La variación de las condiciones económicas puede dar a las empresas del Reino Unido una oportunidad única, pero tienen que ser capaces de aprovecharla.
Así que cuando la crisis financiera golpeó sus costas, se predijo con bastante seguridad que, a pesar de sus consecuencias innegablemente devastadoras, esta forzaría al menos a la economía del Reino Unido a reequilibrarse dejando ya a un lado una insostenible dependencia en el consumo alimentado por la deuda para pasar a una forma de crecimiento más saludable basada en la inversión y las exportaciones. La marcha de los financieros sería reemplazada por la «marcha de los fabricantes».
Pero, siete años después, los participantes en la marcha siguen teniendo problemas para lograr un ritmo constante y no es por falta de retórica animosa por parte de los ministros del gobierno, ni por los objetivos de fantasía que se han fijado. Es difícil encender la televisión últimamente y no ver al Canciller de Hacienda con un chaleco de alta visibilidad y casco dando zancadas por una fábrica u obra en construcción en algún supuesto centro, por lo general en el norte, de actividad y excelencia industrial. Desde luego, no se le puede achacar falta de energía ni de entusiasmo. Ya en el año 2012, estableció el objetivo de duplicar las exportaciones del Reino Unido a 1 billón de libras esterlinas para 2020. Por desgracia, sus posibilidades de lograrlo son cero.
Asimismo, una recuperación total de la producción manufacturera tras los estragos de la crisis parece ser igualmente difícil de alcanzar. El crecimiento de la producción industrial y las actividades manufactureras está retrasando seriamente la recuperación en los servicios y el consumo; la producción de las fábricas sigue estando bastante por debajo de los niveles previos a la crisis, y con el fortalecimiento de la moneda, que hace que los bienes británicos resulten más caros en comparación con los de los competidores extranjeros, y el desplome continuado en Europa, estos niveles han empezado a contraerse de nuevo en el último trimestre.
Pero, por supuesto, no hay nada nuevo sobre la desindustrialización. Desde 1978, el número de empleos en el sector manufacturero se ha reducido del 25% de la fuerza laboral de Gran Bretaña a en torno al 8%. Menos de 3 millones de personas trabajan hoy en día en el sector manufacturero del Reino Unido, frente a los más de 9 millones que lo hacían hace 40 años. La producción manufacturera como porcentaje del PIB ha caído en una proporción similar. Sorprendentemente, muy poco de este desplazamiento laboral ha terminado en los servicios financieros. La gran mayoría, al menos en términos de puesto de trabajos, ha terminado en venta al por mayor, venta al por menor, hostelería, servicios gubernamentales, sector inmobiliario, comunicaciones y transportes.
Es todo bastante deprimente. Sin embargo, también hay que tener cuidado para no exagerar la naturaleza del problema. Tal y como señalaba Sir Richard Lapthorne, que presidió un análisis patrocinado por el gobierno sobre el futuro de la actividad manufacturera hace algunos años, esta ya no es lo que era. Hay importantes cambios en marcha que arrojarían una luz completamente nueva sobre lo que pensamos que es el sector manufacturero. Aunque las estadísticas crudas todavía no reflejan adecuadamente estos cambios.
Para empezar, la actividad manufacturera está empezando a requerir mucho más capital. Los avances en robótica y otras formas de mecanización están nivelando el terreno de juego y destruyendo la ventaja comparativa de la que disfruta China y otros países productores donde la mano de obra es muy barata. Esto está conduciendo a algún tipo de producción «terrestre», especialmente en el sector textil, una industria asolada por la competencia de los mercados emergentes. Sin embargo, estos avances también significan que, incluso si la actividad manufacturera regresara a Reino Unido pisando fuerte, sería poco probable que creara muchos puestos de trabajo. El trabajo de producción en línea masiva es, cada vez más, cosa del pasado.
Es en la denominada producción «sin fábricas» donde se están produciendo los cambios más significativos. Esto se debe, en parte, a la externalización. Por ejemplo, Dyson no fabrica nada en Reino Unido, pero toda su investigación y desarrollo, junto con sus conocimientos de ingeniería tienen su base en el país. La creación de valor de gama alta reside en Gran Bretaña, no en Malasia, donde se fabrican las aspiradoras. Lo mismo vale para Apple, que es fundamentalmente una empresa de desarrollo de productos, control de calidad y marketing. No fabrica prácticamente nada por sí misma. ARM es la versión británica de esto último: diseña y vende chips informáticos para smartphones, pero no los fabrica.
En cualquier caso, no es correcto pensar en los fabricantes modernos únicamente como los encargados de convertir metales comunes y biomasa en productos listos para la venta. La mayoría de los fabricantes de hoy en día incluyen algún elemento de servicio. Según el informe de Sir Richard Lapthorne, en torno al 39% de los fabricantes británicos con más de 100 empleados obtienen valor de las actividades de servicios. Para Rolls-Royce, en torno a la mitad de sus ingresos procede de la prestación de servicios y el arrendamiento de sus motores a reacción, más que de su venta.
La denominada economía «compartida» o «circular» promete una mayor expansión de este elemento basado en los servicios. Después de haber visto el futuro, tanto Ford como BMW han echado raíces en el mercado de los coches compartidos, a pesar de que esto parece no corresponder con las prioridades del tradicional modelo de fabricación de «tomar, producir, usar y tirar».
El valor está pasando progresivamente de la fabricación tradicional a las empresas e industrias que invierten en ideas. Por su propia naturaleza, este nuevo modelo tiende a basarse más en los servicios.
Pero nada de lo dicho hasta ahora pretende defender que la fabricación ya no importa. Alemania anunció esta semana otro superávit de comercio récord. La recuperación económica de Gran Bretaña ha ido, mientras tanto, volviéndose alarmantemente dependiente en un déficit en cuenta corriente igual de importante, y que tan solo puede sobrevivir sin sobresaltos siempre y cuando el capital extranjero esté dispuesto a financiarlo. Puede hacerse más, y debería hacerse más, para fomentar los sectores de bienes transables de Reino Unido. Un buen punto de partida sería hacer de todos los gastos de capital una compensación frente a los ingresos a efectos fiscales, alineando mejor de esta forma los incentivos para la inversión de capital con los de gasto en mano de obra.
La introducción de un salario nacional justo podría ayudar un poco a este respecto. Pero para tener éxito, al igual que Alemania, en el sector manufacturero, las empresas tienen que pensar en términos de un proceso continuo de múltiples lanzamientos de productos, lo que requiere una inversión inicial fuerte en desarrollo y modernización. A pesar de los incipientes signos en el gasto de capital, la industria británica sigue sin invertir lo suficiente, lo que la sitúa en una balanza destructiva.
Como suele suceder, los términos de comercio se está moviendo contundentemente a favor de Gran Bretaña, con el precio de la energía, las materias primas, los alimentos y muchos productos terminados abaratándose ligeramente, mientras que el precio de los servicios está de nuevo aumentando rápidamente. La fijación de precios de la energía favorece significativamente las áreas de ventaja comparativa del Reino Unido frente a aquellas actividades en las que es relativamente débil. No cabe duda de que la fabricación en serie ya no interesa.
Muchas de las industrias de servicios de Gran Bretaña (en especial los negocios de alta gama, financieros y de servicios de IT) tienen una gran demanda en todo el mundo y pueden exportarse fácilmente. Puede que el tiempo de fabricación de Gran Bretaña esté llegando a su fin, pero esta está relativamente bien posicionada, quizá disfruta incluso de una posición única para beneficiarse de estas tendencias postindustriales, incluso aunque estén aplicándose a la fabricación.