Cualquier estrategia es peligrosa para el inversor
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No hay estrategias buenas ni malas, todas conllevan riesgos.

Las estrategias algorítmicas comerciales (cantidad, las estrategias cuantitativas) utilizan modelos de ordenador y el análisis cuantitativo para evaluar el atractivo de los activos. La gestión del riesgo también se lleva a cabo con la ayuda de ordenadores.

En este artículo, explicaremos por qué incluso las buenas estrategias deben probar la resolución de los inversores de vez en cuando a fin de obtener rendimientos anormales a largo plazo.

Primero, definamos qué es una explosión. Por supuesto, cuando la mayoría de los inversores se imaginan una explosión piensan en grandes y totales pérdidas en sus carteras. Y este es ciertamente el más grave y significativo tipo de riesgo, tanto desde una perspectiva emocional como financiera. Después de todo, las grandes pérdidas afectan a la capacidad de una cartera para mantener las distribuciones, como ocurre durante la jubilación, o para respaldar el fondo de rotación o el pasivo por pensiones. Pero a los inversores también les cuesta soportar otro tipo de resultados en sus carteras, como:

  • Largos periodos de significativos rendimientos inferiores a los esperados en relación con puntos de referencia generalizados;
  • Largos periodos sin rendimientos que llevan a los inversores a cuestionar la viabilidad de la estrategia; y
  • Exclusión social, como la que se deriva de ser titular de las llamadas «acciones pecaminosas», como las de compañías de tabaco o armas de fuego.

Los inversores experimentan temor e incomodidad con este tipo de acciones y con infinidad de otros riesgos menos tangibles, y en su propio modo, cada una de esas experiencias podría sentirse como una explosión. No obstante, aunque estas cualidades de riesgo puedan ser tan penosas como las pérdidas reales, infligen un daño financiero mucho menor a las carteras; efectivamente, no obtener beneficios durante un tiempo o tener un resultado completamente distinto del de otros colegas, no es lo mismo que perder entre el 30% y el 50% de tu dinero por tratar de mantener los objetivos de la cartera a largo plazo.

Pero la trampa es que sin que se produzcan de vez en cuando unos periodos altamente desagradables, los inversores no podrían esperar ganancias por rendimientos anormales superiores al dinero en efectivo seguro. Para ver el por qué, compare los rendimientos anormales de las acciones con el dinero en efectivo o los bonos. Un índice de acciones, como el ubicuo S&P 500, es una estrategia cuantitativa sencilla que mantiene sistemáticamente las acciones que cumplan los requisitos en proporción a sus respectivas capitalizaciones de mercado. Pero los mercados de valores históricamente han explotado cada entre 5 y 7 años en forma de mercados bajistas explosivos. A cambio, los inversores en valores reciben una compensación por soportar este riesgo, que es la llamada «prima de riesgo de las acciones». Muchos inversores, que no están completamente convencidos de la persistencia de la prima de riesgo de las acciones, se rinden al miedo y venden sus acciones a valores muy bajos de mercados bajistas. Como ha apuntado correctamente Michael Batnick en el blog Irrelevant Investor, esta gente constituye la prima de riesgo de las acciones. Lo que hacen es donar capital a aquellos que creen firmemente que las acciones darán beneficios a largo plazo.

Podemos esperar que la prima de riesgo de las acciones se mantenga a lo largo del tiempo siempre y cuando los mercados de valores provoquen explosiones regulares que causen temor a los inversores miedosos. De hecho, no es razonable esperar conseguir rendimientos de la prima de riesgo de las acciones sin soportar esas explosiones regularmente.

Algunos inversores intentan atenuar el riesgo de la prima de riesgo de las acciones midiendo la exposición a los mercados de valores a fin de evitar las grandes bajadas que se producen durante los mercados bajistas.

Muchos de estos inversores creen que están invirtiendo en la prima de las acciones, pero eso no es estrictamente verdad. Más bien, esos inversores están cosechando algunos rendimientos de la prima de las acciones y algunos rendimientos de otras anomalías del mercado.

Por ejemplo, los inversores que intentan medir los mercados de valores vendiendo acciones cuando parecen estar caras en relación con sus medias históricas u otras clases de activos están, quizá sin darse cuenta, intentando beneficiarse del factor «valor».

Es decir, intentan sobrevalorar los activos baratos e infravalorar los caros. De forma similar, muchos inversores intentan gestionar la exposición a las acciones empleando medias móviles u otros indicadores técnicos. De hecho, estos inversores están intentando, consciente o inconscientemente, aprovechar la prima derivada de unas circunstancias concretas. En otras palabras, se benefician del hecho de que los mercados «marcan tendencia».

Los inversores que intentan beneficiarse de fuentes alternativas de riesgo y rendimiento, como primas de valor o derivadas de circunstancias concretas, no deberían caer en el error de que han conseguido evitar el riesgo pues si eso fuera cierto, tampoco habrían podido aprovechar los rendimientos anormales. En su lugar, los inversores en estas primas alternativas simplemente han sustituido un riesgo por otro.

Un riesgo que exhibe tanto la prima de valor como la de circunstancias concretas es que el hecho de que los activos no rindan lo esperado se «mida» durante periodos prolongados de tiempo. Esto puede resultar bastante penoso para los inversores, ya que pueden asistir al hecho de ver cómo se aprecian las carteras más tradicionales de sus amigos y se estancan las suyas propias. Como resultado, los inversores se llenan de desconfianza debido a que los factores que emplean para recoger beneficios han quedado de alguna manera «inservibles» o ya no existen.

Este temor y estas dudas fuerzan a muchos inversores a abandonar estas estrategias hacia el final de los periodos en los que las acciones rinden por debajo de lo esperado, lo cual lleva a que inversores más disciplinados puedan terminar cosechando los frutos. Si no existieran esos periodos desagradables, todos seguirían la misma estrategia y nadie la abandonaría; por lo que nadie desaprovecharía los rendimientos anormales.

Si encuentra confuso y difícil de entender todo esto, sepa que no es el único. Pero este es precisamente el tipo de pensamiento de segundo y de tercer orden que se necesita para ser un inversor de éxito. No obstante, la cuestión es que su Resolución, de vez en cuando, debería someter a pruebas muy serias todas las estrategias de inversión dirigidas a obtener rendimientos anormales a largo plazo. Estas pruebas son en su mayor parte impredecibles, pero algunas veces podrían verse atenuadas por sutiles técnicas cuantitativas.

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