Hacerse rico puede ser fácil, pero seguir siéndolo no tanto
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El inversor y columnista de The Wall Street Journal, Hauzel Morgan, habla sobre las cualidades que realmente ayudan a los inversores y empresas a mantener el éxito durante mucho tiempo.

A Abraham Germansky, un promotor inmobiliario multimillonario de los años 20, también era un aficionado a la bolsa que apostaba fuerte cuando el mercado se disparaba. Cuando la depresión del 29 se desató, se redujo a la nada. Y ese fue básicamente el final de Abraham Germansky.

Cuando Germansky desapareció el 24 de octubre de 1929, El New York Times publicó una breve historia poco antes de su vuelta en su edición del 26 de octubre, con su abogado, Bernard Sandler, a quien se le pidió información sobre su paradero. Una poderosa historia contada en pocas palabras.

Hacerse rico puede ser fácil, pero seguir siéndolo no tanto
Un amigo le dijo a la viuda del desaparecido que lo había visto la noche del jueves en Wall Street, cerca del edificio de la Bolsa.

Más tarde, en esa semana otro inversor de la misma ciudad tuvo una experiencia muy diferente.

Jesse Livermore VP volvió a casa el 29 de octubre con su mujer, quien lo consoló con gusto y le propuso volver a una vida de austeridad tras oír la noticia del desplome del mercado registrado ese día.

Jesse dijo que no era necesario ya que al tener una posición corta en el mercado, había ganado más dinero con la crisis del 29 que en toda su vida.

“¿Quieres decir que no estamos arruinados?” preguntó su mujer, según se explica en la biografía de Livermore.

A lo cual él respondió: “No querida, acabo de tener el mejor día en la bolsa de toda mi vida – somos increíblemente ricos y podemos hacer todo lo que nos plazca”. Había ganado en un día 3.000 millones de dólares.

Historias diametralmente opuestas. Germansky se fue a la quiebra y Livermore se convirtió en el hombre más rico del mundo.

Pero en un salto en el tiempo, cuatro años después las historias terminaron siendo idénticas.

Livermore hizo operaciones cada vez más arriesgadas y terminó perdiéndolo todo en bolsa. Arruinado y avergonzado, desapareció durante dos días en 1933. Su esposa emprendió su búsqueda. “Jesse L. Livermore, jugador de bolsa, residente en 1100 Park Avenue, se encuentra en paradero desconocido desde las 15:00 h de ayer”, según publicó el New York Times en 1933. Regresó pero su destino estaba marcado. Livermore finalmente se quitó la vida.

Aunque en épocas diferentes, Germansky y Livermore compartían la percepción de que ser rico es una cosa y conservar la fortuna era otra bien distinta.

Todo en la economía es cíclico. No hay nada por fantástico o terrible que sea que vaya a permanecer así para siempre puesto que las mismas fuerzas que hacen que las cosas sean estupendas u horribles, también cultivan las semillas que empujan hacia el cambio.

Pero los mercados encarecen las acciones, las acciones caras no dejan margen para el error y esto aumenta las probabilidades de convertirlo en un mercado al alza. Lo mismo ocurre en el caso opuesto. Las recesiones provocan pesimismo, el pesimismo da lugar a una producción insuficiente, y la producción insuficiente conduce a la escasez, que conduce nuevamente al auge.

Las personas y las compañías cuyos comportamientos cambian debido a su propio éxito, son vulnerables a los mismos ciclos.

He observado un patrón: hacerse rico puede ser el mayor obstáculo que impida conservar la riqueza.

Esto funciona así. Cuanto más éxito tenemos en algo, más convencidos estamos de estar actuando bien. Cuanto mejor creemos que lo hacemos, menos abiertos estamos al cambio y cuanto menos abiertos al cambio, es más probable que tropecemos en un mundo que se encuentra en constante cambio.

Hay millones de maneras de hacerse rico, pero solo una de mantenerse rico: Humildad, a menudo hasta el punto de convertirse en desconfianza. Lo irónico es que pocas cosas acaban antes con la humildad que hacerse rico.

Esta es la razón por la que las empresas del Dow Jones varían tanto en el tiempo y por qué la lista Forbes de multimillonarios da un giro del 60% cada década.

Andy Grove, fundador de Intel lo expuso de esta forma: “El éxito en los negocios contiene las semillas de su propia destrucción”. La lucha y la innovación se tornan en relajación en el trabajo y en conservadurismo. Harvard Business Review escribió sobre la filosofía de gestión de Grove en 1996:

Grove cree que algo de temor es sano – sobre todo en organizaciones cuya historia siempre se ha basado en el éxito. El temor puede ser un antídoto sano para la relajación en el trabajo, la cual es a menudo alimentada por el éxito. Un toque de paranoia – la sospecha de que el mundo cambia contra ti – es la medicina que Grove prescribe.

Cuando Charlie Rose preguntó a Michael Moritz, multimillonario responsable de Sequoia Capital, por qué Sequoia tenía tanto éxito, Moritz respondió que por su longevidad, puntualizó que el éxito de las sociedades de capital de riesgo tiene una duración de cinco o diez años pero Sequoia ha prosperado durante cuatro décadas. Rose preguntó cuál era el motivo de esto:

Moritz: Creo que siempre hemos tenido miedo de quedarnos fuera del negocio.Rose: ¿De verdad? Así que ¿se trata de miedo? ¿Solo la desconfianza hace que se sobreviva?Moritz: Hay una gran verdad en eso… Asumimos que mañana no va a ser igual que ayer. No nos podemos permitir dormirnos en los laureles. No podemos relajarnos en el trabajo. No podemos confiar en que el éxito del pasado se vaya a traducir en buena suerte en el futuro.

Ni talento, ni conocimiento del mercado, ni siquiera un duro trabajo. Temor y humildad.

La humildad no significa correr menores riesgos. Sequoia asume los mismos riesgos hoy en día que hace 30 años. Pero son riesgos en nuevas industrias, con nuevas estrategias y nuevos socios, a sabiendas de que el trabajo que hacíamos ayer no es lo que funcionará el día de mañana.

Así lo hicieron IBM y Xerox cuando trasladaron sus soluciones de hardware a servicios.

Y Netflix lo hizo cuando fusiló su negocio de DVD y pasó a invertir en streaming.

GE se reinventaba a sí misma cada 20 años aproximadamente durante el pasado siglo, desde empresa de bombillas a compañía de venta de lavavajillas, y desde un banco a una empresa de turbinas eólicas.

Todas ellas, al echar la vista atrás y observar su éxito en el pasado, podrían haber llegado a la conclusión de que estaban haciendo lo correcto y darse palmaditas por ello. Pero no lo hicieron. En su mayoría fueron desconfiadas, ansiosas y estaban dispuestas a tirar por la borda el éxito del pasado en un intento de adaptarse a lo que el mundo les tenía preparado de inmediato.

Pero esto no es fácil.

Durante décadas Coca-Cola, Gillette y American Express han sido consideradas ejemplos de compañías con un éxito consolidado – cuyos fosos eran tan profundos y estaban tan protegidos que se podía vislumbrar su eterno dominio. Pero ahora las tres sufren reveses. Coca-Cola lleva 13 años luchando contra el declive de los refrescos. Dollar Shave Club apareció de la nada y arrebató a Gillette 14 puntos porcentuales de su participación de mercado. Y según Charlie Munger, uno de los mayores inversores de AmEx, afirmó la semana pasada: “Si crees que sabes cuál será el estado del sistema de pagos dentro de 10 años, es que eres un iluso”. Solo sobreviven los desconfiados.

No sabemos mucho de Abraham Germansky – solo que de rico pasó a estar sin blanca y que fue reducido a la nada, pero sabemos mucho de Livermore, cuya vida está bien documentada.

Livermore fue una de las personas del mundo con más habilidad para hacerse rico, pero a pocos les costó tanto como a él conservar su riqueza a principios del siglo XX. Ganó y perdió al menos cuatro fortunas, y nunca estaba más de ocho años sin flirtear con la quiebra.

Después de arruinarse por tercera vez, Livermore reconoció su error: Cuando se hizo rico se sintió invencible y ese sentimiento le llevó a doblar su apuesta por las cosas que le funcionaron en el pasado inmediato, lo cual fue una catástrofe cuando el mundo cambió y el mercado se volvió contra él.

Hizo una reflexión:

A veces pienso que nunca es demasiado alto el precio que un especulador debe pagar para que se le bajen los humos. Unos cuantos golpes directos de gente brillante podrían hacerlo.

“Es una cara enfermedad que afecta a todos, estén donde estén”, afirmó.

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