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Bret Stephens, columnista político de The Wall Street Journal, escribe por qué el deseo de Angela Merkel de complacer al líder autoritario turco Erdogan representa un problema para todo Occidente.

¿Cómo el humanitarismo europeo se convierte en un camino hacia la rendición moral? En Alemania, están empezando a descubrirlo.

Jan Böhmermann es un escritor alemán de sátira política - piensa en una versión más joven de Jon Stewart - que, en su programa de televisión el mes pasado, leyó en voz alta un poema lascivo sobre Recep Tayyip Erdogan. El poema estaba repleto de alusiones sarcásticas a la anatomía del presidente turco, a sus presuntas relaciones con los animales de granja y a su maltrato a las minorías religiosas y étnicas.

¿Fue gracioso? Mi mujer, que es alemana, lo pone en la categoría de “tan infantil que da risa”. Pero Böhmermann planteó una cuestión grave, encuadrando de manera explícita su poema como un ejemplo de Schmähkritik o invectiva y, por lo tanto, no necesariamente protegido por la ley alemana.

Su principal objetivo era poner a prueba los límites de la libertad de expresión, al igual que el comediante estadounidense George Carlin hizo en la década de 1970 con sus famosas "siete palabras que no se pueden decir en la televisión".

La estratagema salió bastante bien. El Ministerio de Asuntos Exteriores de Turquía hizo una petición formal al gobierno alemán para procesar a Böhmermann según una ley de la era Wilhelmine (conocida como la Sección 103 y anteriormente utilizada por el Shah de Irán y Augusto Pinochet de Chile) que prohíbe los insultos contra líderes extranjeros.

Erdogan también ha presentado una demanda contra el cómico, que está ahora bajo protección policial en vista del destino de los escritores de sátiras europeos que recientemente han herido las sensibilidades musulmanas.

Nada de esto es tan sorprendente: El gobierno turco está llevando a cabo actualmente cerca de 2.000 procesos judiciales contra ciudadanos turcos acusados ​​de insultar a Erdogan, algunos de los cuales implican a niños en edad escolar que han hecho algunas publicaciones en Facebook. Además, hace poco los guardaespaldas de Erdogan atacaron a algunos manifestantes que protestaban contra él en Washington, D.C.

Está en la naturaleza de los actos violentos no reconocer límites, morales o territoriales. También está en la naturaleza del Occidente liberal la búsqueda constante de un compromiso con los criminales.

ZDF, la cadena pública alemana que retransmite el programa de Böhmermann, retiró inmediatamente el video ofensivo de su página web, aunque se compromete a pagar los gastos legales. La canciller alemana, Angela Merkel, dijo al primer ministro turco, Ahmet Davutoglu, que el poema le pareció "deliberadamente hiriente," un comentario revelado por su portavoz.

Más peligrosamente, la canciller permitió que el proceso judicial siguiese adelante cuando tenía la autoridad legal para detenerlo, alegando que es asunto del poder judicial mientras que promete derogar la ley bajo la cual se presentó la demanda. Esto se supone que es la cumbre del pragmatismo, una forma de apaciguar a Erdogan, a pesar de que es poco probable que un tribunal alemán imponga más sanciones a Böhmermann.

Sin embargo, lo que se oculta detrás de los procesos judiciales no disimula la estimación más cobarde de Merkel, que es su necesidad de calmar a Erdogan después de que el mes pasado accediera a evitar que los refugiados inunden Europa a través de Turquía a cambio de miles de millones en ayuda financiera y la exención de visado para los turcos en Europa. Un acuerdo se supone que es un acuerdo, pero el presidente turco no es de los que se dejan sobornar (políticamente). De ahí la necesidad de apaciguarlo con el juicio de un comediante.

Las pequeñas concesiones generalmente conducen a mayores concesiones. Alemania pronto podría derogar la Sección 103 y Böhmermann puede ser reivindicado en la corte. Sin embargo, por ahora Erdogan sabe que nada es tan moralmente flexible como un político occidental desesperado por evitar una decisión difícil, por lo que espera encontrar nuevas vías para imponer su voluntad y sus valores en una Europa flexible.

Esto es especialmente cierto para Merkel, que en 2015 se dispuso a aceptar un millón de refugiados de Medio Oriente, sin preguntar.

Ahora esos refugiados, algunos de ellos con mala conducta, están provocando una reacción política violenta que aviva recuerdos molestos para los alemanes y la canciller necesita la salida política más fácil para protegerse de las consecuencias de su humanitarismo imprudente. Eso resulta ser una traición a los valores muy liberales que afirma defender.

La cuestión más importante es hasta dónde Merkel y otros líderes europeos están dispuestos a ceder a los gustos de Erdogan y otros autócratas. Esta semana Der Spiegel señaló que “el acuerdo con Turquía es algo más que un pedazo de papel para Merkel - es una prueba de que la crisis de los refugiados se puede resolver por otros medios distintos a una alambrada”.

Pero, ¿qué dice acerca de la aptitud de Merkel como líder político que preferiría arriesgar los derechos a la libertad de expresión de los ciudadanos alemanes, quienes tienden al necesario si a veces feo asunto de la auto-preservación de la nación?

Cabe destacar que, el Partido Socialdemócrata de izquierdas de Alemania, que se encuentra en un gobierno de coalición con Unión Demócrata Cristiana de Merkel, se ha opuesto a su capitulación ante Erdogan.

También en Francia, es el Partido Socialista de François Hollande y Manuel Valls el que ha visto muy clara la necesidad de mantenerse firme en los valores fundamentales de un Estado laico. En la Europa de hoy, esa es la prueba clave de liderazgo, una que Merkel no está pasando.

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