Se ha informado de que el único objetivo del 81% de las ICOs es recaudar dinero de inversores crédulos y desaparecer. Muchos reguladores dicen que esto no sucede con los valores, y que la emisión de tokens que no cumplan con las leyes sobre valores debe ser prohibida. Le contamos por qué están equivocados.
Las ofertas iniciales de monedas se han convertido en la forma más común de financiar empresas de criptomonedas, que ya ascienden hasta las 1.600 y van en aumento. A cambio de sus dólares, libras, euros u otra moneda, una ICO emite “tokens” o “monedas” digitales que pueden o no utilizarse para comprar algún bien o servicio específico en el futuro.
Por lo tanto, no es de extrañar que, según la consultora Satis Group, el 81% de las ICOs sean estafas creadas por estafadores y charlatanes que solo quieren robarle su dinero y huir. Tampoco es de extrañar que solo el 8% de las criptomonedas terminen siendo negociadas en un intercambio, lo que significa que el 92% de ellas fracasan.
Si invierte en un negocio convencional (que no sea de criptomonedas), tiene una variedad de derechos legales: dividendos si es accionista, intereses si es prestamista y una parte de los activos de la empresa en caso de incumplimiento o insolvencia. Estos derechos son exigibles debido a que los valores y sus emisores deben estar registrados ante el Estado.
Además, en las transacciones de inversión legítimas, los emisores están obligados a revelar información financiera exacta, planes de negocios y riesgos potenciales. Existen restricciones que limitan la venta de ciertos tipos de valores de alto riesgo solo a inversores calificados. Además, existen regulaciones contra el lavado de dinero (AML, por sus siglas en inglés) y sobre el conocimiento de los clientes (KYC, por sus siglas en inglés) para prevenir la evasión de impuestos, la ocultación de ganancias obtenidas a través de métodos dudosos y otras actividades criminales como el financiamiento del terrorismo.
En el Lejano Oeste de las ICOs, la mayoría de las criptomonedas se emiten infringiendo estas leyes y regulaciones, bajo el pretexto de que no son valores. Por lo tanto, la mayoría de las ICOs niegan a los inversores cualquier derecho legal. Generalmente se acompañan de imprecisos “white papers” en lugar de planes de negocio concretos. Sus emisores son a menudo anónimos e irrastreables. Y eluden todas las regulaciones AML y KYC, dejando la puerta abierta a cualquier inversor criminal.
Jay Clayton, el presidente de la SEC, ha dejado claro recientemente que considera que todas las criptomonedas son valores, con la excepción del bitcoin (Bitcoin), al que considera una mercancía. Esto implica que incluso el ethereum (ETH/USD) y Ripple (XRP/USD) - la segunda y tercera mayor criptomoneda - están operando actualmente como valores no registrados.
En operaciones comerciales normales, los clientes pueden comprar mercancías y servicios con monedas convencionales. Pero en una ICO, los clientes deben convertir esa moneda comprando unos tokens especiales. Ningún negocio legítimo que esté intentando maximizar sus ganancias pediría que sus clientes pasaran por tales dificultades.
En una cripto-utopía, cada bien y servicio tendría su propio token distintivo, y los consumidores medios no tendrían forma de juzgar los precios relativos de productos y servicios diferentes - o incluso similares.
Imagínese vivir en un país en el que, en lugar de utilizar simplemente la moneda nacional, tuviera que depender de otras 200 monedas mundiales para comprar diferentes bienes y servicios. Habría una confusión generalizada de precios, y tendría que asumir el coste de convertir una moneda volátil en otra cada vez que quisiera comprar algo.
El hecho de que todo el mundo de un determinado país o jurisdicción utilice la misma moneda es precisamente lo que da valor al dinero. El dinero es un bien público que permite a los individuos entrar en libre cambio sin tener que recurrir al tipo de trueque impreciso e ineficiente del que dependían las sociedades tradicionales.
Ahí es precisamente donde los charlatanes de las ICOs nos llevarían - no al mundo futurista de “Los Supersónicos”, sino al mundo moderno de la Edad de Piedra de “Los Picapiedra”, en el que todas las transacciones se realizan a través del trueque de diferentes tokens o bienes.
Es hora de reconocer su retórica utópica por lo que es: una tontería egoísta destinada a separar a los inversores crédulos de sus ahorros ganados con tanto esfuerzo.
Preparado por José Rodríguez