China tiene planeado un crecimiento constante y más reformas durante los próximos cinco años, pero los recientes sucesos suponen un recordatorio de que sus planificadores no son infalibles.
China reveló un esbozo de su último plan para cinco años, de 2016 a 2020, el martes. El presidente Xi Jinping acaparó titulares al declarar que el crecimiento anual durante ese periodo debía ser al menos del 6,5%. China también se comprometió a relajar los controles de capital y dijo que el yuan «se convertirá en una moneda convertible y de libre uso».
El nuevo objetivo de crecimiento es más lento que el anterior, pero aún así demasiado rápido. Parece ser el ritmo mínimo de expansión que China necesitaría para alcanzar un objetivo aún más antiguo de duplicar el tamaño de la economía en 10 años hasta 2020.
China tendrá problemas para lograr este objetivo. En el tercer trimestre, los datos oficiales del gobierno establecieron el crecimiento al 6,9% a pesar de que la mayoría de economistas del sector privado creen que la cifra real es bastante más baja. Y las partes más dinámicas de la economía, como los servicios del sector privado y el consumo urbano, sencillamente no pueden crecer lo suficientemente rápido como para compensar el descenso en la construcción y en la industria pesada.
El que Xi lo dé todo para cumplir este objetivo es realmente preocupante. Aumentará las tentaciones de los agentes de amañar los datos y ejercerá presión sobre el gobierno para que mantengan el crecimiento mediante infraestructura y otros estímulos. Con muchas industrias sumidas en deudas y exceso de capacidad, mantener el crecimiento a un nivel alto artificial solo sentará las bases para un ajuste más doloroso más adelante.
La promesa de Pekín de levantar por completo los controles de capital también parece ser poco creíble. Si lo hiciese sería una prueba severa del deseo de las autoridades de ceder el control a las fuerzas de mercado. Dejar que los ahorros dentro de China abandonen el país libremente plantea riesgos importantes para la economía y el sistema bancario. Como se ha probado en crisis, como durante el derrumbe del mercado bursátil de este verano, el instinto de Pekín ha sido recuperar el control.
Pekín ha tomado algunas medidas limitadas para permitir más entradas, pero también para reprimir las salidas, incluso en contra de su objetivo de ser más abierto. Debido a las sustanciales salidas de este verano, Pekín tomó medidas drásticas por los bancos que requerían depositar reservas con el banco central cuando venden determinados contratos de divisas. Y las autoridades están haciendo respetar las normas relativas a que las personas no transfieran más de 50.000 dólares al año al extranjero.
Los mercados en China crecieron muchísimo el miércoles, posiblemente por un optimismo respecto a los planes de reforma del gobierno que recuperan la relevancia tras la debacle del mercado bursátil de este verano.
No obstante, la memoria no debería tener un alcance tan corto. Los planificadores estatales de China no son infalibles. Pekín puede prometer cinco años de crecimiento saludable, pero la realidad puede ser muy diferente.