Cada vez menos familias están adoptando a niños del extranjero.
Hace una década, los hoteles de Guatemala estaban llenos de extranjeros de piel clara con bebés de piel oscura. El país estaba enviando casi tantos niños a Estados Unidos para su aprobación como China, a pesar de una diferencia muchísimo mayor en la población.
Entre 1996 y 2008 más de 30.000 niños guatemaltecos fueron adoptados en el extranjero – en 2007 casi uno de cada 100 bebés. Los hoteles en la Ciudad de Guatemala, la capital, tenían pisos enteros dedicados al cuidado de niños y notarías. “Algunos países exportan plátanos”, dice Fernando Linares Beltranena, que trabajó como abogado de adopciones. “Nosotros exportábamos bebés”.
El negocio de las adopciones en Guatemala comenzó en la década de 1970, cuando una guerra civil desplazó a cientos de miles de personas, entre ellos muchos niños. Una ley de 1977 que les permitía a los notarios facilitar las adopciones ayudó a dar forma a una industria donde todo valía. Después de que la guerra terminara en 1996, el número de adopciones en el extranjero se disparó. Los estadounidenses y europeos se lanzaron a adoptar supuestos huérfanos, sin saber que muchos habían sido robados de sus familias.
En la década de 2000 la “cadena de suministros de adopciones del país, tenía miles de trabajadores. Los “ladrones” secuestraban o compraban niños; los cuidadores alimentaban a los niños en “casas de engorde” repletas de cunas; los notarios y abogados recibían enormes pagos por el papeleo; y a las mujeres pobres les pagaban para que se quedaran embarazadas de forma repetida.
La mayoría de los niños adoptados por extranjeros cada año eran “fabricados con el propósito específico de la adopción”, señala Rudy Zepeda del Consejo Nacional de Adopciones de Guatemala. Las denuncias de robos de bebés quedaron ignoradas. Laura Briggs, historiadora de la Universidad de Massachusetts, dice:
“La gente acudía al estado en busca de ayuda, pero el estado era un cómplice en realidad”.
En 1997 hubo menos de 1.000 adopciones a Estados Unidos, una década más tarde cinco veces más.
Finalmente, en 2008, en respuesta a las huelgas de hambre por parte de las madres de los bebés robados, así como la presión de la ONU y los países receptores, Guatemala dejó de realizar adopciones al extranjero. Muchos otros países que también “enviaban” niños han seguido el mismo patrón: un aumento considerable de las adopciones; reclamaciones, primero ignoradas y luego reconocidas, de trata de niños; un cierre; y, posteriormente, en el mejor de los casos, una lenta reforma. A medida que un país tras otro ha ido endureciendo sus normas (véase el gráfico), el número de adopciones en el extranjero ha disminuido, pasando de 45.000 en 2004 a 12.500 en 2015.
Una de las consecuencias es que las parejas en el mundo rico tienen más dificultades para adoptar un bebé de un país pobre. Otra es el debate existente sobre el lugar de la adopción transfronteriza en un intento más amplio por ayudar a los niños de países pobres. Los defensores lo ven como la única manera de salvar a los niños “difíciles de ubicar” – los mayores, los que tienen problemas graves de salud o en grupos de hermanos – de la vida en una institución.
Los críticos señalan que algunos niños adoptados en una cultura diferente se sienten más tarde descontentos al haberse visto desarraigados. Algunos también descartan la adopción en el extranjero como una distracción de otras formas de reducir la pobreza.
Fue la apresurada adopción en el extranjero, y a menudo ilegal, de miles de niños de los orfanatos rumanos tras la caída del dictador, Nicolae Ceausescu, en 1989, lo que condujo a los primeros activistas a solicitar normas globales de adopción. El resultado fue el Convenio de La Haya de 1993, que decía que los gobiernos deberían verificar los orígenes de los niños y supervisar todas las adopciones, quitándoselas de las manos a los abogados privados. Asimismo, se estableció el “principio de subsidiariedad”, con el que deberían buscarse parientes cercanos, y luego padres adoptivos locales, antes de mirar al extranjero.
En busca de respuestas
Entre otros críticos de las adopciones en el extranjero hay algunos adultos adoptados que han comenzado a hablar públicamente acerca de lo difícil que resultaba crecer sabiendo poco sobre la cultura y las circunstancias en que nacieron. Jean Sebastien Zune, que participa de forma activa en la organización europea La Voix des Adoptés, (La voz de los adoptados), fue adoptado desde Guatemala por padres belgas en 1985. En 2013 regresó para buscar a sus padres biológicos. Averiguó el paradero del hombre y la mujer cuyos nombres aparecían en su certificado de nacimiento pero tampoco estaba relacionado con él.
De hecho, como Zune descubrió con la ayuda de los investigadores del gobierno, probablemente nació en una ciudad fronteriza mexicana y fue dado a una red criminal en Guatemala. Ahora planea presentar casos contra los traficantes en Guatemala y la agencia de adopción belga que acusa de haber sido cómplices en el fraude. Zune declara al respecto:
“La adopción no es sólo papeleo y un billete de avión. Cuando un niño crece, tienes que ser capaz de decirle de dónde vino”.
Aunque algunos países, especialmente China, han incorporado programas de adopción nacional según lo previsto por el Convenio de La Haya, en muchos otros no han tomado el relevo. A nivel mundial, hay cientos de miles de niños en las instituciones estatales puesto que no tienen familia para cuidar de ellos. Estos deberían ser candidatos para la adopción – pero muchos tienen problemas de salud, y la mayoría tienen más de cinco años y se han visto perjudicados por la negligencia. “El perfil es completamente diferente de lo que la mayoría de las familias pueden manejar”, dice David Smolin, de la Universidad de Samford en Alabama.
Las cosas son aún más difíciles cuando los niños que necesitan ser adoptados provienen de un grupo étnico diferente de las personas que quieren adoptar. En Guatemala muchos de los niños que buscan nuevas familias son indígenas. En Corea del Sur y muchos países africanos, los esfuerzos de adopción nacional también se ven obstaculizados por un prejuicio cultural en contra de traer al hogar a niños sin parentesco. Aixa de López, pastora evangélica que adoptó con su marido a dos niñas, de seis y nueve años de edad, y que dirige un grupo de apoyo para familias adoptivas, comenta:
“Existe un estigma enorme. A la gente le preocupa que los niños con sangre diferente se comporten mal, no sean civilizados, o incluso estén sucios”.
Los niños de todo el mundo “están languideciendo en instituciones porque la Haya ha sido interpretada de forma errónea y se ha aplicado mal”, señala Peter Hayes, de la Universidad de Sunderland. Una supervisión excesiva significa que pueden tardarse años hasta que un niño se declara disponible para la adopción. “Los niños temen que lleguen sus cumpleaños”, dice McCormick. “Saben que a medida que se hacen mayores, disminuyen las posibilidades de que sean adoptados”.
El fervor ha disminuido en cierta medida tras varios escándalos, como el que tuvo lugar cuando una congregación bautista trató de sacar a 33 niños, la mayoría de los cuales tenían los padres, fuera de Haití en 2010.
Sin embargo, los cristianos constituyen una gran proporción de personas que buscan adoptar en el extranjero, dice Jedd Medefind de la Alianza Cristiana para los Huérfanos. “Se necesita una motivación muy profunda para hacer que una familia que podría tener un hijo biológico elija en su lugar recibir a un niño de otro país con necesidades especiales”, dice. “Esto deriva de la narrativa cristiana central, que Dios nos buscó y nos acogió en su familia cuando estábamos separados y solos”.
Pequeños pasos
Tal lentitud enfurece a los padres extranjeros. Sin embargo, según los críticos, muchos países que envían niños subestiman las dificultades de construir un sistema robusto de adopción – y se preguntan por qué, si las personas de países ricos se preocupan realmente por los niños pobres procedentes de lugares pobres, no financian en su lugar programas nacionales para mantener unidas a las familias.
Para los defensores de las adopciones, la solución es simple: los países pobres deberían fijar sus sistemas de adopción de manera que, una vez se hayan agotado las posibilidades dentro del país, los extranjeros puedan intervenir. “La Haya no es una convención que cueste mucho mantener”, dice Susan Jacobs, embajador de Estados Unidos para temas de la infancia. “Los países simplemente tienen que tomar la iniciativa”.
Y algunos países están marcando las pautas. El Salvador está ideando su nueva ley de adopción, y para ello toma como modelo a Colombia, que envía alrededor de 500 niños al extranjero cada año, casi todos mayores de siete años o con necesidades especiales.
De hecho, hoy en día la mayor parte de los 12.500 o más niños adoptados cada año por extranjeros en todo el mundo tienen necesidades especiales o tienen más de cinco años. El Salvador es más pobre que Colombia, y su burocracia es menos competente. Pero si tiene éxito en sus esfuerzos por mejorar su sistema de adopción, muchos más de los niños más necesitados podrían encontrar un hogar. Leticia Abarca, del Hogar del Niño San Vicente de Paul, sostiene:
“Estamos haciendo todo lo posible. Pero existe un vacío que sólo puede llenar una familia”.