La falta de sueño es un mito
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¿Por qué las estadísticas de los estudios actuales afirman que el ritmo de vida moderno afecta a nuestro sueño?

Dicen que la vida moderna y de las nuevas tecnologías de hoy en día está pasando factura a nuestro sueño. Según un informe, en comparación con las generaciones anteriores dormimos cada vez menos. Esto nos está haciendo «más propensos a padecer enfermedades crónicas como la hipertensión, diabetes, depresión y obesidad, así como cáncer, aumento de la mortalidad, y reducción de la calidad de vida y la productividad».

Suena horrible, pero probablemente no sea cierto. Durante mucho tiempo los médicos y los científicos han ignorado la importancia del sueño para la salud. Sólo hemos empezado a ver lo mucho que importa en las últimas décadas. Por ello, nunca se han recogido datos de forma sistemática sobre la cantidad de personas que duermen bien.

Ahora los investigadores han comenzado a relacionar los escasos datos que existen para analizar el panorama de la situación y han podido observar que no dormimos menos que antes. Conocer con precisión cuánto dormimos es importante, ya que el sueño juega un papel fundamental en muchos aspectos de nuestra salud, desde mantenerse en forma mentalmente hasta protegerse de las infecciones.

El sueño que desaparece

En la década de los 80, los investigadores comenzaron a investigar cómo afectaba el sueño a la salud. Un estudio publicado en 1989 desató las alarmas, ya que los investigadores demostraron que las ratas que fueron privadas de horas de sueño comenzaron a morir en tan sólo dos o tres semanas.

Al observar los efectos de la privación del sueño en los seres humanos, se ha determinado que el adulto necesita de media entre siete y nueve horas de sueño. Cuando dormimos menos de siete horas tenemos dificultades con la memoria y las funciones cognitivas simples (aunque una pequeña fracción de personas puede constituir una excepción con muchas horas menos).

Según una encuesta llevada a cabo entre 2005 y 2007 por los Centros para el Control de Enfermedades de EE. UU. (CDC), más del 30% de los adultos dormían menos de seis horas por noche. Las encuestas de la National Sleep Foundation revelan algo similar: más del 20% de las personas en 2009 dormían menos de seis horas en comparación con sólo el 12% en 1998. Los CDC declararon que la falta de sueño se estaba convirtiendo en una epidemia para la salud pública.

El anuncio de los CDC llegó en un momento en el que los médicos de EE. UU. estaban recetando cada vez más medicamentos y pastillas para dormir. El número de adultos que toma pastillas para dormir se ha triplicado en la última década.

Sin embargo, un análisis de 2010 publicado en la revista Sleep, y que utilizó datos de un conjunto de diferentes encuestas realizadas entre 1975 y 2006, obtuvo resultados muy diferentes. Se demostró que la proporción de personas que duermen poco (los que duermen menos de seis horas) no había cambiado mucho en los últimos 30 años. Y lo que resulta aún más sorprendente es que esa proporción era de sólo el 9,3% en 2006.

¿Por qué existe una diferencia tan grande en comparación con los datos de los CDC? «Probablemente porque esos estudios hicieron una pregunta diferente», declaró a Quartz Kristen Knutson, investigador del sueño de la Universidad de Chicago, que llevó a cabo el análisis de 2010.

Por ejemplo, en el caso de la encuesta de los CDC se pidió a los participantes que respondieran a la siguiente pregunta: «¿Cuántas horas de sueño obtiene de media al día?»

Knutson cree que las respuestas de esta pregunta pueden estar sesgadas de forma consciente e inconsciente, lo que puede hacer que la gente dé una respuesta diferente a la realidad. Dormir menos, por ejemplo, se asocia con ser más productivos y algunos pueden considerar como algo de moda decir que duermen menos. Algunos estudios también han demostrado que las personas subestiman la cantidad de horas que realmente duermen, especialmente aquellos que sufren de insomnio.

Un enfoque más eficaz consiste en preguntar cómo la gente pasa su día a día para luego obtener datos sobre el tiempo total empleado para dormir, que es lo que hace el estudio de Knutson, que utiliza datos de la American Time Use Survey (ATUS) y que contó con la participación de más de 150.000 personas.

Tanto los datos de los CDC y ATUS solamente cuentan con la participación de personas de EE. UU. Si hubiera un cambio cultural en los patrones del sueño, es probable que hubiera ocurrido en todo el mundo occidental y se reflejaría también en otros países.

Una revisión sistemática de 2012 de 12 estudios de 15 países, publicada en Sleep Medicine Reviews, puso de manifiesto que, entre 1960 y 2000, el número total de horas sueño en estos países no ha cambiado mucho. Aumentaron en menos de una hora por noche en siete países (Bulgaria, Polonia, Canadá, Francia, Gran Bretaña, Corea y Países Bajos), disminuyó en menos de 30 minutos por noche en Japón, Rusia, Finlandia, Alemania, Bélgica y Austria, y no mostró ningún cambio en Suecia y EE. UU.

Datos contradictorios

Cuando Shawn Youngstedt, investigador del sueño en la Universidad Estatal de Arizona, examinó estos estudios, se dio cuenta de que podría haber una manera de resolver estos resultados contradictorios. En lugar de utilizar los datos de los mismos participantes, quiso obtener datos objetivos registrados mediante el uso de instrumentos de sueño-vigilancia o por observadores de participantes que dormían en un laboratorio.

La revisión sistemática de Youngstedt y sus colaboradores, publicada en Sleep Medicine Reviews, tuvo en cuenta 168 estudios de datos objetivos llevados a cabo entre 1960 y 2013, y que contaron con más de 6.000 participantes de 15 países (obviamente una muestra mucho más reducida que la de los estudios con datos de los propios participantes). Esto también revela que el número total de horas de sueño no ha cambiado mucho en ese período. La mayoría de todos nosotros dormimos entre siete y nueve horas, y la proporción de aquellos que duermen menos de seis horas no ha aumentado en los últimos 50 años.

A pesar de esto, los CDC declararon a Quartz que la falta de sueño sigue siendo una epidemia para la salud pública. Según indican, las diferencias de los estudios «pueden haber surgido de las diferentes encuestas utilizadas, de las diferentes definiciones de lo que se considera poco sueño, así como de los diferentes análisis estadísticos realizados».

«Para que algo se considere una epidemia, es necesaria una gran cantidad de datos que respalden esta afirmación», declaró Youngstedt a Quartz. «Y los datos no parecen demostrarlo».

Así que ¿por qué entonces existe una preocupación generalizada de que dormir poco sea una «epidemia»? Se trata probablemente de una combinación de tendencias sociales que alimentan el mito.

Dormir es comúnmente considerado como una actividad de ocio, y la vida de ritmo rápido de hoy en día crea la impresión de que tenemos menos tiempo libre para descansar. Los casos de personas famosas que tuvieron éxito y dormían poco, como Margaret Thatcher y Marissa Mayer, no hacen más que empeorar las cosas.

Algunos también creen que puede que durmamos menos que nuestros antepasados, ya que estos no tuvieron acceso a la electricidad. La invención de la bombilla hizo cambiar nuestros hábitos de sueño, pero no la cantidad total de horas que dormimos. Antes del siglo XVIII, un modelo segmentado de sueño era algo común. La gente dormía cuatro horas, y luego se despertaban un rato y dormían cuatro horas más.

Dormir no se ha considerado algo esencial para la salud humana durante mucho tiempo, y como resultado no se han llevado a cabo muchos estudios bien diseñados. «Por ello probablemente nunca sepamos cuántas horas dormía antes la gente», dijo Youngstedt a Quartz.

Sus resultados no representan los patrones de sueño de todas las personas. Por ejemplo, los estudios han demostrado que los estadounidenses negros probablemente duerman mucho peor que los estadounidenses blancos, lo que se ha propuesto como una posible explicación de las grandes diferencias de salud existentes entre razas. Además, su estudio solo observó a los personas con buena salud, y no se puede decir si la falta de sueño aumenta el riesgo de enfermedades como la diabetes y la obesidad, o si las personas con riesgo de padecer la enfermedad sufren por la falta de sueño.

A pesar de que aparentemente dormimos lo suficiente, los científicos finalmente están comenzando a entender lo necesario que es dormir para gozar de una buena salud. El campo de la investigación del sueño está trabajando a un ritmo mayor y un número más elevado de personas tienen dispositivos portátiles para controlar las horas que duermen, por lo que pronto obtendremos más información al respecto. Mientras tanto, hay pocas razones que nos quiten el sueño preocupándonos por no dormir lo suficiente.

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