Una moneda que alcanza mínimos históricos, las peores cifras de desempleo en cinco años, el consumo por los suelos y una crisis política que empieza a hacer mella y que ha congelado la capacidad de los líderes políticos para sacar adelante en el Congreso medidas que tiren de una agonizante economía.
Las cosas se ponen cada vez peor para la economía brasileña, que hace no mucho se congratulaba de su buena fortuna, lo que agrava la ya de por sí delicada situación política de la presidenta Dilma Rousseff que, según las encuestas, es el presidente más impopular del país desde que este volviera a la democracia en 1985.
La presidenta trata de combatir los llamamientos generalizados que piden su destitución o su dimisión, lo que le da muy poco capital político para forzar medidas de austeridad en el Congreso que pongan fin a la hemorragia económica global.
Las tribulaciones de Brasil se han visto avivadas por el colapso de los últimos años del precio de las materias primas, debido en gran parte a la menor demanda procedente de una China en plena desaceleración económica. Los economistas culpan también al hecho de que no se realizara una reforma de los impuestos y al mercado de trabajo en la última década de bonanza, así como al colapso de un modelo económico basado en el consumo doméstico.
«No se trata simplemente de que Brasil consumiera la totalidad de sus ingresos procedentes de materias primas desde 2007 a 2011, sino a que consumió todo esto y mucho más pidiendo préstamos en el extranjero», dice Neil Shearing, economista jefe de mercados emergentes de Capital Economics en Nueva York.
No prepararse para años de escasez cuando su economía estaba expandiéndose creó una «mezcla tóxica bastante fea». Shearing comentó:
«Al desastre económico hay que sumar un desastre político y el hecho de que el gobierno sea incapaz de sacar adelante en el Congreso las medidas de austeridad fiscal necesarias para crear crecimiento».
Esta es fundamentalmente la razón por la que Brasil perdió su estatus de «investment-grade» (grado de inversión) cuando Standard & Poor's rebajó la deuda soberana del país este mes. Por su parte, los accionistas también están sufriendo: las empresas que cotizan en la principal bolsa de valores de Brasil, Bovespa, han perdido 1 billón de dólares en valor desde principios de 2011.
Escándalos, intrigas y Petrobras
En el terreno político, Rousseff se encuentra cada vez más aislada en medio del peor caso de corrupción que la nación ha visto hasta la fecha. Los fiscales dicen que las principales empresas de construcción e ingeniería pagaron más de 2.000 millones de dólares en sobornos a algunos políticos y altos cargos de la petrolera estatal Petrobras a cambio de contratos inflados en una época en la que la propia Rousseff era presidenta de la compañía. Mientras que la presidenta no se enfrenta a acusaciones formales por delito, el líder de la cámara baja sí se enfrenta a cargos por corrupción y el presidente del Senado está bajo investigación, contribuyendo aún más a la parálisis legislativa del país.
El escándalo ha inmovilizado a Petrobras, la que en una ocasión fuera el orgullo de la economía brasileña y empresa que contaba con catapultar a Brasil al estatus de los países desarrollados accediendo a vastas reservas petrolíferas descubiertas en los últimos años en alta mar, una riqueza submarina que ha sido incapaz de cumplir lo prometido.
Todo esto ha afectado asimismo al sector de la construcción, situado justo en el epicentro del escándalo. La construcción y la industria representan casi a la práctica totalidad de los 986.000 brasileños que han perdido su empleo en los últimos 12 meses, según un informe publicado el viernes por el Ministerio de Empleo.
Los problemas de la economía brasileña son variados y graves, con muy pocas soluciones a corto o medio plazo.
La moneda del país, el real, se ha desplomado un 35% frente al dólar este año, alcanzando un mínimo histórico en los últimos días de más de 4 a 1. El dólar, más fuerte, eleva la inflación en Brasil y paraliza a muchas de las principales empresas del país que mantienen deuda denominada en dólares, especialmente Petrobras, la mayor empresa de la nación.
La caída de la moneda ha sorprendido también a los consumidores brasileños que, durante años, disfrutaron de un real fuerte que hacía que los productos extranjeros parecieran más baratos.
Pero ahora, los brasileños están reduciendo los viajes a EE. UU., a donde legiones de ellos acudían en los últimos años para ir de compras. También están haciendo frente a unos precios que crecen sin parar en todos los artículos, desde los cosméticos hasta los medicamentos, pasando por los productos más básicos que pueden encontrarse virtualmente en todas las mesas de desayuno de los brasileños, lo que ellos llaman el «pan francés»: unos panecillos crujientes que se compran a diario y que han subido de precio, ya que Brasil importa más del 60% del trigo que consume.
Silvia Vasconcelos, un ama de casa que señala la sección de panadería de una tienda de comestibles en el barrio de Ipanema, en Río, donde el precio del pan ha subido en torno a un 30% en los últimos cinco meses, hasta alcanzar los 3,75 dólares el kilo, comentó:
«Este sencillo producto básico de la dieta brasileña, literalmente "nuestro pan de cada día", está empezando a ser demasiado caro para algunos de nosotros. Quién sabe hasta dónde subirán los precios pero, de momento, tengo que comprar menos de lo que me gustaría».
Con la inflación en el 9,5%, bastante por encima del objetivo tope del gobierno del 6,5%, el Banco Central tiene menos margen para recortar los tipos de interés de referencia, dijo Caio Megale, economista en Itau Unibanco, el mayor banco de Brasil.
Esto significa que los costes de endeudamiento se mantendrán altos tanto para las empresas como para los particulares, lo que dificulta el impulso del crecimiento interno.
Los exportadores de Brasil deberían ser los ganadores en medio de este panorama, porque una moneda local más débil hace que sus productos sean más baratos y, por lo tanto, más competitivos en el extranjero. Pero José Castro, presidente de la Asociación Brasileña de Comercio Exterior, dice que el dólar más fuerte no ayuda en absoluto. Las cosas están cambiando tan deprisa que la gente teme firmar contratos, ya que no se sabe qué dirección tomará la moneda.
«La previsibilidad es uno de los principales problemas», dijo. «Es demasiado inestable para cualquiera hacer negocios en estos momentos».