vida normal.
Se invierte mucho tiempo, dinero y esfuerzo en conseguir todo esto, cosas de las que no es fácil desprenderse. Estábamos destruyendo el planeta para las generaciones futuras, todo para poder disfrutar una vida corta de bienes materiales que, en muchos casos, apenas se han usado, rara vez son necesarios y resultan fáciles de olvidar.
Decidí que no quería que aquello fuera «normal» en mi vida. Y por eso me embarqué en un experimento de 200 días durante los cuales no compraría nada nuevo. Aparte de los alimentos, medicinas y artículos de higiene básicos, compraría cosas de segunda mano o, simplemente, prescindiría de todo.
Como muchos de los que tenemos un sueldo fijo, nunca había sido muy disciplinado en lo referente a mis compras. Si me lo podía permitir – e incluso cuando no podía – a menudo pensaba «¿por qué no?». ¿Podría sobrevivir 200 días lejos del centro comercial?
Claro que pude. Y esto es algo de lo que aprendí durante el proceso:
1. Ya hay demasiadas cosas en el mundo
Mientras recorría varias tiendas de segunda mano, secciones de clasificados en línea, grupos para comprar y vender de Facebook y otros similares, me impresionó ver la cantidad de cosas que ya hemos creado los seres humanos. Montañas de ropa, montones de muebles, platos, sartenes, bastones; una inmensidad de todas las cosas imaginables. A medida que se van tirando todas estas cosas, se están produciendo más de forma masiva. No necesitamos más.
2. La gente compra cosas de forma compulsiva
Mientras buscaba cubrir mis necesidades con cosas seminuevas, me impresionó la cantidad de artículos nuevos que había en las tiendas de segunda mano; artículos que estaban sin usar, todavía con las etiquetas del precio y el embalaje original. Todo, desde nuevas velas perfumadas a ropa nueva, adornaba los pasillos de las tiendas de segunda mano. Es evidente que el acto de comprar, a menudo, no tiene nada que ver con las auténticas necesidades humanas, ni siquiera con lo que queremos. Se parece mucho más a un acto compulsivo.
3. Muchos piensan que comprar ropa, muebles y otros productos usados en lugar de nuevos es sucio y poco civilizado
¡Qué extraña mentalidad! Estas mismas personas se sentirían felices de donar sus cosas utilizadas a tiendas de segunda mano. Supongo que es lo suficientemente bueno para la gente que nos rodea que tiene ingresos más bajos, pero no para «nosotros».
4. Hay demasiada abundancia
Durante los 200 días, me enteré de que no necesitaba ir a grandes tiendas para comprar lo que necesitaba; había un montón de recursos en mi propia comunidad. Nuestras comunidades tienen un gran número de recursos y mucha gente dispuesta a entregarlos a un precio muy bajo o de forma gratuita.
5. Cuando las cosas no son nuevas, nada es caro
Definitivamente, durante esos 200 días, le di un respiro a mi cuenta bancaria. Los artículos de segunda mano vienen con un gran descuento muy agradable. Y nunca sentí tampoco que ponía en peligro la calidad.
6. Es impresionante pagarle a una persona en lugar de a una empresa
Sobre todo, cuando compraba a través de clasificados, me encontré con que la mayoría de los vendedores eran honrados y serviciales. Eran personas normales que solo querían recuperar una parte del precio abonado vendiendo artículos perfectamente utilizables. Fue algo original saber que mi dinero iría a parar directamente a alguien como yo, en lugar de a una empresa sin rostro.
7. En realidad no necesito esas cosas
La verdad es que algunas cosas no puedes encontrarlas de segunda mano. Un montón de cosas, incluso las más comunes, son imposible o resulta poco práctico encontrarlas de segunda mano. Cuando me vi obligado a no comprarlas – a veces, en contra de mis impulsos más fuertes – me sorprendió que nada cambiara. Ni mi salud, mi felicidad o mi armonía interior. Me di cuenta de que la mayoría de las cosas son en realidad «agradables de tener»; las necesidades reales son, generalmente, más limitadas.
Mis 200 días no sólo resultaron una experiencia opcional de vida sostenible y minimalismo, fue un viaje necesario y transformador. Cuando alguien muere, se espera que, simplemente, lo «supere» y vuelva a la normalidad. No quiero sentir que perder a mi padre fuera un hecho que, simplemente, dejé a un lado, una experiencia que, al final, no me cambió.
Por el contrario, dejé que la experiencia me cambiara profundamente. De hecho no creo que pueda llegar a «superarlo», porque, todos los días, la muerte de mi padre inspira la forma en la que hablo, la forma en la que actúo y la forma en la que percibo mi vida.
Espero que usted pueda dejar que este artículo también le cambie un poco. Tal vez haga una visita a una tienda de segunda mano para sus próximas compras de ropa o se embarque en su propio desafío de 10, 30 o incluso 200 días. Por lo menos, espero que cambie su forma de pensar cuando compre otro artículo.