El escritor y empresario Mark Manson habla sobre el problema de hacernos la pregunta incorrecta sobre la vida.
Todo el mundo desea cosas que le hacen sentirse bien. Todos quieren vivir sin problemas, felices y con una vida fácil, enamorarse y tener sexo y relaciones increíbles, parecer perfectos y ganar dinero, ser populares, respetados y admirados, y un completo ídolo.
A todos les gustaría esto- es normal.
Si te pregunto. «¿Qué esperas de la vida?» y me contestas algo así como, «quiero ser feliz y tener una estupenda familia y el trabajo que me gusta», es tan general que casi no significa nada.
Una pregunta más interesante, una que quizás no has tenido en cuenta nunca antes, es «¿qué dolor quieres sufrir en tu vida? ¿por qué estás dispuesto a luchar?». Porque eso parece determinar realmente el resultado de nuestras vidas.
Todos quieren tener un trabajo increíble e independencia económica- pero no todo el mundo quiere pasar semanas de 60 horas de trabajo, sufrir largos desplazamientos, un papeleo odioso, navegar por jerarquías de empresa arbitrarias, ni el desdén que provocan los confines de un infinito cubículo infernal. La gente quiere ser rica sin riesgos, sin sacrificio, sin la gratificación tardía necesaria para acumular riqueza.
Todos quieren tener buen sexo y una relación increíble- pero no todo el mundo está dispuesto a pasar por las profundas conversaciones, los extraños silencios, los sentimientos de dolor y el psicodrama emocional que te conduce a ello. Y así lo constatan. Lo constatan y se preguntan «¿y qué?» durante años y años, hasta que la pregunta cambia de «¿y qué?» a «¿para qué sirvió?» de no ser para bajar sus niveles y expectativas de hace 20 años, entonces ¿para qué?
Porque la felicidad requiere lucha. Lo positivo es el efecto secundario de gestionar lo negativo. Solo se pueden evitar las experiencias negativas durante un tiempo antes de que vuelvan a irrumpir en la vida.
Dentro del núcleo del comportamiento humano, nuestras necesidades son más o menos similares. La experiencia positiva es fácil de gestionar. Es la negativa contra la que todos, por definición, luchamos. Por tanto, los resultados en nuestra vida no están determinados por los buenos sentimientos deseados, sino por los malos sentimientos que estamos dispuestos a soportar para llegar a los buenos.
La gente quiere un físico impactante, pero esto no se consigue a no ser que aprecie de forma legítima el dolor y el esfuerzo físico que conlleva vivir en un gimnasio hora tras hora, a no ser que le encante calcular y medir los alimentos que ingiere o que su vida gire en torno a pequeñas raciones.
La gente quiere lanzar su propio negocio o tener independencia económica, pero uno no se convierte en un empresario de éxito si no encuentra la manera de apreciar el riesgo, la incertidumbre, los fallos repetidos y el trabajar una locura de horas en algo que no tienes ni idea de si va a prosperar o no. La gente quiere un compañero, una esposa. Pero no se llega a atraer a alguien increíble sin apreciar las turbulencias emocionales que se derivan del desgaste que provocan los rechazos, la tensión sexual que no se descarga nunca y el estar pegado a un teléfono que nunca suena. Forma parte del juego del amor. No se puede ganar si no se juega.
Lo que determina tu éxito no es «¿qué es lo que quiero disfrutar?». La pregunta es, «¿qué dolor quiero soportar?». La calidad de tu vida no está determinada por la calidad de tus experiencias positivas, sino por la calidad de las negativas. Y saber gestionar bien las experiencias negativas es saber gestionar bien la vida.
Hay muchos malos consejos que dicen, «¡solo tienes que desearlo mucho!»
Todos quieren algo y todos quieren algo mucho. Solo es que no son tan conscientes de qué es lo que quieren, o de lo que quieren «tanto».
Porque si quieres todo lo bueno que te pueda aportar algo en la vida, tienes que querer también el precio que cuesta. Si quieres un cuerpo de playa tienes que querer el sudor, las agujetas, los madrugones y los desvanecimientos por hambre. Si quieres el yate, tienes que querer también las largas noches de trabajo, los riesgos de la empresa y la posibilidad de mandar a la porra a una persona o a diez.
Si resulta que quieres algo mes tras mes, año tras año, es que nada pasa y que nunca vas a tenerlo cerca, quizás entonces lo que quieras realmente es una fantasía, una idealización, una imagen y una falsa promesa. Quizás lo que quieres no es lo que quieres, solo te divierte quererlo. Quizás no lo quieres al final para nada.
A veces preguntamos a la gente, «¿cómo prefieres sufrir?» Entonces inclinan la cabeza y me miran como si tuviera monos en la cara. Pero pregunto porque eso me dice más de la gente que sus deseos y fantasías.
Porque hay que elegir algo. No se puede tener una vida sin dolor. No puede ser todo rosas y unicornios. Y al final, esa es la dura pregunta que importa. Preguntar sobre el placer es lo fácil. Y muchos de nosotros tenemos respuestas similares. La pregunta sobre el dolor es más interesante. ¿Qué dolor quieres soportar?
Esa respuesta te llevará realmente a algún lugar. Es una cuestión que puede cambiar tu vida. Es lo que me hace ser yo y a ti ser tú. Es lo que nos define y separa, y lo que al final nos junta.
En la mayor parte de mi adolescencia y juventud, he fantaseado con ser músico – una estrella del rock, en particular. Con cada canción de guitarra que oía, cerraba los ojos y me veía en el escenario tocándola en medio de los gritos de la multitud, el público perdía la cabeza completamente con la fina improvisación de mis dedos. Esta fantasía podía mantenerme ocupado durante horas hasta el final. La fantasía continuó hasta la universidad, incluso después de abandonar la escuela de música y dejar de tocar de forma seria. Pero incluso entonces nunca se trató de si me decidiría alguna vez a tocar frente a multitudes alborotadas, sino del momento. Esperaba el momento oportuno para invertir la cantidad de tiempo y esfuerzo necesarios para lanzarme y empezar a trabajar. Lo primero, tenía que acabar los estudios. Después, tenía que ganar dinero. Después, encontrar el tiempo. Y después… nada.
A pesar de fantasear con ello la mitad de mi vida, la realidad nunca llegó. Y me llevó mucho tiempo y muchas experiencias negativas averiguar al final el porqué: en realidad no lo quería. Me enamoré del resultado- la imagen mía en el escenario, la gente alborotada, yo sacudiéndome a ritmo de rock, vertiendo mi corazón en lo que tocaba- pero no estaba enamorado del proceso, y por ello fracasé. Repetidamente. Diablos, ni siquiera lo intenté lo suficiente como para fracasar. Casi ni lo intenté.
La tediosa práctica diaria, la logística de encontrar un grupo y ensayar, que la gente pudiera actuar y que le importara algo. Las cuerdas rotas, el amplificador fastidiado, el gasto de 40 euros en el transporte del equipo para los ensayos sin tener coche. Es una montaña para un sueño y una subida kilométrica a la cima. Y lo que me llevó mucho tiempo descubrir es que no me apetecía mucho la subida, solo quería imaginarme la cima.
En nuestra cultura se diría que de alguna forma me he fallado a mí mismo, que soy un fracasado o un perdedor. La autoayuda diría o que no he tenido el suficiente valor, o no he sido lo suficientemente decidido o no he creído lo suficiente en mí. La comunidad de empresarios/innovadores me dirían que me amilané en mi sueño y que me rendí a mi condición social convencional. Me dirían que tendría que haber tenido un mayor autoconvencimiento o haber diseñado un plan estructurado, o haberlo expresado, o lo que sea. Pero la verdad es bastante menos interesante que todo eso: Pensé que quería algo pero resultó que no era así. Fin de la historia.
Quería la recompensa pero no la lucha. Quería el resultado pero no el proceso. No me gustaba la lucha sino solo la victoria. Y la vida no funciona así.
Tu identidad se define por los valores por los que estás dispuesto a luchar. La gente que disfruta con la lucha en el gimnasio es la que llega a estar en forma. La gente que disfruta con largas semanas de trabajo y la política de ascenso empresarial, son los que ascienden. La gente a la que le gustan las tensiones y la incertidumbre de la vida del artista hambriento, es al final la que vive de ello.
Esto no es una llamada a la fuerza de voluntad ni al «valor». No es otra admonición como «no hay triunfo sin dolor». Es el componente más simple y básico de la vida: nuestras luchas determinan nuestros éxitos. De manera que elige tus luchas con inteligencia, amigo mío.