Después de Orlando, el mensaje es claro: Los terroristas nos harán daño donde lo pasamos bien, nos harán sufrir donde vamos a relajarnos.
Hay más de 10.000 km de Raqqa a Orlando, pero en ambas se han podido ver situaciones similares: desde esas terribles imágenes de los combatientes del ISIS lanzando a homosexuales desde lo alto de los edificios a las escenas en el club nocturno Pulse, donde ya han sido confirmadas 50 muertos en el peor tiroteo masivo en la historia de Estados Unidos.
Tanto si el autor del tiroteo en el club, Omar Mateen, es o no un miembro real del Estado Islámico (según los informes, llamó al 911 antes del ataque y juró su lealtad al líder del grupo, Abu Bakr al-Baghdadi), se trata de algo irrelevante.
Aun si Mateen resulta haber sido un lobo solitario, las personas de esa índole no actúan de manera aislada. Al igual que al-Qaeda antes que ellos, el ISIS y su terriblemente astuta propaganda inspiran a los jóvenes de todo el mundo – los descontentos, los desilusionados, los decepcionados – a tomar las armas en su nombre y en su imagen.
Al igual que con los ataques de París el pasado noviembre, el tiroteo en Pulse es un desafío directo a una de las libertades que más aprecia Occidente: la libertad de pasarlo bien, de la manera que uno elija, siempre y cuando no dañe a otras personas.
Discotecas, salas de conciertos, bares, restaurantes: hubo una vez en que estos eran vistos como espacios seguros, con poquísimas probabilidades de que aparecieran en el radar de los terroristas, que preferían atacar edificios gubernamentales o terminales de transporte. Sin embargo, eso se ha acabado.
Ahora el mensaje es claro: vamos a hacer daño donde os divirtáis, vamos a haceros sufrir cuando os relajéis. ¿Quién de nosotros entra en un bar o un club nocturno y al instante comprueba las líneas de visión y vías de salida? Seguro que a partir de ahora lo haremos más.
Un club nocturno como Pulse es un lugar ideal para un ataque: música fuerte para enmascarar el sonido inicial de los disparos (el superviviente Carson Wells dijo que la salva inicial sonaba "como si fuera parte de la mezcla del DJ que estaba pinchando, solo parte de la música"), seguido por una estampida de pánico cuando la gente se apresura a escapar de un espacio confinado.
Los que sobrevivieron al ataque de la sala Bataclan en París el año pasado, hablaron sobre cómo los hombres armados eligieron sus blancos con cuidado y de forma metódica: no sería ninguna sorpresa escuchar relatos similares acerca de Orlando en los próximos días.
La triste ironía es que los bares como Pulse fueron durante mucho tiempo santuarios para aquellos cuya sexualidad les causaba problemas en el mundo exterior: el único lugar donde podían ser ellos mismos sin prejuicios ni ser juzgados.
El movimiento de los derechos de los homosexuales ha sido una de las luchas más duras e inspiradoras de la historia occidental de la posguerra. Orlando nos recuerda que la lucha nunca se detiene y que el perjuicio perdura.
Por supuesto, ya ha habido cristianos evangélicos que han sugerido que el ataque fue en cierto modo la venganza divina por un estilo de vida inmoral, de la misma manera que consideraron el huracán Katrina en 2005 como una inundación bíblica que purgaba los excesos pecaminosos de Nueva Orleans.
Se trata de una lucha entre el fundamentalismo religioso y el secularismo, como el que existe entre el extremismo islámico y el cristianismo. Y en ese sentido, Orlando es el campo de batalla más apropiado que se puede imaginar.
Es uno de los principales destinos turísticos del mundo: Disneyworld, Universal World y Seaworld se encuentran entre los 10 parques temáticos más visitados del mundo. Al igual que gran parte de Florida, Orlando es donde los estadounidenses vienen a jugar, relajarse y divertirse.
Es el lugar donde los estudiantes universitarios se comportan mal durante las vacaciones de primavera, donde los ejecutivos juegan al golf y ponen a prueba sus votos matrimoniales, donde las familias posan con Mickey y Minnie. Es la luz y el sueño americano.
Y ahora sabemos que hay quienes quieren convertirlo en la oscuridad y la pesadilla americana.