Artus Mas tiene que convencer a la izquierda parlamentaria para ser reelegido como presidente del gobierno catalán.
El cabeza de lista por Girona de Junts pel Sí, Lluís Llach, ha aparecido este lunes en el primer pleno de la legislatura con la camiseta que utilizó el exdiputado de la CUP David Fernàndez en su primer pleno hace tres años. No es la única cosa que Junts pel Sí ha tomado prestada de la CUP, en vista del discurso que ha pronunciado en la tarde del lunes el candidato a la investidura, Artur Mas, que ha usado su faceta más camaleónica para reinventarse como un convencido socialdemócrata ante unas izquierdas parlamentarias de las que necesita el apoyo y convencido de que no lo tiene.
El president que solo hace cinco años llegaba al Gobierno exaltando el concepto business friendly, aquel que quería hacer de Catalunya lo que Merkel de Alemania o Cameron del Reino Unido, el mismo Mas que aseguraba tener que recortar «porque no hay más alternativa, se debe podar para que el árbol crezca con más fuerza», se ha presentado ante los diputados con un programa de gobierno que incluye medidas como un «plan de emergencia social», avanzar hacia «una renta garantizada de ciudadanía» o proteger el derecho a la vivienda.
Los objetivos de «un país más justo y equitativo», «una Catalunya con más trabajo, más estable y de más calidad» y «más transparencia y mejores prácticas públicas» han vertebrado el despliegue de un programa que, medida por medida, no le costaría defender a cualquier partido de centro-izquierda, que en Catalunya han sido históricamente ERC o el PSC.
A nadie que haya leído el programa de Junts pel Sí puede sorprenderle que su candidato, Artur Mas, defienda ahora exactamente los puntos con los que se presentó a las elecciones. Pero el convergente sí podría haber rebajado el tono social en su intervención, aunque fuese retóricamente. No lo ha hecho. Al contrario, lo ha inflado. Ha hablado de «bien común» y de «nueva política», de transparencia y de proceso constituyente. El candidato a la reelección ha seguido la estela marcada por la campaña de Junts pel Sí, cargada del simbolismo de la «nueva política» que tan buen resultado le dio a Ada Colau para ganar el Ayuntamiento de Barcelona.
Tanto el plan de gobierno socialdemócrata como la retórica de la nueva política ha sido vinculada con habilidad por el president a la constitución de un nuevo Estado.
Después de repasar una larga lista de medidas como proteger el catalán, mejorar las infraestructuras, intervenir en la regulación energética o gestionar las pensiones y las prestaciones del paro, se ha preguntado: «¿Podemos hacerlo? La respuesta la saben muy bien: es no». Mas enhebraba varias agujas, la social, la nacional y la de la regeneración, con el mismo hilo, el de la independencia.
Y en el centro de todo ello, él mismo. Su presidencia como única garantía de que el proceso independentista avance y de que haya una mayoría para echar a andar un programa de corte social. «La mayoría de 72 diputados a favor de crear un Estado independiente tiene el derecho y el deber de ir implementando el mandato recibido por parte de la ciudadanía, sin perder de vista los 52 diputados de la minoría», ha esgrimido Mas como una amenaza velada a la CUP, que ha reforzado con un lacónico: «Sin investidura no hay Govern y consecuentemente el proceso queda encallado».
Nada de eso mueve a la CUP, y el candidato a la reelección lo sabe. Mas acudirá este martes al pleno y comprobará que los números no le permiten la reelección. El mensaje que su partido sostiene, como una baza de negociación pero también como una medida de propia supervivencia, es que o Mas es elegido o habrá una repetición electoral en marzo.
Es precisamente la posibilidad de que Convèrgercia o su base social dé un paso atrás en la ruta independentista si Mas desaparece de escena lo que el president ha puesto sobre la mesa. Solo el Mas de Convergència, asegura su entorno, es capaz de convertirse en el Mas de Junts pel Sí sin dejarse porcentaje de voto en el camino. Y ese es, a día de hoy, el único valor con el que cree poder presionar a la CUP.