La economía de mercado libre
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Recientemente, la cuestión de si existe un mercado libre es particularmente importante. Vamos a intentar entender por qué.

Ha sido un buen mes para los escépticos del mercado libre. En Gran Bretaña, un socialista declarado es el nuevo líder del partido laborista. El Papa Francisco, quien condena a los mercados por promover el «consumismo extremo», llegó a EE. UU. con una bienvenida de estrella del rock.

Y ahora, las pocas personas que se esperaría que fueran en defensa de los mercados están uniéndose al ataque: los economistas.

Los ganadores del premio Nobel George Akerlof y Robert Shiller en su nuevo libro «Phishing for Phools», escriben:

«Los mercados competitivos por su propia naturaleza engendran decepción e ilusionismo».

Integrando la comprensión de la economía conductual, los autores argumentan que los mercados dan a las empresas un incentivo para explotar debilidades conductuales, como por ejemplo el deseo del consumidor de gratificación instantánea sobre el bienestar a largo plazo. Los negocios que no se pongan a ese nivel son arrinconados por los menos escrupulosos. Esto «no es una molestia ocasional. Está por todas partes», escriben.

Con la crisis financiera mundial aún fresca en las cabezas de la gente y en una semana en la que Volkswagen ha sido acusada de manipulación generalizada de pruebas de emisión, tales críticas considerables están obligadas a resonar.

Sin embargo, es un gran salto entre reconocer que los mercados a veces fallan y alegar que son intrínsecamente imperfectos. Las autoridades que trabajan a partir de la segunda asunción se arriesgan a excederse, al ver fallos de mercado donde no los hay e ignorar sus propias tendencias conductuales, en cualquier caso dejando a las personas peor, no mejor. La confianza pública en los mercados libres no ha oscilado en EE. UU. y Gran Bretaña desde niveles de la precrisis e incluso en el país natal del papa, Argentina, las actitudes no son mucho más negativas que en 2009.

La economía siempre ha reconocido que los mercados a veces fallan. Las fábricas, por ejemplo, tienen un incentivo para contaminar porque el público, no los dueños de la fábrica, aguanta el coste de aire y agua degradados. Los mercados pueden recompensar desproporcionadamente la desigualdad afortunada, talentosa y agravante.

La economía conductual va más allá, argumentando que las personas sistemáticamente toman decisiones que los economistas consideran irracionales. Ahorran demasiado poco para la jubilación, comen demasiados alimentos grasos o no hacen suficiente ejercicio porque no le dan el suficiente valor al futuro. Pagan precios inflados o aceptan productos inferiores por tendencias personales, información limitada o inercia.

Akerlof, que ahora está en la universidad de Georgetown, compartió el premio Nobel en 2001 por demostrar cómo la información imperfecta causa que los mercados se hundan, como cuando los vendedores saben más sobre el producto (piense en coches usados) que los compradores. Shiller compartió el premio en 2013 por mostrar que las tendencias psicológicas de los inversores pueden causar que los precios de los activos se desvíen de su valor fundamental.

Aunque la percepción de la economía conductual ahora está bastante aceptada, aplicarla en un sentido práctico no es fácil. En todo el mundo los gobiernos han buscado maneras de utilizar la economía conductual para mejorar la prestación de servicios y políticas. Inspirados por «Nudge», el best-seller escrito por los economistas conductuales Richard Thaler y Cass Sunstein, Gran Bretaña estableció un «equipo de conocimientos conductuales». El año pasado, la Casa Blanca (donde Sunstein sirvió para el presidente Barack Obama) hizo lo mismo y la semana pasada Obama ordenó a las agencias federales que incoporasen la ciencia conductual a sus programas y normas.

Las verdaderas innovaciones que se han derivado de la economía conductual son, sin embargo, bastante modestas. Los empleados tienen más posibilidades de unirse al plan 401 (k) de sus empleadores cuando se les anima a hacerlo. Los niños de bajos ingresos, dando mejor información y asistencia simplificada con ayuda federal, tienen más posibilidades de matricularse en la universidad y continuar. En su informe anual que acaba de ser publicado, el equipo de la Casa Blanca cita algunas historias exitosas: emails adaptados a miembros del ejército animó a muchos a registrarse para el plan de ahorros, y los mensajes de texto que recuerdan a los estudiantes de bachillerato que rellenen formularios de inscripción a cursos y soliciten ayudas incrementó el número de quienes se matricularon en la universidad.

Estas innovaciones estuvieron muy apoyadas por pruebas experimentales. Sin embargo, a menudo la economía conductual está llamada a justificar las preferencias de política existentes con el escaso apoyo empírico. Los promotores de los estándares y subsidios de la eficiencia energética a menudo argumentan que los consumidores sistemáticamente infravaloran los ahorros para el futuro de coches más eficientes, casa y electrodomésticos. Por ejemplo, el 85% de los beneficios de recientes aumentos en los estándares de eficiencia de combustible de vehículos ligeros están justificados por esta «irracionalidad de consumidor», según Kip Viscusi de la Universidad de Vanderbilt y Ted Gayer de Brookings Institution.

Pero, según ellos, el gobierno ya exige que los nuevos coches lleven etiquetas que muestren información extensiva sobre ahorro de combustible; forzar a los consumidores a comprar vehículos más eficientes implica que las etiquetas son «inútiles». Además, los consumidores no parecen irracionales cuando evalúan la economía de combustible; un estudio vio que los cambios en los precios del combustible estaban reflejados en los precios relativos de coches utilizados menos eficientes en combustible.

Asimismo, tal y como apuntan Viscusi y Gayer, el gobierno tiene sus propias tendencias conductuales. Los tribunales y los reguladores otorgan más valor al daño potencial de un nuevo medicamento que a sus posibles beneficios. Los políticos toman medidas desproporcionadas con los riesgos, por ejemplo cerrando escuelas durante el miedo al ébola o imponiendo onerosos controles de seguridad en las aerolíneas para prevenir secuestros terroristas.

Akerlof y Shiller están en lo cierto con respecto a que las empresas a veces se benefician de vender cosas que los consumidores realmente no quieren. Pero más a menudo las empresas, desde Starbucks a Apple, tienen éxito averiguando qué quieren los consumidores antes de que los propios consumidores lo sepan. Y mientras que algunos se beneficiarán del engaño, existe un completo nuevo montón de empresas, desde Tripadvisor y Angie's List hasta Yelp que intentan beneficiarse desafiándolos.

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