El fin de la era Merkel
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A medida que la plácida superficie de la sociedad alemana se ve alterada, es más difícil ver los aspectos positivos de la inmigración.

A principios de año Angela Merkel podía asegurar ser el político con más éxito del mundo. En aquellos momentos, la canciller alemana había conseguido tres victorias electorales consecutivas, era la figura política dominante en Europa y era inmensamente popular en Alemania.

Pero la crisis de los refugiados que ha estallado en Alemania probablemente conjurará el fin de la era Merkel. Con el país esperando recibir a más de un millón de refugiados en busca de asilo tan solo este año, la ansiedad pública va en aumento, así como las críticas a la Sra. Merkel procedentes de su propio partido. Algunos de sus aliados políticos cercanos reconocen que ahora existe la clara posibilidad de que la canciller tenga que abandonar su cargo antes de las próximas elecciones generales de 2017. Aunque lograra completar su mandato, la idea de una cuarta administración Merkel, que hace tan solo unos meses se discutió ampliamente, ahora parece bastante improbable.

En cierto modo, es algo bastante injusto. La Sra. Merkel no originó la guerra civil siria ni los problemas de Eritrea o Afganistán. Su respuesta a la difícil situación de millones de refugiados desplazados por conflictos ha sido audaz y compasiva. La canciller ha intentado estar a la altura de las mejores tradiciones de la Alemania de postguerra, incluyendo el respeto por los derechos humanos y la determinación de atenerse a las obligaciones legales internacionales.

El problema es que el gobierno de la Sra. Merkel ha perdido claramente el control de la situación. Los funcionarios alemanes respaldan públicamente la declaración de la canciller de «Podemos hacerlo». Pero si se escarba un poco en la superficie, lo que aparece es pánico: los costes crecen, los servicios sociales empiezan a chirriar, los sondeos dicen que la popularidad de la Sra. Merkel está cayendo y la violencia de extrema derecha está aumentando. Der Spiegel, un noticiario alemán, escribió esta semana que:

«Alemania en estos días es un lugar donde la gente se siente totalmente desinhibida a la hora de expresar su odio y su xenofobia».

A medida que la plácida superficie de la sociedad alemana se ve alterada, también lo hacen los argumentos sobre el impacto positivo a nivel económico y demográfico de la inmigración, que pierden empuje. En lugar de ello, van ganando terreno los temores sobre el efecto social y político a largo plazo de admitir a tantos recién llegados, en especial los procedentes del colapso de Oriente Medio.

Mientras tanto, miles de refugiados siguen dirigiéndose hacia Alemania, en una proporción de cerca de 10.000 al día (por el contrario, Reino Unido está ofreciéndose voluntario para aceptar a 20.000 refugiados sirios en los próximos cuatro años).

Probablemente Mutti se ha vuelto loca

Todo esto contrasta enormemente con la calma y el control que la Sra. Merkel solía irradiar, tanto que se la llegó a apodar Mutti (o «mamá»). A lo largo de 2014, mientras la Sra. Merkel capitaneaba la respuesta de Europa a la crisis de la eurozona y la anexión de Crimea por parte de Rusia, los votantes alemanes parecían más dispuestos que nunca a depositar su fe en el juicio de la canciller.

Sin embargo, la crisis de los refugiados ha revelado otra cara de la Sra. Merkel. Algunos votantes parecen haber sacado en conclusión que Mutti se ha vuelto loca, abriendo las fronteras de Alemania de par en par a los condenados de la tierra.

Por supuesto, esto no es más que una simplificación extrema del asunto. La decisión de Alemania del mes pasado de no devolver a los solicitantes de asilo sirios al primer país seguro al que entraron fue, en parte, un simple reconocimiento pragmático de que una política de tal naturaleza ya no era práctica. Sin embargo, esto fue percibido en gran medida como si la Sra. Merkel hubiera anunciado una «puerta abierta». Y la impresión perdura, lo que hace de Alemania (junto con Suecia) el país de elección de la UE para las personas en busca de asilo.

La única forma de invertir esta situación con rapidez sería construir vallas fronterizas al estilo de las que el gobierno húngaro de Viktor Orban ha construido. Algunos conservadores alemanes piden precisamente este tipo de medidas, pero es bastante improbable que la Sra. Merkel acoja la opción Orban. Sabe que una política así podría suponer el fin de la libre circulación de personas dentro de la UE y que también desestabilizaría seriamente la región de los Balcanes, al confinar allí a todos los refugiados.

En lugar de ello, la Sra. Merkel quiere una solución que valga para toda la UE. Pero los planes alemanes para un mecanismo obligatorio de distribución de los refugiados por la UE (y de un fondo de emergencia para compartir los gastos) se están encontrando con una firme resistencia. Como resultado de ello, las relaciones de Alemania con sus socios europeos, ya tensas por la crisis de la eurozona, están empeorando. La elección de un gobierno antiinmigración en Polonia este fin de semana tampoco es de ayuda.

¿Tiene tiempo aún la Sra. Merkel de revertir la situación?

Si el gobierno alemán tiene suerte, el invierno en ciernes ralentizará la llegada de refugiados, proporcionando un respiro para organizar la recepción de los solicitantes de asilo y para llegar a nuevos acuerdos con los países de tránsito, en especial con Turquía.

Si la canciller consiguiera retomar el control de la situación, todavía habría posibilidades para que en un período de 20 años de tiempo pudiera ser vista como la madre de una Alemania diferente, más vibrante y multicultural, un país que se aferró a sus valores cuando fue puesto a prueba.

No obstante, si el número de refugiados que se dirigen a Alemania continúa en sus actuales niveles durante algún tiempo y la Sra. Merkel sigue adelante con su compromiso de abrir las fronteras, la presión para que deje el cargo aumentará. En estos momentos, sin embargo, no hay rivales obvios. Pero una crisis continuada, sin duda, hará que aparezcan algunos.

Independientemente del destino y la reputación personal de la canciller, la crisis de los refugiados marca un punto de inflexión. La década posterior a que Merkel ascendiera por primera vez al poder en 2005 se percibe ahora como un período de bendiciones para Alemania en el que el país fue capaz de disfrutar de paz, prosperidad y respeto internacional, al tiempo que mantenía los problemas del mundo a una distancia segura. Esa era dorada ha llegado a su fin.

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