La construcción de algunos de los rascacielos más importantes de la historia ha coincidido con graves crisis económicas. ¿Significa esto que cada vez que se construye uno nuevo estamos al borde de una crisis?
El mundo está inmerso en un boom de rascacielos. El año pasado se construyeron alrededor de 100 edificios de más de 200 metros de altura, muchos más de los que se han construido en el pasado. Este año la capital empresarial de China le dará la bienvenida a la Torre Shanghai, que será el segundo edificio más alto del mundo. La Torre Kingdom se está construyendo en Arabia Saudí y se convertirá en el edificio más alto del mundo (el doble de alto que el One World Trade Centre de Nueva York, que es el edificio más alto en América). ¿Es este frenesí de construcción un mal augurio para la economía mundial? Varios académicos y eruditos, muchos citados en el Economist, sostienen que sí pero las investigaciones más recientes lo ponen en duda.
En 1999, Andrew Lawrence, que por aquel entonces formaba parte del Dresdner Kleinwort Benson, un banco de inversiones, identificó lo que se conocería como «la maldición de los rascacielos». El señor Lawrence detectó una correlación curiosa entre la construcción de los edificios más altos del mundo y las crisis económicas. La inauguración del Edificio Singer y la Torre Metropolitan Life de Nueva York, en 1908 y 1909 respectivamente, coincidieron aproximadamente con el pánico financiero de 1907 y la recesión posterior.
El Empire State Building abrió sus puertas en 1931 a medida que la Gran Depresión comenzaba (pronto se le llamó «el Vacío State Building»). Las Torres Petronas de Malasia se convirtieron en los edificios más altos del mundo en 1996 justo antes de la crisis financiera asiática. El Burj Khalifa de Dubai, que en la actualidad es el edificio más alto del mundo, se abrió en 2010 en medio de un contexto de crisis local y global.
Los rascacielos pueden ser extremadamente rentables dado que los constructores pueden sacar más partido del espacio disponible en una misma parcela al construir hacia arriba. No obstante, llega un momento en el que las plantas extra ya no son tan rentables debido a que los costes marginales (por ejemplo, para más ascensores y acero adicional para evitar que el edificio oscile por el viento) aumentan más rápido que los ingresos marginales (alquiler o venta). William Clark y John Kingston, un economista y un arquitecto de 1930, descubrieron que la altura máxima rentable de un rascacielos en el centro de la ciudad de Nueva York de los años 20 no podía superar las 63 plantas. Es probable que la altura ideal no difiera mucho de eso hoy en día. Los rascacielos rompe-récords podrían por lo tanto ser un indicador de que los inversores arriesgados están sobreestimando los posibles ingresos futuros que obtendrán de la nueva construcción. De hecho, puede que los constructores estén construyendo torres quebranta-récords aun sabiendo que son económicamente ineficientes. Después de todo siempre da bastante caché tener un edificio muy alto que lleve tu nombre. En 1998, el magnate Donald Trump presentó el plan de construcción del edificio residencial más alto del mundo en Nueva York a modo de enmienda de una injusticia histórica y no como una astuta estrategia empresarial. Indicó:
«Siempre he pensado que Nueva York debería albergar el edificio más alto del mundo».
Si este tipo de proyectos vanidosos pueden asegurar la financiación, la teoría nos dice que los mercados financieros deben estar fuera de control y pronto pasarán por una corrección brusca. La torre del señor Trump abrió sus puertas justo cuando estaba estallando la burbuja de Internet.
Los análisis históricos sugieren que los constructores tienden a sufrir ataques de irracionalidad. En un artículo de 2010, Jason Barr, de la Universidad Rutgers, se centró en 458 rascacielos (de al menos 100 metros de altura) construidos en Manhattan entre 1895 y 2004. El número de rascacielos construidos y su altura media dependía parcialmente del crecimiento tanto de la población como del empleo en puestos de oficina. Sin embargo, los cálculos del señor Barr insinuaban que la altura de las torres también la definían los edificios junto a ellas, especialmente durante los booms económicos. El señor Barr estima que en los años 20 los constructores de Nueva York añadieron de cuatro a seis plantas más por proyecto simplemente para sobresalir del perfil arquitectónico.
Hasta hace poco no se había analizado formalmente la maldición de los rascacielos, pero un nuevo artículo del señor Barr, Bruce Mizrach y Kusum Mundra (todos de Rutgers) investiga en detalle las reflexiones del señor Lawrence. Se han centrado en la construcción de 14 rascacielos que han roto el récord mundial, desde el Pulitzer de Nueva York (que se abrió en 1890) al Burj Khalifa, y los han comparado con el crecimiento del PIB en Estados Unidos (ya que lo consideran un representante digno de la economía mundial).
Si, tal y como apunta la maldición, la decisión de construir las torres más grandes se toma cercana al momento más álgido del ciclo financiero, se podrían usar los proyectos quebranta-récords para predecir la trayectoria futura del PIB. No obstante, pueden pasar bastantes meses entre el comunicado de las torres y el pico del ciclo empresarial, variando entre cero y 45 meses, y tan solo siete de los 14 se abrieron en fase descendente del ciclo empresarial (véase el gráfico). En otras palabras, no se puede predecir con precisión una recesión o pánico financiero simplemente observando el comunicado o la finalización del edificio más alto del mundo.
Es difícil sacar conclusiones firmes de una muestra tan pequeña, pero el artículo amplía el muestreo a 311 al observar el edificio más alto finalizado cada año en cuatro países (Estados Unidos, Canadá, China y Hong Kong). Los autores comparan pues la altura del edificio con respecto al PIB por persona y descubren que en todos los países el PIB por persona y la altura de los rascacielos está co-integrado, lo que es una forma elegante de decir que ambos fenómenos se siguen la pista mutuamente. Es decir, los constructores tienden a ser maximizadores de beneficios respondiendo racionalmente a aumentar los ingresos (y el consecuente aumento de demanda de espacios de oficina) mediante la construcción de edificios más grandes. Mientras que el ego y la arrogancia azotan al mercado de rascacielos, los autores sostienen que sus cimientos parecen sólidos.