El veneno de la Casa de Saud se extiende por Oriente Medio
Thaier Al-Sudani/Reuters
Página principal Análisis, Irán

La familia gobernante no será capaz de controlar el conflicto entre sunitas y chiítas que ella misma inició.

Resulta difícil ver cómo la ejecución que Arabia Saudí llevó a cabo en Año Nuevo pueda enviar la señal que pretendía: la de una monarquía absoluta en la que nunca se pondrá el sol y que aplica la ley en sus propios términos con una advertencia sangrienta a los que pretendan quebrantarla dentro o fuera del país. En cambio, parece más un mensaje de defensa que está envenenando aún más a Oriente Medio. Ese veneno no es algo que la Casa de Saud o el wahabismo, que lo legitima, pueda controlar, ya que el conflicto entre sunitas y chiítas que ellos ayudaron a crear sigue destruyendo la región.

Desde el acuerdo nuclear del año pasado entre las potencias internacionales encabezadas por EE. UU. e Irán, y el archirrival del reino se volviera imparable, los dirigentes saudíes parecen haber llegado a tres conclusiones. Sí, se han visto superados diplomáticamente y se sienten defraudados por su aliado estadounidense y mecenas. Al norte - y en gran parte debido a que consideran que EE. UU. está actuando de forma torpe, por primera vez en Irak y luego en Siria - Teherán ha cortado un arco chií a través de las tierras árabes desde Bagdad hasta Beirut. Le han dicho en repetidas ocasiones a Washington que lo que ellos ven como la punta de lanza de Irán de una yihad chií en la región es en realidad una amenaza mayor que ISIS.

Así que Riad parece decidida a garantizar que cualquier incursión respaldada por Irán en el Golfo está fuera de sus límites. El mensaje es que la península arábiga es terra sancta para (los sunitas) el Islam, que la Casa de Saud presume liderar por todo el mundo. No habrá invasión persa, ni cuartel para los chiítas locales - siempre considerados como idólatras por los fanáticos wahabíes, pero siempre vistos por el gobierno saudí como quintacolumnistas en un Irán radicalizado por su Revolución Islámica de 1979. La ya débil perspectiva de una transición negociada de la guerra civil en Siria se desvanece a la luz del aumento de la enemistad entre Arabia Saudí e Irán.

El rey Salman, quien subió al trono el año pasado, subrayó el mensaje lanzando en marzo una guerra en el vecino Yemen contra las fuerzas chiítas Houthi insurgentes. Pero, por si había alguna ambigüedad, Arabia Saudí ha ejecutado a Sheikh Nimr al-Nimr, un importante clérigo de la provincia oriental, rica en petróleo, donde los chiítas son mayoría. Nimr había hecho campaña por los derechos civiles, religiosos y políticos que el Estado saudí niega sistemáticamente a los chiítas. El clérigo iba contra la violencia, pero aún así fue ejecutado como un terrorista. El hecho de que 43 yihadistas sunitas fueran ejecutados a la vez por delitos de sangre por los que habían sido condenados hace más de una década, es visto por muchos chiíes saudíes, alrededor de 3 millones de personas, como una tapadera para un asesinato político que consideran como una declaración de guerra.

El gobernante de la Casa de Saud y sus partidarios wahabíes han sido los principales difusores de una marca puritana del Islam sunita fuerte y exclusiva, no solo en los países árabes, sino en todo el mundo islámico. Matar a Nimr abre otro compartimiento de la caja de Pandora en un momento de vulnerabilidad para Arabia Saudí.

La familia gobernante ha demostrado una extraordinaria resistencia en las últimas cuatro décadas: mediante la transformación de un reino del desierto forjado por la espada hasta convertirlo en un titán del petróleo y una potencia regional; y luchando contra los desafíos de nacionalistas panárabes u otras versiones del islamismo.

Pero las tres cosas en las que confiaron, la lenta pero constante toma de decisiones, la cohesión familiar y el dinero ilimitado, ahora parecen escasas.

El precio del petróleo se ha desplomado y las reservas se están agotando. La política está en manos de Mohammed bin Salman, el príncipe heredero, hijo favorito del rey enfermo, que es dinámico pero carece de experiencia. También se ha embarcado en una revisión de la gestión económica clientelista y paternalista del reino - recortando subsidios a la energía, por ejemplo.

Esta reforma se debería haber llevado a cabo hace mucho tiempo. Pero se trata de una reforma limitada como un bypass tecnocrático para los difíciles problemas políticos y sociales. Estos problemas no van a desaparecer. Y el nuevo liderazgo no solo está haciendo frente a una importante ofensiva en el extranjero - desde Yemen hasta Siria y gastando miles de millones de dólares en apoyar a sus aliados sunitas desde Egipto hasta Bahréin – sino que ha abierto un nuevo frente en casa.

Detrás de todo esto, la sangrienta demostración que los saudíes han hecho con Nimr, y su respuesta alarmada y belicosa a la actitud de Irán, siguen dando la impresión de que la Casa de Saud y los wahabíes están compitiendo con los yihadistas radicales de ISIS por quiénes están en mejores condiciones para controlar a los chiítas.

Fuente: Financial Times

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