Marco Aurelio se lleva leyendo más de 1.800 años y hoy es sin duda tan importante como cuando era emperador del Imperio Romano.
Aurelio fue emperador del Imperio Romano durante casi dos décadas y también el autor de las inmortales Meditaciones. «Sin embargo, el título», escribe Gregory Hays en la introducción:
«Es uno que el propio Marcus seguramente habría rechazado. Nunca se consideró filósofo. Habría afirmado ser, como mucho, un estudiante aplicado y practicante muy imperfecto de una filosofía desarrollada por los demás».
Todo el que lee Meditaciones, desde los niños de la escuela primaria a los presidentes, aprende algo. No obstante, hay que advertir que el libro presenta un lado oscuro de la vida.
Para entender Meditaciones, primero debemos entender el papel de la filosofía en la vida antigua.
Si bien en aquel entonces existía un enfoque académico de la filosofía, también tenía un lado más práctico para la vida, es decir, «un conjunto de reglas para vivir nuestra vida». Una necesidad no satisfecha por la antigua religión, que «daba prioridad al ritual por encima de la doctrina y no aportaba mucho en cuanto a pautas morales y éticas». Se esperaba que la filosofía llenara este vacío.
«Las preguntas a las que Meditaciones intenta responder son las metafísicas y éticas», escribe Hays. Estas son preguntas eternas que todavía nos preguntamos. ¿Por qué estamos aquí? ¿Cómo puedo lidiar con el estrés y las presiones de la vida diaria? ¿Cómo puedo hacer lo que es correcto? ¿Cómo puedo lidiar con la pérdida y el dolor? ¿Cómo puedo manejar la desgracia? ¿Cómo vivimos cuando sabemos que un día no lo haremos? El primer libro, una sección especial dedicada a dudas y lecciones, «se distingue del resto de la obra por su carácter autobiográfico». Se compone de 17 entradas en las que Aurelio reflexiona sobre lo que ha aprendido de diversas personas influyentes en su vida. Estas son algunas de las lecciones que podemos extraer del primer libro:
Haga su propio trabajo
(De mi primer maestro): No posicionarse de un lado u otro en las carreras, luchas o juegos. Aguantar los malos ratos y no pedir nada. Hacer nuestro propio trabajo, no meternos en los asuntos de los demás y no desperdiciar tiempo con los que critican.
Lea con atención
(De Rústico) Leer con atención: no estar satisfecho con «solo conseguir la esencia de algo». Y no creerse todo lo que nos dicen.
El mejor elogio
(De Sexto) Para mostrar simpatía intuitiva por los amigos, tolerancia a los aficionados y pensadores descuidados. Su habilidad para llevarse bien con todo el mundo: Compartir su compañía era el mayor elogio.
La crueldad de las buenas familias
(De Frontón)... Reconocer la malicia, la astucia y la hipocresía que el poder produce, y la crueldad que a menudo muestra la gente de «buenas familia».
Seguir por la buena dirección
(De Máximo)... El sentido de seguir por la buena dirección en vez de que lo mantuvieran en la misma.
Y de su padre adoptivo, Aurelio aprendió:
Compasión. Inquebrantable adhesión a las decisiones, una vez que las ha alcanzado. Indiferencia a los honores superficiales. Trabajo duro. Perseverancia. Escuchar a alguien que pueda contribuir al bien público. Su tenaz determinación para tratar a la gente como se merecían. Saber cuándo seguir y cuándo retroceder. .... Sus preguntas en las reuniones. Una especie de mentalidad única, casi nunca contento con las primeras impresiones, o acabar con la discusión antes de tiempo. Su lealtad a los amigos, sin nunca hartarse o tener a alguno de favorito. Autosuficiencia, siempre. Alegría. Su planificación avanzada (con suficiente antelación) y su discreta atención incluso a las cosas de menor importancia. Sus limitaciones a las aclamaciones o a los intentos de halagarlo. Su administración del dinero. Su voluntad de asumir tanto la responsabilidad como la culpa. Y su actitud hacia los hombres: ni demagogia, ni favores, ni proxenetismo. Siempre sobrio, constante y nunca vulgar o preso de alguna moda.
[...]
La forma por la que mantenía sus actos públicos de forma discreta, la construcción de proyectos, la distribución del dinero y así sucesivamente, porque hacía lo que observaba que era necesario y no lo que pensaba que le iba a dar fama.
[...]
Se podría decir de él (como se suele decir de Sócrates) que sabía disfrutar y abstenerse de las cosas a las que a la mayoría de las personas les resulta difícil abstenerse y con las que es muy fácil disfrutar. Fuerza, perseverancia, autocontrol en las dos áreas: un alma con preparación e indomable.