Para la mayoría de los países, la desaceleración económica en China y la caída del precio de las materias primas que la ha acompañado representa un punto intermedio entre una molestia y una pequeña dificultad. Para Rusia, no obstante, es una catástrofe, según la publicación del columnista económico de The Wall Street Journal Greg Ipa.
La economía y la moneda rusas, sometidas ya a bastante presión por las sanciones de Occidente, han entrado en una caída libre virtual por el desplome del precio del petróleo. El Fondo Monetario Internacional predijo en julio que la economía de Rusia se contraería un 3,4% este año, más que cualquier otro mercado emergente de peso.
Sin embargo, esa previsión resulta ahora optimista. Anders Aslund, experto en Rusia en el Consejo Atlántico en Washington, piensa que es más probable que se contraiga un 6%. Casualmente, esta cifra se acerca más a lo que el banco central de Rusia predijo que ocurriría si el precio del petróleo caía hasta los 40 dólares por barril, aproximadamente su nivel actual.
Rusia tuvo un crecimiento medio del 7% entre 1999 y 2008 debido, en gran medida, a los elevados precios del petróleo y el gas natural. Pero el colapso del petróleo ha puesto de manifiesto profundas grietas en los cimientos económicos de Rusia: una caída de la productividad, una reducción de la fuerza laboral, industrias poco competitivas y empresas privadas asediadas por un estado cleptocrático y un capitalismo clientelista.
El FMI sitúa ahora el crecimiento potencial de Rusia a largo plazo en el 1,5%. Anders Aslund opina que este será de tan solo el 1%, una cifra sorprendente para un país cuyo nivel de vida es apenas el 40% del de EE. UU.
Este dato es casi tan importante para el mundo como lo es para Rusia. La riqueza procedente del petróleo y el gas permitió al presidente ruso Vladimir Putin consolidar su posición de poder dentro del país y exhibir la fuerza de Rusia en el resto del mundo. Sin embargo, la pérdida de esa riqueza amenaza con descomponer el orden geopolítico del mundo, a pesar de que aún no hay síntomas de ello.
De vuelta a la U.R.S.S.
Existen ciertos paralelismos con los eventos que derrocaron a la Unión Soviética. Hasta la década de los '70, ni el petróleo ni el gas dominaban la economía soviética. Se trataba de una «potencia industrial y tecnológica avanzada (aunque ineficiente)» escribe Thane Gustafson en su libro de 2012 Wheel of Fortune: the Battle for Oil and Power in Russia (La rueda de la fortuna: la batalla por el petróleo y el poder en Rusia).
Pero sus días estaban contados. La industrialización socialista, una agricultura estancada incapaz de alimentar a la cada vez mayor población urbana, un complejo de defensa parasitaria y una producción poco competitiva «hicieron que la caída del régimen fuera inevitable», escribió Yegor Gaidar, arquitecto de la transición de Rusia hacia una economía de mercado bajo el mandato de Boris Yeltsin, en su análisis de 2006 Collapse of an Empire: Lessons for Modern Russia (El colapso de un imperio: lecciones de la Rusia moderna).
Los picos en el precio del petróleo durante la década de los '70 mantuvieron a raya el colapso, al tiempo que la Unión Soviética se convertía en un petroestado. Las exportaciones de petróleo y gas permitieron a Rusia pagar las importaciones de cereales procedentes de Occidente, reforzar sus satélites de Europa del Este e invadir Afganistán.
Yegor Gaidar, que murió en 2009, marcó el principio del fin de la Unión Soviética al apoyar la decisión de Arabia Saudí en 1985 de dejar de apoyar el precio del petróleo y aumentar la producción. El consiguiente colapso de los precios echó por tierra los ingresos de las exportaciones soviéticas. Obligados a endeudarse con Occidente para poder pagar las importaciones de cereales, Rusia perdió en gran medida su influencia estratégica, primero sobre Europa del Este y, después, sobre las repúblicas soviéticas. En 1991, con hiperinflación y el hambre acechando, la Unión Soviética se disolvió.
Todo es relativo
Los paralelismos no deberían dejarse al descubierto. A diferencia de la Unión Soviética en aquellos momentos, Rusia es hoy una economía de mercado, si bien una con amplia presencia del estado, y la política macroeconómica es relativamente responsable. El año pasado, el banco central abandonó la paridad del rublo. La caída resultante ha hecho subir la inflación y ha reducido el nivel de vida, al tiempo que ha reducido las importaciones.
los separatistas en el este de Ucrania han restringido los préstamos extranjeros. Esto ha preservado el superávit en la cuenta corriente de Rusia (la balanza de todos los ingresos procedentes de los intercambios comerciales y las inversiones) y sus reservas de moneda extranjera, evitando el mismo tipo de crisis que afectó a la Unión Soviética en 1991 y a Rusia en 1998.
La maldición de los recursos
Sin embargo, el paralelismo más importante es el legado dañino procedente de la riqueza del petróleo y el gas. Rusia ha sufrido un caso típico de la «maldición de los recursos naturales», la tendencia de la riqueza fácil procedente de los recursos para reforzar una industria ineficiente, exprimir la producción hasta la última gota y alimentar la corrupción.
Los dividendos de los recursos naturales (beneficios del petróleo, el gas, el carbón, los minerales y los productos forestales menos sus costes de producción) representan el 18% del PIB de Rusia, el porcentaje más elevado entre los principales mercados emergentes y mucho mayor que el de los países ricos exportadores de petróleo como Canadá y Noruega. El Sr. Putin ha estado utilizando estos dividendos para modernizar su ejército, extender el estado de bienestar y financiar proyectos de elevado perfil como los Juegos Olímpicos de Sochi.
Mientras tanto, un sector de propiedad estatal en expansión ha socavado lo que las empresas privadas rusas tenían. Anders Aslund cita la compra por parte de la petrolera controlada por el estado Rosneft del bien administrado competidor privado TNK-BP por 55.000 millones de dólares en 2013. Hoy en día, la «destructora de valor» Rosneft vale menos de lo que valía TNK-BP entonces.
La situación después de las sanciones
Las sanciones por parte de Occidente socavarán aún más la productividad al privar a la industria rusa, incluyendo la industria del petróleo y el gas, del saber hacer esencial. A medida que los países del oeste de Europa busquen fuentes más fiables de gas natural, las exportaciones de Rusia se verán aún más reducidas.
El expresidente y actual Primer Ministro Dmitry Medvedev, ha tratado de estimular la innovación para diversificar su dependencia del petróleo y el gas. Pero, tal y como escriben los expertos en Rusia Clifford Gaddy y Barry Ickes en su libro de próxima publicación, incluso esos esfuerzos de diversificación dependen de subsidios generados por el petróleo y el gas.
Muchos de los principales funcionarios de Rusia son conscientes de los desafíos a los que se enfrentan. La gobernadora del banco central, Elvira Nabiullina, ha definido a la actual crisis económica como «estructural», culpando de ella a las «tendencias demográficas desfavorables» y al «clima en las inversiones».
A pesar de todo, no es tan obvio que el Sr. Putin y su círculo íntimo estén escuchando. Al fin y al cabo, las dificultades económicas todavía tienen que minar su popularidad dentro del país o sus ambiciones en el extranjero. La historia sugiere que no debería darse esto por sentado.