Turquía está al borde de una guerra civil
Umit Bektas/Reuters
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El partido islámico moderado de Erdoğan, el AKP, prometió reformas y crecimiento pero, en lugar de ello, ha pasado a consolidar su poder.

«Las viejas élites están tratando de recuperar el poder, pero no lo permitiremos» dice Ali Bodur, propietario de 38 años de una ferretería en la parte conservadora de Estambul, en el barrio de Kasimpasa, donde nació el Sr. Erdoğan.

A menos de 1,5 km subiendo la colina, en el distrito liberal de Karaköy, un estudiante de 24 años llamado Ozge Ulusoy también muestra una postura intransigente:

«La realidad es que la era Erdoğan necesita acabar antes de que el país descarrile aún más... Es un dictador».

El primer ministro elegido por primera vez en 2003, el Sr. Erdoğan, pasó la mayor parte de sus dos primeros mandatos centrado en modernizar la economía, traer estabilidad a la errática política turca, amansar a un ejército que había dado cuatro golpes de Estado en otras tantas décadas y empoderar a la mayoría piadosa del país, largamente subyugada.

Pero a medida que su poder ha ido creciendo (se convirtió en presidente en 2014, tras más de una década como primer ministro), también lo han hecho sus pretensiones de crear una «nueva Turquía» a imagen y semejanza de la de los Otomanos. Ha dejado de lado a reformistas y tecnócratas y ha intentado centralizar toda la autoridad en su persona. Al hallar resistencia, ha hecho uso de las palancas del poder estatal y de los medios de comunicación leales para tildar a sus críticos de enemigos y traidores.

Al mismo tiempo, muchas de las fuentes de la popularidad de sus inicios han ido menguando. La en una ocasión viva economía turca se ha ralentizado drásticamente y la moneda del país ha perdido el 25% de su valor desde enero.

Asimismo, un proceso de paz de tres años de duración entre Ankara y los militantes kurdos se ha venido abajo, dejando cientos de muertos y el país está cayendo cada vez más hondo en la guerra civil de la vecina Siria. Aumentando aún más la sensación de inseguridad, durante el último año se han producido tres atentados suicidas, incluyendo dos explosiones en Ankara que mataron a 102 personas en una manifestación por la paz el mes pasado.

Mientras tanto, el discurso político está sobrealimentado: los partidos de la oposición advierten de que el Sr. Erdoğan ha llevado al país al borde de una guerra civil, mientras que los funcionarios del AKP dicen que solo ellos pueden evitar el caos. La atmósfera en el país es tan tóxica que miles de emigrantes turcos que han vuelto a casa en los últimos años están considerando de nuevo salir del país.

Okan Demirkan, que volvió a Turquía desde Londres a principios de la era del AKP para establecer su bufete de abogados, Demirkan Kolcuoglu, dijo:

«Está haciéndose realmente difícil respirar en este país debido a la polarización. Vemos más solicitudes de permisos de residencia para EE. UU. que nunca y mucha gente está solicitando pasaportes para Reino Unido, Portugal y España. Ese es nuestro futuro: marcharnos del país».

El AKP rechaza dichas críticas y dice que Turquía sigue siendo una democracia estable, mientras que algunos de sus partidarios ven complots occidentales detrás de los recientes problemas del país. La realidad es que, en muchos aspectos, el país ha empezado a parecerse más a sus turbulentos vecinos árabes. Algunos observadores esperaban que los levantamientos del mundo árabe de 2011 hicieran que esos estados viraran hacia el aparentemente exitoso modelo turco. En lugar de ello, Turquía parece estar cayendo en la vorágine del sectarismo y la guerra de poder de Siria. La difusión de noticias en Turquía ofrece ahora una ración diaria de comentaristas enojados y escenas de conflictos entre las fuerzas de seguridad turcas y los rebeldes kurdos y células del Estado Islámico.

Ceylan, abogado de 32 años de Estambul, quien se negó a dar su apellido por miedo a sufrir represalias, dice:

El gobierno del Sr. Erdoğan «quería ser un líder en Oriente Medio, por lo que dirigimos al país hacia un edificio en llamas... Ahora nos estamos quemando y no estamos liderando absolutamente nada».

Funcionarios de Estados Unidos y la UE esperaban que el ejemplo del AKP animara a los partidos islámicos moderados a aparecer como aliados democráticos. Ahora esas esperanzas se han visto truncadas (salvo en Túnez). De hecho, la recesión de Turquía ha dado impulso a quienes sostienen que Washington debería respaldar la estabilidad autocrática en Oriente Medio, en lugar de a los grupos democráticos aliados con los partidos islamistas.

En mitad del cambio de rumbo se encuentra el Sr. Erdoğan, que se ha vuelto cada vez más sectario e intolerante tanto en su retórica como en sus acciones, hablando en contra de las potencias extranjeras y los críticos de su propio país y coartando a los medios de comunicación de la oposición.

Hace cinco años, el AKP todavía era considerado un partido de coalición liderado por conservadores que incluía a liberales y tecnócratas, pero el Sr. Erdoğan ha ido reestructurándolo poco a poco, aunque con decisión, para reflejar su visión del islamismo conservador. Suat Kiniklioglu, exlegislador del AKP, dijo:

«Lo que comenzó como una impresionante trayectoria política se dirige ahora al desastre. Se ha perdido una gran oportunidad y no tenía que haber sido de este modo».

Las desavenencias sociales, que vienen de lejos, se han visto ampliadas por la respuesta del gobierno a las amenazas percibidas. Las protestas a nivel nacional en 2013 y una investigación contra la corrupción que implicaba a la familia del presidente Erdoğan fueron señalados como complots extranjeros y se dieron de bruces con la represión policial y unos poderes judiciales y de seguridad más extensos.

Paradójicamente, la desintegración del modelo turco no ha reducido el papel de Turquía en una región turbulenta. Las potencias occidentales siguen viendo Ankara como un baluarte de estabilidad, por muy alarmadas que puedan estar por las ínfulas autocráticas del Sr. Erdoğan.

La primera prueba es la respuesta de la UE a la crisis de los refugiados, que salen a raudales de Siria. Los líderes europeos, que reprenden al Sr. Erdoğan por su retórica autoritaria, también lo reciben como aliado para ayudar a detener la oleada récord de inmigrantes que inunda el continente.

Mientras tanto, los estrategas de guerra de EE. UU. siguen viendo a Turquía como un factor clave en la batalla contra el Estado Islámico, a pesar de la fricción existente por la fijación de objetivos por parte de Turquía en grupos kurdos en Siria y la postura más condescendiente del Sr. Erdoğan con algunos grupos islámicos radicales.

Aun así, la importancia estratégica de Turquía no puede contener la preocupación por la reciente trayectoria del país. Las actuales divisiones ya se pusieron de manifiesto a principios de octubre en un partido de fútbol entre Turquía e Islandia en la ciudad conservadora de Konya, en Anatolia. Antes de que comenzara el partido, mientras se dedicaba un momento de silencio para conmemorar a las víctimas de los recientes atentados en Ankara, partes de la multitud estallaron en abucheos, gritando consignas derechistas y religiosas.

Soner Cagaptay, director del programa de investigación de Turquía del Washington Institute for Near East Policy (Instituto Washington para la Política del Cercano Oriente), dice:

«El ataque en Ankara «ue nuestro 11 de septiembre, pero no nos ha unido. Nos ha dividido».

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