La auténtica tragedia para Grecia es que se encuentra tan solo en el segundo acto de una «trilogía de crisis» que amenaza al resto del mundo.
A pesar de que el país acude a las urnas este fin de semana, están empezando a surgir desastres financieros (o, más bien, la posibilidad de que estos se produzcan) en todos los países del mundo.
A medida que Grecia se prepara para acudir a las urnas el domingo, con Alexis Tsipras luchando una vez más por su supervivencia política, todos los ojos están puestos en la nación marcada por las cicatrices de la recesión y en la frágil tregua que ha alcanzado con sus acreedores de la eurozona. Sea cual sea el resultado del domingo, parece imposible evitar nuevos recortes de gastos y mayor miseria económica. Pero la tragedia de Grecia, lejos de estar superada, se está desarrollando en el contexto de una crisis latente en la economía a escala mundial.
En efecto, si las palabras del economista jefe del Banco de Inglaterra, Andy Haldane, son dignas de escucharse (y casi siempre lo son), los esfuerzos de Grecia serían tan solo una parte de una crisis financiera y económica de larga duración que ha ido extendiéndose por todo el mundo desde que el banco de inversiones estadounidense Lehman Brothers quebrara hace siete años. A la vista de este análisis, la decisión de la Reserva Federal de retrasar su largamente planeada subida de los tipos de interés formaría parte de la misma imagen inquietante.
Mientras que el dolor político y económico de Grecia ha sido especialmente intenso, el país está tratando finalmente de alejarse de la herencia del crédito barato que se invirtió en él tras su anexión a la moneda única europea, en una época en la que los financieros vagaban sin control y los banqueros centrales se felicitaban a sí mismos por contener la inflación.
Janet Yellen ha culpado a los «acontecimientos económicos y financieros globales», en especial a la agitación que se vive en China, de la decisión de la Reserva Federal de retrasar el «despegue» de los tipos de interés, tal y como Wall Street lo llama. Y, si bien es cierto que Mark Carney ha dejado claro que está ansioso por empezar a elevar los tipos de interés en Reino Unido (se ha referido en repetidas ocasiones a «a finales de año» como el momento en que la decisión sobre la política monetaria «pasará a adquirir un enfoque más definido»), es probable que tenga que refrenar su deseo si la crisis empeora.
De hecho, Haldane cree que el Banco de Inglaterra puede que tenga que hacer mucho más que eso. A medida que el crecimiento de las economías emergentes se desacelera, restando demanda a la economía mundial y rebajando el precio de las materias primas, podría desatarse lo que Albert Edwards, del banco de inversiones Société Générale, ha denominado una «oleada de deflación».
Con los tipos de interés en un mínimo histórico del 0,5%, al banco le queda ya poca munición, por lo que Haldane cree que tarde o temprano tendrá que pensar de una forma mucho más radical, quizá incluso imponiendo un tipo de interés negativo. Dice que esto podría llegar a ser posible si los bancos centrales pudieran hacer uso de una tecnología parecida a la empleada en la moneda virtual Bitcoin. En lugar de pagar y ser pagados con monedas y billetes manoseados, los consumidores usarían depósitos electrónicos en sus teléfonos u ordenadores, y sus bancos podrían sancionarlos si no gastaran ese dinero.
La idea serviría para contrarrestar el instinto natural de las empresas y los consumidores, muchos de los cuales permanecen fuertemente endeudados, de no hacer nada con su efectivo en tiempo difíciles.
Como a menudo sucede con Haldane, es una idea absurda, propia de un economista friki. Pero sí deja de manifiesto la escala de desafío a la que cree que pueden enfrentarse los bancos centrales en un mundo en el que parece cada vez más probable que se aborden las crisis creando otra serie escalonada de desastres en otras partes del mundo. El exregulador de la City, Adair Turner, también reflexionó hace poco sobre el legado a largo plazo de las crecientes cargas de deuda en la salud de la economía.
El discurso del «dinero helicóptero» de Ben Bernanke del año 2002, que se cita con frecuencia, y en el que explicaba con todo lujo de detalles cómo podría funcionar la expansión cuantitativa, parecía algo puramente académico cuando fue pronunciado. Pero los legisladores, desesperados, entre los que se encuentra Gordon Brown, se apresuraron a sacarlo del cajón a medida que la crisis se hacía más virulenta.
Sin embargo, todo esto puede ser de muy escaso consuelo para los griegos, que se han visto obligados a soportar un colapso en el PIB y un aumento del desempleo en la misma medida en que los EE. UU. sufrieron en la época de la Gran Depresión, cuyo dolor es quizá tan solo una parte de la «trilogía de la crisis en tres actos» formada por la crisis económica de 2008, el colapso de la eurozona de 2011 y, ahora, los mercados emergentes.
A medida que la desaceleración en China va intensificándose y que las víctimas de la crisis se multiplican (desde Canadá a Turquía, Malasia y Brasil), Grecia está perdiendo rápidamente su estatus de punto de mayor conflicto en una economía global cada vez más problemática.