El aumento de dos grados de la temperatura global puede tener graves consecuencias.
Dos grados centígrados. Recuerda esta cifra. Tatúala en la piel de tus hijos. Dos grados que son un presagio y una brújula. Capitán, nos dirigimos hacia territorio desconocido, la amenaza es una ola de previsiones extremas. Dos grados, porque no disponemos de dos planetas. Tenemos uno, esta isla de náufragos. Frenar una bala climática no parece un objetivo fácil. El clima muta a una velocidad superlativa.
El consenso científico es del 97%: esta fuerza ha sido desencadenada por el hombre. Es el efecto de los gases invernadero que han alimentado y alimentan el modelo económico-industrial. Inequívoco. No tiene techo. Múltiples impactos. Fuego... «La influencia humana peligrosa», en el lenguaje técnico del centro de referencia en esta contienda, el Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC).
Todo empieza en París. 196 países deben enfrentarse en diciembre a un gigante alimentado por nosotros mismos, en la cumbre de las cumbres, la COP21 de la ONU. Un reto urgente: la Tierra no puede calentarse más allá de los dos grados de media en 2100. En caso contrario sería «absolutamente inmanejable», ha dicho la responsable de cambio climático de la ONU Christiana Figueres.
Antxon Olabe, economista ambiental, explica:
«Nunca la humanidad se ha enfrentado a un desafío así, es un problema nuevo y colosal».
Una cita para el armisticio
Esta será una lucha de la humanidad contra los cuatro elementos. Agua, agua... archipiélagos, islas densamente pobladas, pequeños atolones-estado, cubiertos por la sal creciente del Pacífico, inundados, amenazados los habitantes de Tuvalu, Kiribati, Salomón... con las mareas que tomarán el paraíso. Fuego, fuego... grandes bosques arrasados en el Mediterráneo, desiertos en avance amenazando la frágil Península Ibérica. Aire, aire... eventos extremos que multiplicarán su presencia y poder destructor. Tierra, sí: herida madre Tierra.
Hambre, desplazados, conflictos, estrés hídrico, extinciones... una panoplia de impactos previstos por la ciencia, en mayor o menor consenso, globales o locales, directos o indirectos, a los que podríamos estar abocados en caso de superar el límite de seguridad. Dos grados es el reto político; los científicos y los países más vulnerables esgrimen la zona de seguridad de 1,5.
«Lo razonable sería aplicar el principio de cautela, hay un límite en que el sistema se vuelve impredecible», explica Eduard Pla, miembro del Centro de Investigación Ecológica y Aplicaciones Forestales (CREAF) que está investigando el impacto que tendrá en nuestros recursos hídricos.
El resto es un viaje transfronterizo y una pregunta sin respuesta: ¿hasta qué punto podrán adaptarse los ecosistemas? ¿hasta qué límite está preparado el humano? «Si alcanzáramos los 4 o 5 grados el impacto sería de un salto como pasar de una época glaciar a otra no glaciar», dice José Manuel Moreno, vicepresidente del grupo II del IPCC.
Cada estación bate récords. 2015 será el año más caluroso medido, como lo fue 2014, y antes 2012. La ola de calor de 2003 –más de 40 grados y más de 70.000 muertos en Europa y Rusia– podría convertirse en el verano típico en 50 años si se cumplen los peores pronósticos. Aire... Esta es la mala noticia, el humo que indica el peligro. La buena es que si el humano representa el foco principal, la lógica es que pudiera sofocar el incendio. Estabilizar el clima. Detener las emisiones. Un nuevo escenario en el que las especies pudieran adaptarse. Agua... «Queda poco margen de maniobra», alega Moreno. La responsabilidad es mayúscula: regular el caos, la inercia, una transformación económica y social sin precedentes.
Por primera vez, todas las potencias, incluso las díscolas, dicen comprender el mensaje. «Somos la primera generación que siente las consecuencias del cambio climático y la última que tiene la oportunidad de hacer algo para detenerlo. No hay plan B», ha dicho Barack Obama, presidente de EE UU, segundo país más contaminante del mundo. «Mitigar el cambio climático es sumamente importante para China», ha corroborado el presidente del primero, Xi Jinping, que ya ha iniciado un programa de reforestación titánico, llamado la Gran Muralla Verde, para evitar el avance del desierto del Gobi.
Este es el parte de guerra contra la naturaleza tras el impacto de un ascenso en las temperaturas de solo 0,85 grados centígrados contabilizados hoy, a finales de noviembre de 2015, desde el inicio de la era industrial: observamos paisajes de la infancia corrompidos, subida del nivel de los mares, erosión de las costas, arrecifes de corales y ecosistemas boreales heridos, océanos acidificados, especies en peligro de extinción, retroceso arbóreo, cambios en el patrón de las precipitaciones, sequías sin precedentes, cosechas afectadas, trastornos en la migración de las aves, mariposas que huyen, abejas que mueren, diásporas vegetales y animales, floraciones prematuras, mortalidad vinculada al calor, mosquitos foráneos, intuimos la sed planetaria...
El cambio climático está aquí y es irreversible
En todos los escenarios previstos por el IPCC la Tierra seguirá calentándose más allá de 2100, incluso si hoy mismo obrara el milagro y redujéramos las emisiones a cero. La naturaleza devuelve los golpes con retraso, no es una madre histérica. Primero sus bosques y mares absorben la orgía disuelta de CO2. Eso se traduce en calor. Empiezan a sufrir los ecosistemas singulares, corales oceánicos que se tornan blanco espectro y no soportan bien la acidificación. Son un indicador biológico de alarma, el refugio de especies valiosas; aparecen cambios que golpean al humano en su salud o supervivencia. Nuestra economía es una yonki de la naturaleza, nos lo da casi todo. Si en París no se inicia la senda efectiva y revisable de reducción de emisiones para descarbonizar el planeta en 2050, nos encontraremos con la zona de penumbra.
Pla explica:
«Debemos fortalecer aquello que nos hace más vulnerables».
Adaptación, mitigación, resiliencia, buscan verbo en este siglo. Cuanto mayores sean las emisiones, esgrimen los estudios, peores serán las consecuencias. Esta ha sido la «década de los eventos extremos» para la Organización Meteorológica Mundial, que advierte además de que superamos el umbral de las 400 partículas por millón de dióxido de carbono en la atmósfera, un nivel no batido en 800.000 años, cuando los homínidos aspiraban a ser hombres.
«Tendríamos que haber actuado ya, superar la frontera de dos grados sería el punto de no retorno, con efectos irreversibles, porque la propia inercia nos llevaría a una situación imposible», dice Jonathan Gómez Cantero, climatólogo experto en riesgos climáticos y miembro del IPCC. El permafrost es la capa helada permanente de las zonas muy frías. Una lápida prehistórica de hielo. Contiene cientos de miles de toneladas de metano y CO2 en su interior. Si se deshiela empieza el carnaval de extremos. La temida retroalimentación. Más cambio climático.
El fenómeno natural del Niño, causante de graves perturbaciones ambientales, es este año es más potente que nunca y lo llaman Godzilla o Extraordinario. «Fenómenos que se producen cada 100 años serán cotidianos», advierte el Banco Mundial. Si todo continúa igual, si no frenamos la bala, si en París no se inicia la senda efectiva y revisable de reducción de emisiones para descarbonizar el planeta en 2050, nos encontraremos con la zona de penumbra. «Riesgo de impactos graves y generalizados», reza el V Informe del IPCC.
La naturaleza devuelve los golpes
La primera de estas bofetadas va dirigida a nuestra vergüenza: sufrirán los habitantes más vulnerables, la carne corrompida por la desigualdad; en las populosas barriadas de los márgenes andinos que esperan su avalancha; las culturas ancestrales que habitan en los espacios únicos de los hielos, como los inuit, los samis, los nenets...; los hambrientos que dependen de una cosecha y de la escasa agua potable disponible en el Sahel; quienes, en el africanizado sur de España, no dispongan de aire acondicionado o de espacios para cultivar olivos, vino o naranjas; los carentes de diques anticrecidas en la cuenca del Mekong; los que miran temerosos la costa polinesia; la superpoblada planicie de Bangladés que tomarán las aguas implacables, un delta habitado por millones de futuros desplazados climáticos. Es una cuestión básica de derechos humanos. «Con solo dos grados habrá perdedores», dice Moreno. Los impactos más graves los recibirán los países que menos han contribuido a generar este problema
Resiliencia, leerán los grandes dirigentes en el V Informe del IPCC: capacidad de un sistema social o ecológico de absorber una alteración sin perder su estructura básica y autoorganización. «Los impactos más graves los recibirán los países que menos han contribuido a generar este problema. Es una cuestión de justicia y equidad, cientos de miles de personas sufren y sufrirán sus efectos, y pasaremos a nuestros hijos y nietos 'el muerto' de un mundo con el sistema climático desestabilizado», explica Olabe.
Resiliencia... Detengámonos en este concepto. Encontramos estudios –como uno de la Universidad de Columbia– que vinculan la guerra en Siria con una sequía sin precedentes que ha sufrido la zona en la última década. Migraciones masivas, malestar, miseria. Un caldo de cultivo para la sublevación y la violencia. La producción de trigo del vecino Irak ha caído un 45% en relación a una cosecha normal, según el Programa de la ONU para el Desarrollo.
La capital de Yemen, Sana'a, podría ser la primera del mundo sin agua potable. El país está sumido en otra carnicería civil. John Kerry, secretario de Estado de EE UU, vincula la expansión del grupo terrorista Boko Haram con el cambio climático en Níger, sequías que han ayudado a convertir la región en un maremoto de estados fallidos. Resiliencia.
Mitigación. Para 2020 se espera un descenso del 50% de la producción de los cultivos de secano en distintos países, especialmente en África. El clima es un cooperador necesario en muchos de los crímenes presente y futuros. Un factor multiplicador. Se une a la destrucción del suelo, el cemento, la superpoblación, la deforestación, monocultivos, pesticidas, la sobrepesca, el despilfarro hídrico, los masivos incendios por el beneficio del aceite de palma en Indonesia –que emiten a la atmósfera tanto carbono como Inglaterra y Alemania juntas–, la contaminación que ciega el sol de invierno en las ciudades superpobladas chinas...
Adaptación. El delta del Ebro, un paraje natural único, una belleza asiática en la cuenca mediterránea, patria del arroz y las garzas, está en retroceso, y los sabrosos mejillones que allí cultivan mueren asfixiados por el calor. Los hielos y las nieves, nuestra principal reserva hídrica en verano, se retiran sin descanso en las altas latitudes, marcando mínimos, dejando a su paso un manto de cadáveres: en 2013, apareció en Siberia una momia de mamut en perfecto estado, con sangre líquida, una especie extinguida por otro cambio climático.
En Peio, en los Alpes italianos, el retroceso de los glaciares es épico –no solo porque es la fuente del 40% del agua dulce europea–: devuelve a la superficie los cadáveres agarrotados de los combatientes de la Primera Guerra Mundial. Incluso un virus prehistórico, el Mollivirus sibericum, de más 30.000 años, ha sido encontrado también en Siberia, y los científicos advierten de que podrían aparecer más y ser potencialmente peligrosos.
En la tundra, en el ignoto Kazajistán, una enfermedad ha barrido a la mitad de la población de los fascinantes antílopes saiga (120.000 ejemplares), y los expertos del Royal Veterinary College de Londres la vinculan al cambio climático. Las morsas y osos polares están iniciando en verano una marcha desesperada hacia el sur, un rebaño errante y confuso. «Hablo como un isleño que caminó por costas de muchos atolones, donde había playas de arena y cocoteros y ahora no hay nada, y esto continuará», ha dicho el mandatario de la Micronesia, Peter Christian, en la ONU.
«Hemos evitado el peor escenario, pero no estamos para tirar cohetes»
Así llegamos a la cumbre de París, la ciudad de la luz que aún contamina. Hemos perdido 30 años. Llevamos un gran número de encuentros multilaterales, tratados, cumbres, fiascos ¬–como en Copenhague– y aciertos, como el reciente tratado bilateral entre China y EE. UU..
La Unión Europea ha tomado la delantera y puede convertirse en un nuevo centro civilizador. La Europa que inició la revolución industrial tiene una deuda moral. «Hace tres años daban ganas de llorar, ahora parece que hemos evitado el peor escenario, pero no estamos para tirar cohetes», apunta Olabe, que está a punto de publicar su libro Homo Sapiens y Biosfera (Galaxia Gutenberg).
Por el momento, las iniciativas voluntarias de reducción de emisiones que han propuesto los países aún nos lanzan a la inasumible frontera de los 2,7 grados. Debemos exigir más, porque aún podemos frenarlo.
«De París se espera un inicio, allí no acaba nada. Se debe comenzar un camino revisable cada cinco años, tenemos la tecnología para cambiar nuestro modelo energético, superar el carbón y los combustibles fósiles. También saldrá un fondo millonario para ayudar en su desarrollo a los más países más vulnerables. Estamos a tiempo de estabilizar el clima», explica Tatiana Nuno, de Greenpeace. Es de justicia. Aire acondicionado sostenible o apocalipsis. Pero de París debería salir algo incluso más importante.
«Desde de la revolución industrial en Occidente nos ha dominado la idea de conquista de la naturaleza. Nos ha faltado un universo simbólico de equilibrio y armonía que atemperase nuestra depredación», añade Olabe. Armisticio. Fin de la guerra. Madre Tierra, diría un chamán, protégenos del monstruo climático que se alimenta de la esperanza de nuestros hijos. Eres nuestra isla, el equilibrio, nuestro futuro. Aire...