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24 de Enero de 2017

La esperanza de muchas personas que albergan reservas con respecto a Donald Trump es que la presidencia lo cambiará. Eso es también lo que temen sus seguidores incondicionales.

El discurso inaugural de Trump mostró por qué esas esperanzas y miedos no se van a materializar. Era duro, nacionalista, carente de civismo o generosidad, lo que reflejaba su oscura visión de la política. Habló de los mismos temas que Ronald Reagan 36 años antes, pero su discurso no fue tan inspirador como el del 40º presidente.

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Los presidentes no crecen para convertirse en personas nuevas. Pueden estar a la altura, cambiar las perspectivas o recurrir a diferentes asesores para pedir consejo. Sin embargo, la Casa Blanca no ha cambiado la brújula básica o personalidad de ningún presidente moderno.

Shirley Anne Warshaw, una profesora de ciencias políticas en el Gettysburg College, dijo:

"El carácter del presidente sigue siendo el mismo que antes de ser presidente. Los valores, la personalidad y el carácter no cambian. Lo que cambia son las asombrosas responsabilidades que afrontarán. Y cómo se ocuparan de ellas, no lo sabemos".

Los observadores de Reagan, como por ejemplo el periodista e historiador Lou Cannon, no sabían a lo que haría frente el ex gobernador de California o cómo reaccionaría. Pero sí sabían que sería un optimista cuyo conservadurismo se vería atemperado por el pragmatismo, cuya oratoria a menudo se situaría a la derecha de sus políticas y que generalmente recurriría a personas capaces. Fue así en Sacramento y sería igual en Washington.

La voracidad, el brillo político y la personalidad pícara de Bill Clinton eran evidentes antes y después de que entrara en la Casa Blanca el 20 de enero de 1993. No fue ninguna sorpresa que pudiese cambiar a críticos como el congresista republicano Newt Gingrich o que, al mismo tiempo, adoptase los toques de queda y el baloncesto nocturno como políticas gubernamentales para ayudar a las comunidades pobres.

Barack Obama hace 10 años era un progresista centrado en las políticas, intelectual y a veces inspirador, mucho más pragmático que sus críticos conservadores. Como presidente ha sido igual. El Obamacare no es un plan de seguro médico de pagador único y administrado por el gobierno. No nacionalizó la banca durante la crisis financiera ni impulsó nuevos programas de gasto masivo.

Esto no sugiere que el puesto no influya en el ocupante. A veces sucede de pequeñas formas, como con el pelo canoso de Obama. A veces el cambio es mayor – Lyndon Johnson y Richard Nixon dejaron sus problemáticas presidencias atormentados.

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No hay manera de predecir cómo reaccionaría Trump si el dictador norcoreano, Kim Jong-Un, actúa de forma desafiante, con la esperanza de ir mano a mano con el presidente de Estados Unidos. Tampoco está claro hasta qué punto tratará de llevar al Partido Republicano hacia una postura proteccionista y aislacionista. Un furioso discurso populista es solo la guía más dura de las prioridades políticas tras las promesas de reducir los impuestos, reconstruir la infraestructura y reemplazar la Ley de Asistencia Sanitaria Asequible (Affordable Care Act) con un sustituto indefinido que cubra a todos a un menor costo.

En cambio, lo que sí sabemos son los valores y rasgos de carácter que pondrá sobre la mesa: una bravuconería intimidatoria que considera fundamental para su éxito, un impulso de ataque cuando se le critica, una confianza en los instintos, poca consideración por el protocolo o el decoro, una visión elástica de la ética y pocos amarres ideológicos.

Para obtener pistas sobre la forma en la que Trump toma decisiones, mire adónde se dirige para pedir consejo y a quién consulta por última vez. Se ha puesto demasiado énfasis en las diferencias de política entre el nuevo presidente y sus miembros designados para el gabinete. En cambio, céntrese en el gabinete de la Casa Blanca. En la presidencia moderna, el poder atrae a los que trabajan en la Oficina Oval.

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Esta influencia a veces ha sido constructiva: Reagan confió demasiado en el decisivo y capaz jefe de Gabinete de la Casa Blanca, James Baker, y en su ayudante, Michael Deaver. El asesor de seguridad nacional Brent Scowcroft fue un guía experimentado y de confianza para George H.W. Bush. John Podesta fue una influencia estabilizadora como jefe de personal en los turbulentos últimos años de Clinton.

En cambio, otras han causado problemas. El confidente de George W. Bush, Karl Rove, siguió una estrategia de reestructuración republicana fallida que dejó a la administración arruinada. Hillary Clinton dañó a su esposo políticamente durante sus primeros años de mandato, con un estilo reservado y un enfoque equivocado respecto a la reforma sanitaria. El jefe de Gabinete de Nixon, H.R. Haldeman, y el asistente de asuntos internos John Ehrlichman acabaron en la cárcel por impedir el debido procedimiento legal durante el escándalo de Watergate.

¿Quién será el confidente más importante de Trump? Tal vez su hija, Ivanka, y su marido Jared Kushner. O quizás su consejero Steve Steve Bannon, cuya influencia se reflejó a lo largo de todo el discurso inaugural. Reince Priebus podría llegar a ser jefe de Gabinete. Ninguno de ellos tiene experiencia en el gobierno. El beligerante Michael Flynn, un general jubilado que es consejero de seguridad nacional, es otro candidato.

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