El camino de la humanidad es peligroso, y nuestro futuro es bastante incierto, pero ¿cuán cerca hemos llegado al punto de no retorno?
El economista Benjamin Friedman comparó en una ocasión a la sociedad occidental contemporánea con una bicicleta cuyas ruedas son impulsadas por el crecimiento económico. Si este movimiento se ralentiza o se detiene, los pilares sobre los que se asienta nuestra sociedad (democracia, libertades personales, tolerancia y todo lo demás) se verán sacudidos. Nuestro mundo se ha convertido en un lugar desagradable en el que vivir, donde existe una gran competencia por los recursos limitados, y que considera a cualquier persona que no pertenece a nuestro estrecha círculo como hostil. Si no podemos hacer que las ruedas vuelvan a girar, el colapso final será inevitable.
Esto ha sucedido muchas veces en la historia, y ninguna civilización, por grande que sea, es inmune a las amenazas que podrían conducir a su fin. No importa lo malo que pueda parecer el presente, la situación siempre puede cambiar para peor. Dejando a un lado catástrofes como la caída de un asteroide, un invierno nuclear o una pandemia de peste, son la suma de varios factores los que suelen provocar el colapso de una civilización.
¿Cuáles son estos factores y cuáles podemos observar a día de hoy? Obviamente, el camino que está siguiendo la humanidad es peligroso, y nuestro futuro es incierto, pero ¿cuán cerca hemos llegado al punto de no retorno?
Un grupo de manifestantes contra la desigualdad prenden fuego a un coche policial. Sudáfrica, 2016
Aunque resulta imposible predecir con precisión el futuro, las matemáticas, la historia y las ciencias naturales pueden darnos una idea de lo que le podría esperarle al mundo occidental a largo plazo.
Safa Motesharrei, un científico de sistemas de la Universidad de Maryland, ha intentado comprender los mecanismos que podrían llevar a la sociedad a la estabilidad o al colapso mediante el uso de modelos informáticos. En un trabajo publicado en 2014, Motesharrei y sus compañeros defienden la existencia de dos factores clave: el estrés ambiental y la estratificación económica. El tema del medio ambiente está más o menos claro. Todos coinciden en que el agotamiento de los recursos naturales - agua subterránea, suelo fértil, bosques y recursos pesqueros agravados por el cambio climático - puede conducir a una catástrofe global. Sin embargo, el hecho de que el colapso pueda ocurrir solo debido a la estratificación económica sin la participación de ningún otro factor resultó ser completamente inesperado para Motesharrei y sus colegas.
Bajo este escenario, las elites empujan a la sociedad hacia la inestabilidad y el colapso eventual, acumulando enormes cantidades de riqueza y recursos, y dejando poco o nada para los ciudadanos ordinarios que los superan en número y los apoyan con mano de obra. Eventualmente, la población trabajadora se desploma porque la porción de riqueza que se les asigna no es suficiente, seguida por el colapso de las elites debido a la ausencia de mano de obra. Las desigualdades que vemos hoy en día, tanto dentro de los países como entre ellos, ya apuntan a tales disparidades. Por ejemplo, el 10% de la élite mundial es responsable de casi la misma cantidad de emisiones totales de gases de efecto invernadero que el 90% restante. Del mismo modo, aproximadamente la mitad de la población mundial vive con menos de 3 dólares al día.
Para ambos escenarios, la simulación computarizada calculó la carga permisible, el valor umbral que, con los recursos disponibles, permitirá mantener la estabilidad durante mucho tiempo. Sin embargo, si se excede en gran medida la carga permisible, el colapso será inevitable. Este destino, sin embargo, puede evitarse. "Si aceptamos las soluciones razonables y luchamos contra la desigualdad, el crecimiento incontrolado de la población, el rápido agotamiento de los recursos naturales y el nivel de contaminación, podríamos estabilizar la situación y evitar un colapso - dice Motesharrei. Pero esto no puede posponerse por mucho tiempo".
El colapso del Imperio Romano nos enseñó una cosa muy importante: la complejidad tiene un precio
Desafortunadamente, algunos expertos creen que nuestra sociedad no está política y psicológicamente preparada para este tipo de medidas. "En este siglo, el mundo no puede resolver el problema del clima simplemente porque a corto plazo es más barato dejar las cosas como están”, dice el profesor Jørgen Randers de la Escuela Noruega de Administración, especialista en estrategia de cambio climático y el autor de "2052: A Global Forecast for the Next Forty Years". "El clima continuará deteriorándose, ya que no podremos cumplir con los términos del Acuerdo de París y otros tratados relacionados con las emisiones de gases de efecto invernadero".
Aunque todos estamos juntos en esto, los países más pobres serán los primeros en sentir los efectos. Algunos de ellos ya sirven como canarios mineros, experimentando esas adversidades que, con el tiempo, podrían destruir estados más exitosos. En Siria, por ejemplo, en un momento hubo una tasa de natalidad muy alta, lo que condujo a un rápido crecimiento de la población. La terrible sequía de finales de la década de 2000, muy probablemente provocada por el cambio climático antropogénico, junto con la escasez de agua subterránea, condujo al colapso de la agricultura. Como resultado de esta crisis, muchas personas, en su mayoría jóvenes, se quedaron sin trabajo y se sentían frustradas y desesperadas. Muchos se mudaron de las zonas rurales a las ciudades, que también carecían de recursos y puestos de trabajo. Las tensiones interétnicas ya existentes aumentaron, lo que provocó violencia y conflictos. Las terribles acciones de las autoridades - incluyendo las políticas neoliberales que han abolido los subsidios al agua en medio de una sequía - provocaron que en 2011 estallara una guerra civil que condujo al colapso total de Siria.
En el caso de Siria, y la historia conoce muchos ejemplos similares, la causa de la crisis no fue un factor específico, sino todo su conjunto. Esta es la opinión de Thomas Homer-Dixon, ecólogo y politólogo de la Escuela de Relaciones Internacionales Balsillie de Waterloo, Canadá, y autor del libro "The Upper Side of the Fall". Homer-Dixon llama a este conjunto de factores tensión tectónica, ya que se forman de forma imperceptible a la vista y acaban derribando todo lo que se encuentra a su alrededor, destruyendo los mecanismos que mantienen la estabilidad en la sociedad.
Homer-Dixon argumenta que, además de Siria, existen indicios de que la humanidad se está acercando a un punto peligroso. Este es un número creciente de las llamadas distorsiones no lineales: cambios inesperados y repentinos en el orden mundial como la crisis económica de 2008, el surgimiento del Estado Islámico, la retirada del Reino Unido de la Unión Europea o la elección de Donald Trump como presidente de Estados Unidos.
Algunas civilizaciones están muriendo poco a poco, y su colapso no está acompañado por un rugido ensordecedor, sino por un quejido silencioso
En el pasado también podemos encontrarnos con indicios de lo que podría suceder en el futuro. Recordemos, por ejemplo, el ascenso y la caída del Imperio Romano. Para el año 100 aC Los romanos extendían su poder por todo el Mediterráneo, donde era fácil llegar al agua. Podrían haberse detenido, pero todo salió bien, y decidieron expandir las fronteras de su imperio por tierra. Sin embargo, si el transporte por mar era económicamente viable, el transporte por tierra les costó mucho tiempo y dinero.
El estado romano se volvió demasiado grande, y los costes no dejaban de aumentar. El Imperio logró mantenerse estable durante los siguiente siglos, pero esta lentitud le costó cara en el siglo III, cuando estalló una guerra civil y empezaron las invasiones bárbaras. El Imperio trató de preservar sus territorios ancestrales, incluso cuando todo el presupuesto se gastaba en el mantenimiento del ejército, y el estado, en un intento por cubrir los gastos militares, empezó a acuñar una moneda con un contenido de plata menor, lo que inmediatamente llevó a un aumento de la inflación. Aunque algunos historiadores creen que el colapso del imperio comenzó en el año 410, cuando los visigodos saquearon Roma, esto fue en sí fue el resultado de un declive que duró más de un siglo.
Según Joseph Tainter, profesor de la Facultad de Ecología y Ciencias Sociales de la Universidad de Utah y autor del libro "The Collapse of Complex Societies", el colapso del Imperio Romano nos enseñó una cosa muy importante: la complejidad tiene un precio. Tal y como se desprende de los principios de la termodinámica, para mantener el orden en un sistema organizado se necesita energía, y la sociedad humana no es una excepción a esta regla. En el siglo III dC Roma añadió constantemente nuevos elementos a su sistema: un ejército dos veces más grande que antes, caballería, provincias, cada una de las cuales requería su propio personal de oficiales, jueces y soldados. Y todo esto era necesario solo para mantener el estado de cosas existente a fin de evitar que el estado retrocediera. Después de todo, Roma ya no podía permitirse el lujo de mantener estas complejas estructuras. El imperio no fue destruido por la guerra, sino por la debilidad de su sistema financiero.
Hasta ahora, el mundo occidental moderno en su conjunto ha logrado resolver esos problemas gracias a los combustibles y tecnologías de hidrocarburos. Entonces, en 2008, cuando los precios del petróleo se dispararon, la tecnología de la fracturación hidráulica fue muy útil.
Sin embargo, Tainter cree que esto no será así siempre. "Imagínense cuánto costaría, por ejemplo, construir un muro alrededor de Manhattan para protegerlo de los huracanes y el aumento del nivel del mar", dice. Eventualmente, la inversión en complejidad como estrategia de resolución de problemas alcanzará un punto de retorno decreciente, provocando una debilidad fiscal y vulnerabilidad que dará lugar al colapso, "a menos que encontremos una forma de pagar por la complejidad".
Un grupo de manifestantes protesta en Argentina por la injerencia de Estados Unidos en los conflictos en Siria y Venezuela
Homer-Dixon dibuja otro paralelo con Roma, prediciendo que el colapso de la civilización occidental se verá precedido por la protección de sus territorios ancestrales por todos los medios. A medida que las guerras y los desastres naturales destruyen a los países pobres, una gran masa de migrantes que buscan la salvación en países más estables huirá de estas regiones. Occidente responderá con restricciones o incluso prohibiciones a la inmigración, protegiendo las áreas fronterizas con muros de millones de dólares, drones y tropas, aumentando las medidas de seguridad, así como también con unos gobiernos más autoritarios y populistas. "Se puede comparar con la respuesta inmune para mantener la periferia", dice Homer-Dixon.
Mientras tanto, desde dentro de los países occidentales ya vulnerables se desgarrará la creciente brecha entre los ricos y los pobres. "Para 2050, Estados Unidos y el Reino Unido se transformarán en sociedades de dos clases, donde hay una pequeña élite que vive muy bien, y la mayoría de la población cuya calidad de vida se deteriora constantemente", dice Randers. "La desigualdad llevará al colapso".
Según Homer-Dixon, en Estados Unidos, Gran Bretaña o cualquier otro país, dondequiera que las personas comiencen a experimentar miedo o descontento, la gente se aferrará cada vez más a su identidad intragrupal, religiosa, étnica o nacional. La gente negará la posibilidad de un futuro colapso social a pesar de todos los hechos e indicios. E incluso reconociendo el problema, culparán a los miembros de otro grupo, lo que solo aumentará la alienación general. "Se crearán prerrequisitos psicológicos y sociales para la violencia masiva", dice Homer-Dixon.
Cuando finalmente estalle la violencia localizada, o cuando otro país o grupo decida invadir, será difícil evitar el colapso. Europa, ubicada cerca de África, fronteriza con Medio Oriente y países asiáticos con regímenes políticos inestables, será la primera que se enfrentará a estos problemas. EE. UU., por ejemplo, aguantará más por encontrarse rodeado por océanos.
El desempleo, el descontento y la desesperación son las probables causas de la guerra civil siria
Sin embargo, el mundo occidental no tendrá necesariamente un dramático final. A veces las civilizaciones simplemente mueren lentamente, y su colapso no se acompaña de un estruendo ensordecedor, sino de un gemido tranquilo. Según Randers, esto es exactamente lo que le sucedió al Imperio británico a partir de 1918, y lo mismo podría suceder con otros países occidentales. A medida que pase el tiempo, serán cada vez más intrascendentes y, en respuesta a los problemas que provocan su lento desvanecimiento, también se apartarán claramente de los valores que tanto aprecian actualmente.
"Los países occidentales no colapsarán, pero las características que distinguen a la sociedad occidental - el funcionamiento estable de las instituciones sociales y la tolerancia - desaparecerán", dijo Randers. "La sociedad liberal democrática fracasará, y los Estados fuertes, como China, ganarán”.
Algunas de estas advertencias y predicciones suenan familiares ya que los fenómenos descritos en ellas ya están ocurriendo. Por lo tanto, Homer-Dixon no está sorprendido por los recientes acontecimientos que están sucediendo en el mundo, ya que predijo algunos de ellos en su libro de 2006, pero de acuerdo con sus cálculos, esto sucedería a mediados de la década de 2020.
Sin embargo, todavía es demasiado pronto para afirmar que la civilización occidental acabará colapsándose. Homer-Dixon cree que si la humanidad decide de acuerdo con el sentido común y la ciencia, si los países occidentales son dirigidos por líderes eminentes y sus ciudadanos están unidos por una buena meta común, las personas podrán lograr una mayor prosperidad y desarrollo. Incluso frente a las amenazas del cambio climático, la superpoblación y el aumento de los costes de la energía, podrán mantener y mejorar la sociedad.
Pero eso requiere resistirse al impulso natural, cuando se enfrenta a presiones tan abrumadoras, de volverse menos cooperativo, menos generoso y menos abierto a la razón. "La pregunta es, ¿cómo podemos lograr preservar el mundo humano mientras nos abrimos camino a través de estos cambios?”, dice Homer-Dixon.