La marcha de Erdogan hacia la dictadura
Joshua Roberts/Reuters
Página principal Análisis, Turquía

El cuerpo de seguridad de Recep Tayyip Erdogan maltrató a los periodistas y manifestantes en un evento en el que el presidente turco estaba hablando.

Los medios de comunicación y los críticos del presidente ya están acostumbrados a estos incidentes, pero ellos probablemente no imaginaban lo que les ocurriría en Washington DC, donde Erdogan estaba hablando en la Institución Brookings.

El altercado con los periodistas es solamente una manifestación física de lo que le ha estado sucediendo a la libertad de prensa en Turquía desde que se eligió a Erdogan como presidente en 2014 (después de más de una década como primer ministro).

Desde entonces, las redacciones de prensa que el presidente ha considerado críticas con él han sido atacadas, se ha detenido a periodistas y se les ha acusado de espionaje, ha sido cerrado un periódico de la oposición y se ha deportado a periodistas extranjeros y se les ha hostigado por sus actividades.

De hecho, Freedom House, el grupo de defensa de la democracia, afirma que la prensa en el país «no es libre» después de un declive de cinco años en la libertad de prensa. Reporteros Sin Fronteras, un grupo de vigilancia de los medios, puso a Turquía en el puesto 149 de 180 países en su índice de Libertad de Prensa Mundial del 2015 (una mejora del puesto 154 en 2014).

Y probablemente vale la pena señalar un par de cosas: lo que los medios de comunicación turcos están experimentando hoy en día es muy similar a lo que han vivido bajo gobiernos militares anteriores. Erdogan, que aún es muy popular en Turquía, comenzó su mandato en 2003 como un reformador con quien prosperaron los medios de comunicación.

La situación ha cambiado en Turquía, por lo menos desde que Erdogan es presidente y está intentando aumentar sus poderes. Pero la situación que lo rodea también ha cambiado. La intensa participación de Turquía en la guerra civil siria (donde apoya a los grupos que luchan contra el Presidente Bashar al-Assad) y su campaña contra los rebeldes kurdos, a quienes ve como terroristas, constituye la base de gran parte de la campaña contra los medios de comunicación.

Un claro ejemplo de esta campaña es Zaman, el principal periódico del país, que está estrechamente vinculado a Fethullah Gulen, el influyente clérigo residente en EE. UU. y antiguo aliado de Erdogan a quien el presidente turco ve ahora como el jefe de un movimiento terrorista. A principios de este mes, un tribunal turco –sin ofrecer motivos- puso a Zaman bajo el control del Estado, convirtiendo efectivamente un periódico de la oposición en una publicación a favor del gobierno de la noche a la mañana.

Luego está el caso que implica a Can Dündar, el director de Cumhuriyet y a Erdem Gül, el redactor jefe del periódico en Ankara. Su periódico publicó una historia en mayo de 2015 que afirmaba que Turquía estaba enviando armas a islamistas en Siria. La reacción de Erdogan: «La persona que escribió esta noticia pagará un precio alto por esto, no lo pasaré por alto».

Se detuvo a los dos periodistas en noviembre y se les acusó de espionaje en relación a la historia. El juicio a puerta cerrada, que empezó la semana pasada, se ha aplazado hasta el 1 de abril. Los periodistas han negado los cargos, pero se enfrentan a cadena perpetua si se les declara culpables. Human Rights Watch, en una declaración, afirmó que el proceso «está sometiendo al periodismo a juicio y es uno de los procesos con más irregularidades en Turquía en los últimos tiempos».

Se han arrestado entre 14 periodistas en 2015, el doble de la cifra del año anterior.

«Es tan difícil obtener información que no estamos seguros de cuántos periodistas se han detenido», declaró Nina Ognianova del Comité para la Protección de Periodistas. «La campaña es implacable».

En los últimos años, el gobierno turco ha utilizado los temores generalizados sobre los posibles golpes de estado y el terrorismo para justificar los esfuerzos cada vez más descarados de silenciar a la oposición. Para ello, se ha ampliado la definición de ambos términos, hasta tal punto que la retórica del gobierno depende cada vez más de palabras tales como amenaza de golpes de estado, soldados y terrorista.

Erdogan no es el único de los aspirantes autoritarios a usar los posibles temores de conspiraciones extranjeras y nacionales como justificación para llevar a cabo acciones antidemocráticas. Pero mezclando la realidad y la fantasía, y basándose en la larga historia de golpes de estado en Turquía y su amenaza terrorista real, ha conseguido un amplio apoyo popular para llevar a cabo sus medidas autoritarias.

De hecho, Turquía ha sufrido bastantes golpes. El primero, en 1960, cuando los militares juzgaron y ahorcaron al primer ministro. Proclamándose como un mártir de la democracia, Erdogan y sus seguidores han afirmado que este es el destino que le espera al país si sus oponentes vuelven al poder. Más recientemente, en 1997, el ejército derrocó a un gobierno islamista en un «golpe posmoderno», reuniendo a burócratas, periodistas y organizaciones de la sociedad civil en un movimiento coordinado que, con el uso de la fuerza, obligó a dimitir al primer ministro.

Por ello, muchos de los partidarios de Erdogan ahora afirman que las restricciones a la libertad de expresión son necesarias para mantener el control del país y evitar que el país se vuelva a hundir en una era de autoritarismo militar. Pero el espectro de un golpe de estado post-moderno es particularmente peligroso para la libertad de expresión. La idea de que un golpe de estado implicaría a conspiradores civiles y la posibilidad de utilizar la propaganda anti-gobierno para ganar el apoyo de los ciudadanos hace que confundir los golpes de estado con la crítica y la libertad de prensa resulte fácil.

Paradójicamente, las acciones cada vez más autoritarias del gobierno están recibiendo con más frecuencia críticas dentro y fuera del país, proporcionando una prueba más que Erdogan puede utilizar para dar credibilidad sus sospechas de que la oposición está conspirando en su contra. Y, por supuesto, las críticas que recibe de occidente por su comportamiento antidemocrático también le sirven como prueba de que, según él, los países extranjeros también están conspirando en su contra.

Fuente: The Atlantic

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