El presidente aislado se aferra al poder mientras su país se sume aún más en el caos.
Como presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, de 53 años de edad, ha llegado a extremos ridículos para elogiar la memoria de Hugo Chávez. Ha afirmado comunicarse con el espíritu de su predecesor, que se manifiesta como un "pajarito". En las reuniones del Consejo de Ministros sostiene un libro de dichos de su mentor como si fueran las sagradas escrituras. Incluso ha sugerido que Chávez debería ser santificado: una transgresión inusual del Cristianismo por su metedura de pata, al comparar una vez el socialismo venezolano con el momento en el que "Cristo multiplicó los penes" – en lugar de decir "peces", figurando así "penes" como una de las peores confusiones de palabras en la historia.
Estas cosas absurdas serían graciosas si la presidencia de Maduro y el estado del país que ha gobernado durante tres años no fueran tan dramáticos.
Venezuela, que ha demostrado tener las mayores reservas de energía del mundo, debería ser una nación rica y moderna.
En cambio, después de 17 años de gobierno revolucionario, es el ejemplo más claro de la mala administración que ha dado lugar a otros gobiernos de izquierda en la región, como en Brasil y Argentina, que están perdiendo el poder mientras el auge de los productos básicos ha caído.
Hoy en día, Venezuela se enfrenta a apagones, al aumento de la inflación, a tasas de homicidio que lo convierten en el segundo país con más asesinatos y a la escasez de productos básicos y medicamentos. Esta semana José Mujica, el ex presidente de Uruguay, dijo que Maduro está "loco como una cabra". Más de dos tercios de los venezolanos creen que no debería finalizar su mandato. En cambio, el Mugabe de América Latina está tratando de fortalecer su posición.
Hace dos semanas, Maduro se otorgó a sí mismo poderes excepcionales para suprimir las protestas. La semana pasada afirmó que el país de la OPEP estaba sufriendo una "brutal ofensiva mediática y política" por parte de los países del Eje "Washington-Miami-Madrid". En su Twitter escribió: "Adelante con amor… en la lucha de hoy en día por la independencia, la paz y la felicidad".
A pesar de que tiene un índice de aprobación del 26 por ciento, esas exhortaciones han causado solo leves aplausos entre sus seguidores vestidos de rojo, que van en autobús para oírle despotricar contra figuras como Mariano Rajoy, el presidente del Gobierno de España al que considera "un racista, pieza corrupta de la basura colonial".
El ascenso de Maduro era tan poco probable como predecible era la caída de Venezuela en el caos. Nacido en una familia de clase obrera de Caracas, fue uno de los cuatro hijos que se convirtió en un militante en lugar de graduarse de la secundaria.
Después de recibir una educación socialista durante un año en La Habana, regresó a su ciudad natal donde trabajó como conductor de autobús y llegó a ser líder sindical de la red de metro. Elegido para el Congreso en 1998 después de que Chávez ganase la presidencia, este seguidor de Sai Baba - un gurú indio conocido por la producción de joyas de oro de la nada - se convirtió en Presidente de la Asamblea Nacional, cuando entonces era ministro de Relaciones Exteriores en 2006.
El rápido ascenso se debió a su trato fácil y su lealtad revolucionaria. Si Chávez le pedía romper y luego retomar las relaciones con Bogotá, insultar a Washington, apoyar a Teherán o congraciarse con Beijing, Maduro lo obedecía. En 2012, Chávez, aquejado de un cáncer terminal, lo nombró como sucesor y, al año siguiente, Maduro ganó las elecciones presidenciales.
Los diplomáticos sugirieron que Maduro era el ministro más competente de Chávez pero las esperanzas de moderación pronto desaparecieron. Chávez controló el nido de víboras de la política del chavismo con carisma y Maduro también tuvo que recurrir a apoyos. Ahora Venezuela es un país sumido en la corrupción, que sobrevive a expensas de los ingresos del petróleo y del poder de los narcotraficantes.
En 2015 se difundió un video que mostraba al hijo de Maduro bajo una lluvia de billetes de dólares en una boda, a pesar de la escasez de divisas que había reducido las importaciones. En noviembre, dos sobrinos de la esposa de Maduro, Cilia Flores -un abogado y un político- comparecieron en un tribunal de Nueva York tras ser acusados de contrabando de drogas.
El dominio de la empresa petrolera del estado y del sistema de importaciones proporcionó a Maduro el poder sobre la economía y la subordinación de los tribunales le garantizó el control legal. Al menos, esta situación se ha mantenido hasta ahora.
Salvo el apoyo simbólico de Cuba, Venezuela está aislada. China, que ha prestado a Caracas 65 mil millones de dólares para futuros suministros de petróleo, es poco probable que de nuevos créditos. Una nación que no logró equilibrar sus cuentas cuando el petróleo se vendía a 100 dólares el barril ahora se ha quedado sin dinero.
Internamente, la oposición obtuvo el control del Congreso Nacional en las elecciones de mitad de mandato del año pasado y ha convocado un referéndum de "no confianza" que podría suponer la sustitución de Maduro. Maduro, que llama a la oposición "mariquitas", jura que bloqueará este proceso permitido por la Constitución. El Vaticano está tratando de mediar en el diálogo. Sin embargo, las esperanzas de un gobierno de coalición son escasas.
¿Qué será lo siguiente? El papel del ejército como árbitro es crucial. Es muy probable que Venezuela no pueda pagar su deuda internacional de 127 mil millones de dólares- en cuyo caso, podrían incautarse los cargamentos de petróleo, colapsando los sistemas internos de relaciones mientras los ingresos de dólares se agotan. Se especula de manera persistente sobre un golpe de estado apoyado por los militares, especialmente si los actuales saqueos esporádicos se extienden. Existe un riesgo cada vez mayor de una crisis humanitaria.
No obstante, Maduro puede que continúe aferrándose al poder. El pasado miércoles, Luis Almagro, secretario general de la Organización de los Estados Americanos, lo llamó "una pequeño dictador", mientras que Henrique Capriles, un líder de la oposición, teme que Venezuela sea "una bomba de relojería". Ambas acusaciones parecen ser muy ciertas.