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Los miles de refugiados que atraviesan las fronteras de Europa representan una futura revolución, ante la que muchos europeos se sienten abrumados.

Muchos creen, aunque equivocadamente, que las miles de personas que se reúnen en las fronteras de Europa y las miles que ya han cruzado son refugiados de un alzamiento que fracasó: la Primavera Árabe. En realidad, personifican una verdadera revolución del siglo 21 que aún está por llegar.

En 1981, investigadores de la Universidad de Michigan en su Encuesta Mundial de Valores descubrieron que los nigerianos eran tan felices como los alemanes occidentales a pesar de ser materialmente mucho más pobres. Casi cuatro décadas después, la situación ha cambiado radicalmente. En la mayoría de los lugares, según las últimas encuestas, la felicidad es directamente proporcional al producto interior bruto per cápita.

La difusión de Internet ha hecho posible que los jóvenes africanos o afganos vean con un solo clic cómo viven los europeos. La gente ya no compara su vida con la de sus vecinos, sino con la de los habitantes más prósperos del planeta. Sueñan no con el futuro, sino con otros lugares. Los smartphones y las redes sociales hacen más fácil cruzar fronteras y mantener aún sus identidades étnicas y religiosas. Es posible seguir siendo sirio mientras se vive y trabaja en Londres o Berlín. Puede mantenerse en contacto permanente con aquellos que dejó atrás o seguir los titulares desde casa.

En este mundo conectado, la migración - a diferencia de las utopías que vendieron demagogos del siglo pasado- ofrece un cambio radical al instante. La revolución del siglo XXI no requiere ideología, movimiento político o líder político. No cambia el gobierno ni la geografía. La ausencia de sueños colectivos hace a la migración la elección natural del nuevo radical. Para cambiar su vida necesita un barco, no un partido. Con el aumento de la desigualdad social y el estancamiento de la movilidad social en países como Ucrania y Rusia, es más fácil cruzar las fronteras nacionales que las barreras de clase.

Pero la revolución migratoria tiene la capacidad de inspirar una contrarrevolución y rehacer nuestras democracias. Históricamente, la democracia fue la manera en la que Europa integró a los extranjeros y se abrió al mundo; este puede ser perfectamente solo un instrumento de exclusión y de cierre.

Europa dice basta

Los innumerables actos de solidaridad hacia los refugiados que huyen de la guerra y la persecución que se vieron el año pasado en Europa, hoy son eclipsados por lo inverso: un miedo generalizado a que estos extranjeros vayan a comprometer el modelo de bienestar y las tradiciones; que vayan a destrozar las sociedades liberales al amenazar los derechos de la mujer. Los conservadores temen que el flujo de inmigrantes sea una sentencia de muerte para las culturas de las naciones europeas. El miedo al Islam radical, al terrorismo, a la criminalidad y a una preocupación general sobre lo desconocido son la esencia de un pánico moral.

Muchos en la UE se sienten abrumados – no por el más de un millón de refugiados que han solicitado asilo – sino por la perspectiva de un futuro en el que emigrantes atraviesan sus fronteras constantemente.

El futuro envejecimiento y la disminución de la población que auguran los demógrafos está asustando incluso a los europeos más valientes. Las mayorías que se sienten amenazadas han surgido como una fuerza influyente en la política. No solo extremistas como el Frente Nacional en Francia y el Ukip de Gran Bretaña, sino también el partido en el poder de Hungría, Fidesz, y Law and Justice (ley y justicia) en Polonia están ejerciendo el papel de defensores de las “mayorías amenazadas". Temen y odian la idea de un "mundo sin fronteras" y exigen una UE con fronteras claramente definidas y bien protegidas. Están convencidos de que la crisis es el resultado de una conspiración entre elites de mentes cosmopolitas e inmigrantes de mentes tribales.

La situación está cambiando radicalmente la política europea y la visión del mundo de muchas personas en el continente. Si ayer apostaban su seguridad con la perspectiva de que Europa estaría rodeada por democracias liberales deseosas de formar parte de la UE, hoy esperan poder estar rodeados de regímenes amigos, ya sean liberales o no, dispuestos y capaces de cambiar el rumbo de la marea de refugiados. Ese poder blando tan atractivo para los extranjeros es ahora visto por los Estados miembros como una fuente de vulnerabilidad. El referéndum holandés del miércoles sobre el acuerdo de asociación entre la UE y Ucrania es un claro ejemplo de este estado de ánimo. Los votantes que están a favor del No quieren enviar el mensaje de que Europa no solo no quiere recibir refugiados, sino que no desea que más países se unan a la UE.

Este cambio de postura se puede apreciar en las relaciones con Turquía. Para asegurarse el apoyo del país para aliviar la presión de los refugiados, los gobiernos europeos están “ignorando” el autoritarismo creciente de Ankara. Quieren dejar claro que Europa no es un lugar tan agradable como los extranjeros creen.

En conclusión, los líderes de la UE se encuentran atrapados entre la retórica de la revolución democrática como una respuesta a los problemas de un mundo interdependiente y la cruda realidad de la migración como revolución.

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