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La vieja ecuación de que una caída en el precio del petróleo supone un estímulo para la economía parece haber dejado de funcionar.

Hubo una época en la que Blue Monday nos hacía pensar en una canción de New Order. Hoy en día es el tercer lunes de enero, supuestamente el día más deprimente del año.

Es discutible la existencia de alguna base científica que confirme esto, pero puede tener relación con el hecho de que la gente se sienta triste porque ha acabado la Navidad, porque empiezan a llegar las cuentas de las tarjetas de crédito y porque cuando salimos de casa para ir a trabajar por la mañana es de noche, al igual que cuando volvemos a casa.

Este año ha habido una razón más para sentirse deprimido:

Hacía más de 80 años que los mercados financieros no habían tenido un comienzo de año tan malo.

Ante este estado de ánimo tan pesimista, RBS aconsejó a sus clientes venderlo todo, aparte de los bonos de alta calidad.

Los mercados están obsesionados con el temor a la recesión y el trabajo de reparación de la mayor caída de la era de la posguerra está muy lejos de llegar a su fin. La suma neta de siete años de estímulos sin precedentes con tipos de interés cero y la flexibilización cuantitativa son el resultado de una recuperación a medias, con una ampliación de la brecha entre ricos y pobres, la crisis de los mercados emergentes y una profunda deflación en los países desarrollados.

Todo esto explica por qué los políticos esperan que los pesimistas estén equivocados y que los mercados estén montando un escándalo sin tener ninguna razón para hacerlo. De hecho, la caída de las acciones y el rápido hundimiento del precio del petróleo por debajo de los 30 dólares por barril quedará en el olvido si la economía mundial sigue creciendo al modesto ritmo actual.

La ecuación deja de funcionar

La idea de que la caída del precio del petróleo podría ser un problema parece a primera vista errónea. Desde principios de la década de 1970 se ha producido una ecuación simple: un fuerte aumento del precio del petróleo es igual a recesión global. Eso fue lo que ocurrió en 1973-74, 1979-80, 1990 y 2008. Mientras tanto, los períodos en los que el precio del petróleo ha estado cayendo, a mediados de la década de 1980 y la segunda mitad de la década de 1990, se han asociado con auges económicos.

Hay una razón para ello. Cuando el precio del petróleo sube, los productores se benefician, pero ahorran una buena parte de los ingresos extraordinarios. Cuando el precio baja, los consumidores son los que ganan, pero gastan más de lo que ahorran. Por ello, el hecho de que el barril de petróleo cotizara levemente por debajo de los 30 dólares por barril el viernes por la noche en lugar de 115 dólares por barril como lo hacía en agosto de 2014 debería ser una buena noticia. Esto significa que la gasolina está más barata, las facturas de energía tienen un coste más reducido y los gastos de transporte de las empresas son también más bajos.

No obstante, la vieja ecuación no parece estar funcionando en esta ocasión. Los productores de petróleo están sin duda sintiendo el impacto, pero el crecimiento mundial se está desacelerando en lugar de acelerarse. Los mercados temen que esto se deba a que la caída del precio del petróleo sea un síntoma de debilidad de la demanda en lugar de un exceso de oferta.

Esto está también relacionado con el estancamiento del crecimiento del comercio, una disminución de los flujos de mercancías en EE. UU., una caída en el índice Baltic Dry (una guía imperfecta pero muy observada en cuanto al número de movimientos de mercancías por barco) y las fuertes caídas en el precio de los metales industriales. Los precios del cobre, del mineral de hierro y del aluminio han caído también, lo que hace más difícil argumentar el hecho de que el colapso del precio del petróleo se deba simplemente al exceso de oferta y a la incapacidad del cártel de la OPEP de actuar.

Dicho esto, la caída del precio del petróleo debería proporcionar un estímulo, ya que al poner más dinero en manos de los consumidores y las empresas, se debería producir el mismo efecto que una reducción de impuestos o de los tipos de interés. Cuanto menor sea el precio del petróleo, mayor será el impulso, aunque con dos salvedades importantes.

La primera es que algunos de los grandes productores de mercado emergentes de petróleo y otras materias primas siguen teniendo dificultades. Muchos de ellos se enfrentan a un posible cóctel tóxico ante la ampliación de los déficit comerciales, divisas y las deudas que tienen pagarse en un dólar más débil.

La segunda condición es que un período de deflación prolongado puede evitarse. Cuando los precios del petróleo cayeron fuertemente a finales de 2014, la suposición de los bancos centrales era que el impacto sería transitorio. La inflación caería pero como los empleadores y los empleados sabían que los precios del petróleo podrían volver a subir, esto no tuvo ningún impacto duradero a nivel de acuerdos salariales.

Eso es ahora una suposición cuestionable. La inflación está por debajo del objetivo en la mayoría de los países avanzados, y se teme que baje aún más como resultado de la reciente bajada de los precios del petróleo y la voluntad de China de utilizar la depreciación de la moneda para exportar productos baratos al resto del mundo.

China escapó de lo peor de la recesión de 2008-09 a través de una mezcla de gasto público y un auge del crédito. La deuda privada se ha duplicado en los últimos ocho años y se ha producido una expansión de la capacidad industrial, en gran parte improductiva en un momento en el que la demanda global ha decaído. Pekín puede tener éxito en sus intentos de reequilibrar la economía para que deje de ser dependiente de las exportaciones y aumente la demanda interna, pero el proceso será largo y difícil. La tentación de impulsar las exportaciones mediante la depreciación de la moneda es fuerte.

Si esto sucediera, se cuestionaría la credibilidad de la Reserva Federal y, en menor medida, la del Banco de Inglaterra. La decisión de la Reserva Federal de elevar los tipos el mes pasado se rige por la creencia de que la caída del desempleo conduciría a acuerdos salariales más generosos y, finalmente, a una mayor inflación. Desde hace años, Threadneedle Street ha expresado en repetidas ocasiones su opinión de que la caída del desempleo dará lugar a una presión al alza sobre los salarios.

No obstante, el crecimiento salarial de EE. UU. no se está acelerando, y los ingresos medios en el Reino Unido eran 2,4% más elevados que en comparación con el mismo periodo el año anterior. Esto supone un descenso del 3% en comparación con el trimestre anterior. Excluyendo los bonos, el crecimiento de las ganancias se redujo del 2% al 1,8%. Se esperan nuevas caídas en los últimos datos salariales que publicará la Oficina Nacional de Estadística el miércoles.

Una explicación a todo esto es que la economía se ha enfriado. Otra es que los empleos que se están creando son de baja calificación, en los sectores salariales más bajos de la economía, y que esto está suponiendo una caída generalizada de los salarios.

Sin embargo, la explicación más preocupante es que los empleadores han empezado a asumir que la caída de la inflación a cero es permanente en lugar de temporal y se utiliza un punto de referencia más bajo cuando comienzan las negociaciones salariales.

El pronóstico más reciente publicado por el Banco es que los ingresos semanales medios se incrementarán en un 3,75% este año. Este dato parecía optimista cuando el pronóstico se hizo en noviembre, pero ahora parece aún menos creíble. La caída de los precios del petróleo conlleva una menor inflación durante más tiempo, con un mayor riesgo de deflación por el efecto multiplicador sobre los salarios.

Ese riesgo significa que no hay perspectivas inmediatas de que el Banco suba los tipos de interés. De hecho, la posibilidad que parece ahora se imponer es que el próximo paso sea proporcionar más estímulos.

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