Ya hay casos de Trump en Europa
Joe Skipper/Reuters
Página principal Análisis, Donald Trump, EE. UU.

¿Por qué tanta indignación de los medios europeos si ya hay casos en el continente de políticos con su ideología?

Ante tanta indignación, uno pensaría que los europeos nunca se habían enfrentado hasta ahora a algo de la talla de Donald Trump. El diario francés Libération no dudó en calificarlo como «la pesadilla americana». El semanario Der Spiegel alemán le dio una bofetada en su portada delante de las llamas que arrasaban una bandera estadounidense (en la versión en línea el fuego se mostraba en movimiento.) Por todas partes en el continente europeo, existe un creciente aumento en el nivel de alarma de los medios sobre la posibilidad de que Trump podría convertirse en presidente de EE. UU.

Sin embargo, por mucho que los titulares lo conviertan en un fenómeno americano, en Europa, Trump podría encajar perfectamente. Su mezcla de nativismo nacionalista y el proteccionismo económico ha demostrado ser una fórmula ganadora para los partidos de extrema derecha en todo el continente. El ascenso de Trump es una reminiscencia de Jean-Marie Le Pen, que sorprendió a los medios de comunicación franceses y a la clase política cuando llegó a la segunda vuelta de las elecciones presidenciales de su país en 2002. Un exparacaidista que había cuestionado la importancia histórica del Holocausto, se consideró demasiado poco tradicional, demasiado ordinario y, francamente, demasiado racista como para tener la oportunidad de ostentar el cargo más alto del país.

Los votantes lo decidieron de manera diferente. En el momento en que se contaron los votos, el candidato, al que habían considerado como una broma, fue uno de los dos candidatos a la presidencia.

«Yo seguía diciendo: “Tened cuidado, podría ganar”», recuerda Christiane Chombeau, quien en ese momento cubría el movimiento político de extrema derecha para el diario Le Monde. «Nadie me creyó. Ellos decían, “No se preocupe. No va a suceder”».

Le Pen perdió las elecciones, pero su partido ha ido ganando en popularidad desde entonces, especialmente después de que fuera reemplazado como líder en 2011 por su hija Marine Le Pen. De hecho, fue ella misma la encargada de echarlo del partido el año pasado después de que se volviera aún más polémico. Al anciano Le Pen le gusta lo que ve a través del Atlántico. El 27 de febrero tuiteó lo que equivalía a una aprobación del desarrollador, convertido en estrella de televisión de Nueva York: «Si yo fuera estadounidense, votaría por Donald Trump... Que Dios lo proteja».

Los euro-Trumps

La aparición de lo que podría llamarse los euro-Trumps se ha visto impulsada por la creciente importancia de la inmigración como cuestión política, alimentada por un sentimiento de que la Unión Europea se ha convertido en una institución que no puede dar respuesta a la voluntad del pueblo. Estos políticos nacionalistas han sido llevados hasta la prominencia por el largo estancamiento económico que siguió a la crisis financiera de 2008.

Los homólogos europeos de Trump obtienen su apoyo de los votantes de la clase trabajadora, los grandes perdedores de la globalización que se sienten atrapados entre una élite que no tiene en cuenta sus intereses y una creciente clase de los inmigrantes de los que les preocupa que no compartan sus valores. «Es gente que siente que la democracia liberal les ha fallado», dice Duncan McDonnell, profesor de ciencias políticas en la Universidad de Griffith en Brisbane, Australia, y coautor de Populists in Power (Populistas al poder). «Se sienten abandonados, y están dispuestos a explorar otras opciones».

Son tan comunes las personalidades políticas como las de Trump en Europa que resultaría más fácil contar los países que no han tenido a alguien así. En Italia, el líder del partido antiinmigración Liga Norte es un bróker bastante importante. Su líder del Senado, Roberto Calderoli, una vez públicamente y sin complejos comparó a Cécile Kyenge, primer miembro del gabinete negro del país, con un orangután. En Finlandia, la marca suave del nacionalismo nórdico del Partido Finlandés ha puesto a su líder de ministro de Exteriores. El Partido de la Libertad de Austria, el Amanecer Dorado de Grecia, el Partido Popular Danés, los Demócratas de Suecia, el Partido de la Independencia del Reino Unido, y el Partido del Pueblo Suizo están avivando las llamas de la xenofobia hacia el éxito electoral.

Comparaciones

El político europeo con quien más se compara a Trump es el exprimer ministro italiano Silvio Berlusconi. Aunque los dos hombres comparten un estilo similar de presentación, la comparación se queda corta cuando se trata de propuestas de políticas. Dejando de lado el comportamiento personal, Berlusconi es, al menos de palabra, un conservador tradicional de libre mercado. Trump se muestra más moderado, por no decir totalmente de izquierdas, cuando se trata de la economía, ya que se opone a los recortes a la Seguridad Social y se comprometió a proteger los empleos estadounidenses a partir de los acuerdos de libre comercio, aunque ponga en el mismo saco a inmigrantes mexicanos y violadores y se comprometa a prohibir la entrada de musulmanes en EE. UU.

El lugar de Trump en el espectro político es más similar al de Geert Wilders, un parlamentario holandés que ha basado su carrera en atacar a los inmigrantes en general y a los musulmanes en particular.

«La estrategia de Trump es exactamente la misma que la de Wilders. Nunca se retracta. Nunca se disculpa», dice Meindert Fennema, que ha escrito una biografía del político holandés.

Al igual que Trump entre los republicanos, el partido de Wilders está muy por delante en las encuestas. Con las elecciones que se espera que se celebren en los Países Bajos dentro de un año, podría recibir el doble de votos que su rival más cercano.

Si Europa, de todos los lugares, no se ha vuelto inmune a la derecha radical, ningún lugar puede hacerlo.

La historia política de Wilders es instructiva. Entró en la política en 1997 como un campeón rabioso del mercado libre. Pero a medida que pasaban los años, se giró hacia la izquierda económicamente, ya que se dio cuenta de que los votantes a los que estaba intentando atraer estaban más interesados ​​en la protección de sus bolsillos que en las regulaciones. Más recientemente, Wilders ha comenzado a considerar el estado de bienestar holandés como algo que debe ser defendido contra los inmigrantes.

Él y Trump comparten un dominio de la política bajsta y un don para insultar en el momento oportuno. Wilders describió una vez al jefe de la oposición parlamentaria como «un caniche corporativo que aúlla y hace pis en un árbol, pero cuando el primer ministro llega salta en su regazo». En una cultura política holandesa que por lo general se caracteriza por la cortesía, ha desestimado discursos parlamentarios por ser «diarrea»y ha calificado a las mezquitas como «lugares de odio».

Y no hay que olvidarse del pelo. Wilders luce un peinado abultado inmediatamente reconocible, con ondas rubias rizadas que parecen que estuvieran pintadas por Vincent van Gogh. «Es una herramienta política muy inteligente», dice Tom-Jan Meeus, columnista político en NRC Handelsblad, uno de los periódicos más importantes del país. «Se le califica de un político independiente. Es uno de los miembros más veteranos del parlamento del país, pero debido a su corte de pelo, nadie se dará cuenta».

Wilders también ha dado su apoyo a Trump. El día después de que el candidato presidencial republicano propusiera un cese temporal de la inmigración musulmana, Wilders twitteó: «Espero que @realDonaldTrump sea el próximo presidente de EE. UU. Bueno para EE. UU., bueno para Europa. Necesitamos a líderes valientes».

La versión europea de Trump

Europa también puede ofrecer una visión de lo que sería la presidencia de Trump si llegara a la Casa Blanca y cumple con sus promesas de campaña. En Hungría, el gobierno del primer ministro Viktor Orbán se ha vuelto cada vez más autoritario. Recientemente se ha posicionado como defensor de la cristiandad contra una afluencia de inmigrantes musulmanes, en respuesta a la mayor crisis de refugiados vista desde la Segunda Guerra Mundial, para lo que ha defendido la construcción de un muro en la frontera con Serbia y ha aprobado una ley que hace que la inmigración ilegal se castigue con tres años de cárcel. Orbán, el que fuera una vez considerado campeón de la democracia, puesto que pidió la retirada de las tropas soviéticas cinco meses antes de la caída del Muro de Berlín, se ha inclinado ahora hacia la derecha. Como primer ministro, ha recortado la libertad de prensa, ha socavado los controles y equilibrios de su país, y ha desacreditado el fracaso de la «democracia liberal».

Para estar seguros, los sistemas políticos en EE. UU. y Europa son muy diferentes. El sistema de votación proporcional en muchos países europeos, por ejemplo, hace que sea más fácil para un pequeño partido unirse y sobrevivir. En las concurridas primarias presidenciales, el voto proporcional favorece la aparición de puntos de vista minoritarios muy arraigados.

Sin embargo, la lección para los estadounidenses desde el otro lado del Atlántico está clara. Incluso si Trump no gana en noviembre, la ideología política que ha desatado, o tal vez expuesto, es poco probable que desaparezca. Si, de todos los lugares, las naciones de Europa no han desarrollado anticuerpos contra la derecha radical, ningún país puede esperar ser inmune. En caso de que la candidatura de Trump a la presidencia no dé la talla, es difícil imaginar que continúe haciendo campaña durante décadas, a la espera de otra oportunidad. No obstante, lo que está construyendo es probable que se quede.

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