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30 años después del desastre de Chernóbil, la flora y fauna están creciendo en el desierto radioactivo.

Fue el peor desastre nuclear de la historia, con miles de toneladas de residuos radiactivos arrojados en la atmósfera y provocando la evacuación de más de 100.000 personas.

Pero 30 años más tarde de que su reactor número 4 explotara en una columna de humo radiactivo, el páramo abandonado alrededor de la central nuclear de Chernóbil es uno de los hábitats más importantes para los científicos que estudian la fauna y flora autóctonas en Europa.

“Hace 30 años, ocurrieron dos cosas a la vez. Toda el área se contaminó con la radiación, y la población humana desapareció”, dijo el profesor Mike Wood, naturalista de la Universidad de Salford, mientras introducía varas de plástico de muestra en un pedazo de tierra irradiada.

“Eso nos da una oportunidad única para comparar los impactos de ambas cosas”.

El profesor Wood es una de los pocos científicos británicos que intentan responder a una pregunta que hace reflexionar: ¿fue el peor accidente nuclear del mundo menos perjudicial para los ecosistemas naturales que para los humanos?

La explosión de Chernóbil dispersó toxinas radiactivas por toda Europa, mató a incontables miles de personas a causa del cáncer y otras enfermedades relacionadas con la radiación, y continúa causando defectos de nacimiento y enfermedades en Bielorrusia, Rusia y Ucrania.

La nube de material radiactivo fue tan tóxica para los bosques cercanos que franjas de pinos sencillamente murieron, y el área que rodea la central no será habitable para las personas durante cientos, si no miles, de años.

Sin embargo, un número cada vez mayor de naturalistas cree que el accidente puede haber producido beneficios ambientales inesperados.

Crías de alces en la zona de exclusión de Chernóbil

En menos de diez días después del accidente del 26 de abril de 1986, casi toda la población de 120.000 personas había sido evacuada de una zona de exclusión de 30 kilómetros alrededor de la planta.

Dejaron tras de sí un área de unos 4.662 kilómetros cuadrados que se extendía a ambos lados de la frontera con Ucrania y Bielorrusia – incluida la antigua ciudad de 800 años de Chernóbil, decenas de pueblos, e incluso una base militar soviética de alto secreto.

Hoy en día, los bloques de apartamentos en ruinas y las calles abandonadas de Prípiat son tristemente famosas en todo el mundo por ser símbolos de lo que puede suceder cuando la energía nuclear va mal.

Pero con los seres humanos fuera de la escena, las especies de animales y aves salvajes están deambulando por lo que de hecho es una de las reservas naturales más grandes de Europa – aunque no haya sido intencionado.

Jabalíes, lobos, alces, y ciervos en particular, se han desarrollado en estos bosques y praderas.

La “zona”, como se conoce popularmente, se ha convertido en un santuario improbable para faunas más escurridizas, incluyendo el lince, el bisonte europeo en vías de extinción – que deambulaba por la frontera de Bielorrusia – y una creciente población de caballos de Przewalski, un equino salvaje liberado en la zona en la década de 1990. A esta raza extremadamente poco común le está yendo tan bien en ese área que las manadas están empezando a traspasar la zona.

A finales de 2014, una cámara oculta instalada por Sergei Gaschak, biólogo ucraniano que ha sido pionero en la investigación sobre la biodiversidad de Chernóbil, grabó la presencia de un oso pardo – no una especie en peligro de extinción, sino una que no había sido registrada en la zona desde hacía más de un siglo. Han sido vistos varias veces desde entonces.

El profesor Nick Beresford, un experto en Chernóbil que trabaja en el Centro de Ecología e Hidrología de Lancaster, sostiene:

“Podría decirse que el efecto global fue positivo. La radiación es una cuestión de mayor riesgo potencial. Pero cuando los seres humanos están cerca, a los animales simplemente les disparan o pierden su hábitat".

Aunque el resurgimiento de la fauna y flora en la “zona” es ampliamente conocido, aún no se comprende bien.

Los profesores Wood y Beresford están dirigiendo unidades de trabajo separadas dentro de un proyecto llamado Transferencia, Exposición y Efectos, un esfuerzo financiado conjuntamente por el Consejo de Investigación del Medio Ambiente (NERC por sus siglas en inglés), la Agencia de Medio Ambiente, la empresa Radioactive Waste Management Ltd, y el Consejo de Instalaciones Científicas y Tecnológicas (STFC por sus siglas en inglés), con el objetivo de llenar algunos de esas lagunas.

Instalando una cámara oculta en tres zonas que en líneas generales representan una contaminación alta, media y baja respectivamente, y cotejando las imágenes capturadas con otros indicadores de la salud del ecosistema, como los excrementos de animales y muestras del suelo, esperan formar una idea de las densidades de población que nos dirá cómo, en todo caso, los ecosistemas de Chernóbil se diferencian de los demás.

Gran parte del trabajo implica recorrer los bosques radiactivos, arrodillarse en tierra radiactiva, y recoger excrementos potencialmente radiactivos.

Aunque el profesor Beresford cree que la investigación del grupo demostrará un fuerte resurgimiento en las poblaciones animales durante los últimos 30 años, algunos científicos todavía afirman enérgicamente lo contrario: la población de mamíferos ha descendido, no crecido – lo que indica que la radiación en efecto ha tenido un impacto catastrófico.

La investigación no se centra en los animales en solitario, en gran parte por los retos logísticos de capturar y controlar ejemplares salvajes.

Esto significa que prácticamente no hay aún datos sobre el número cada vez mayor de casos de cáncer, defectos de nacimiento, mutaciones genéticas u otros impactos conocidos de la radiación – todos muy estudiados en humanos – en la población animal de Chernóbil.

La salud de los lobos, caballos y bisontes que fueron grabados con las cámaras ocultas sigue siendo un misterio – aunque existen pocas dudas de que sufren de alguna manera.

No solo son los animales quienes han regresado a Chernóbil

Mientras los niveles de radiación disminuyen con la descomposición natural de los radionucleidos (30 años marcan la mitad de la vida del Cesio 137, uno de los principales contaminantes del accidente), los seres humanos también han regresado.

La histórica ciudad de Chernóbil, situada a aproximadamente 16 kilómetros al sur de la central eléctrica, es ahora una ciudad dormitorio que aloja a unos tres mil trabajadores, científicos y policías que vigilan, controlan y mantienen la zona.

Trabajando en turnos rigurosos para mantener su exposición a la radiación a niveles bajos, forman una comunidad predominantemente masculina, para quienes una alta radiación de fondo es simplemente parte del trabajo.

Para muchos, la zona no es ni un lugar de trabajo ni un laboratorio, sino un hogar.

Leonid Rindyuk, de 87 años, y su esposa Ekaterina, de 89, que trabajaron durante décadas en las grúas flotantes descargando barcazas fluviales antes del accidente, fueron evacuados de Chernóbil el día después del accidente en 1986.

Al igual que otros evacuados, recibieron un piso en Kiev así como unas modestas prestaciones del Estado. Pero nunca se han acostumbrado a la vida en la ciudad, y en 1993 regresaron a la casa de madera centenaria construida por el abuelo de Rindyuk en las orillas del río Prípiat.

"No me gusta Kiev. Hay que mirar en todas direcciones antes de cruzar la carretera y yo estoy ya mayor. Aquí soy feliz”, dijo Rindyuk.

Una chimenea sobre el reactor destruido en la central nuclear de Chernóbil, que quedó en segundo plano, y un gigantesco arco de acero se están construyendo para cubrir los residuos del reactor que explotó en la ciudad de Prípiat cerca de Chernóbil, en Ucrania.

Actualmente, hay 187 repatriados, la mayoría de 80 y 90 años, distribuidos por la zona. Dependen en gran medida de la agricultura de subsistencia, la búsqueda de alimento y la pesca (no exactamente legal) y a veces tienen una tensa relación con las autoridades de la zona, que les llaman "colonos" y les imponen unas estrictas normas para evitar que cualquiera de sus alimentos cosechados salga de la zona.

Leonid Struk, un vecino de Rindyuks y uno de los residentes más jóvenes con 57 años, dijo:

"Solo os pido una cosa. No nos llaméis 'colonos'. Somos residentes de la zona. Este es nuestro hogar".

"En cuanto a la radiación - mirad, todos aquellos con la misma edad de Ekaterina y Lyona que se marcharon, han muerto y todos los que volvieron aún están vivos. Las autoridades analizan el nivel de radiación en nuestros productos cada otoño y nunca encuentran nada”, explicó Struk, que trabaja en la zona transportando material radiactivo al depósito.

Aunque cada vez más frágiles, Leonid y Ekaterina han sobrepasado la esperanza de vida en Ucrania, que actualmente es de 63 años para los hombres y 76 para las mujeres.

Treinta años después del peor accidente nuclear de la historia, la central nuclear de Chernóbil está envuelta tanto en una desolación silenciosa como en una actividad estrepitosa, el sentido de un pasado arruinado y un futuro difícil.

Las autoridades que dirigen la zona desde hace mucho tiempo dejaron de hablar sobre el asunto. Mientras que la policía se asegura de que ningún alimento salga de la zona, no se intenta expulsar a los repatriados, y varios locales y funcionarios admitieron que generalmente a los vecinos se les permite la pesca y la caza furtiva en los ríos y los bosques.

"Les damos recomendaciones pero no tenemos ningún poder legal para decirles lo que deben hacer. Sabemos que generalmente nos ignoran", explicó Leonid Bogdan, el jefe del laboratorio equipado por la Unión Europea que controla la contaminación en la zona, incluyendo las encuestas anuales sobre los alimentos que cultivan los llamados "colonos".

Un par de besugos de agua dulce, pescados por los colonos en el río Prípiat, aproximadamente a 10 kilómetros de las aguas que están debajo de la central nuclear, salieron a la superficie perfectamente limpios, en términos radiológicos, como pudo verse en las pruebas. Eso no sorprende a nadie necesariamente, afirmó Bogda, pero eso no quiere decir que el río - o cualquier otra cosa - sea seguro.

La verdad, dijo, es que no se puede hablar de una contaminación generalizada en un área amplia. Los mapas muestran que la contaminación varía bastante a través de la zona, dependiendo del lugar donde el cesio, el plutonio y otras partículas de la explosión llegaron a la tierra.

"Le puedo decir la radiactividad que tiene en aproximadamente unos tres metros cuadrados de terreno. Pero no en una cantidad mayor que esa y va a ver las variaciones dentro de ella. Por eso no dejamos que la comida salga de la zona. Puede ser que esté limpia un día y contaminada al siguiente", explicó.

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