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Muchas personas, por ambición, responsabilidad y diligencia, terminan viviendo solo para el trabajo, descuidando así todos los demás factores de su vida, como si formaran parte de un culto. Pero ¿cómo podemos abandonar este «culto»?

¿Sacamos el máximo partido de nuestras cualidades más valiosas en el trabajo? Cómo nuestros puntos fuertes se vuelven malos hábitos que si no se cambian rápido pueden suponer nuestro fin.

No quiso llegar a esta situación. No se imaginó que eso podía suceder.

Todo comenzó con la oportunidad de ganarse la vida haciendo algo que le encantaba. El trabajo de sus sueños, creando cosas en vez de estar oxidándose en un cubículo. No era solo una forma de ganarse la vida, sino que iba a dejar huella en el mundo.   

Al principio le encantaba su trabajo. Lo consideraba un desafío y le exigían un ritmo acelerado. Todos los que había a su alrededor eran muy inteligentes.

En su tiempo libre le surgían nuevas ideas. Se llevaba proyectos a casa. Trabajaba horas extra los fines de semana. Nunca le parecía que trabajaba demasiado, porque no sentía que fuera trabajo.

Trabajaba más de 40 horas a la semana pero no las contaba. Era divertido.

No obstante, las semanas se volvieron meses y de alguna forma se vio en esta situación: Trabajaba como mínimo 60 horas a la semana, o incluso más. Saludaba a sus compañeros de trabajo con cara de sueño y medio bromeando sobre la necesidad de beber café para sobrevivir.

El trabajo aún es divertido, pero ya no siente la misma pasión. A veces se le pasan los días enteros y no sabe lo que pasó, ya que tampoco tiene mucho que contar.

Tiene aparcados sus objetivos fuera del trabajo. Le encantaría descubrir si los belgas de verdad tienen razón cuando presumen de sus gofres, pero ahora no tiene tiempo para irse de viaje. Sabe que necesita hacer ejercicio, pero siempre ocurre algo que le obliga a dejar el gimnasio para otro momento.

Se promete a sí mismo que lo hará «más tarde» o que lo hará «en breve».

No es que se sienta infeliz pero siente que hay algo que va mal, aunque no consigue entender el qué. Siempre sintió que debería haber hecho algo… más.

Está siendo forzado a adoptar una ética de trabajo «ideal» que es de hecho tóxica para todos los que están involucrados

Lo han absorbido

Ha dejado de formar parte de la sociedad. Lo han inducido al Culto de la exageración.

El Culto de la exageración es una ilusión cultural que dice que trabajar más de 60 horas a la semana, en detrimento de todo lo demás que hay en nuestra vida, no es solo necesario para tener éxito, sino que es algo en cierto modo honorable.

Lo insidioso del Culto de la exageración es que viene encubierto por todo aquello que nos gusta de nosotros: dedicación, ambición, llegar hasta el fin de las cosas, responsabilidad.

Nos dice que hagamos más, que nos quedemos hasta más tarde, que durmamos solo cuando estemos muertos. También nos dice que nunca vamos a llegar a ser los mejores si no llegamos los primeros y nos vamos los últimos.

De una forma inteligente, perversa, el Culto de la exageración nos convence para que nos centremos en nuestros puntos fuertes.

Si no nos liberamos, todos moriremos.

El Culto de la exageración puede acabar con su vida (como casi acabó con la mía)

El equilibrio es lo primero que desaparece cuando nos atrapa.

En mi caso empezó con la salud. Dejé de ir al gimnasio porque pensaba que estaba demasiado ocupado.  No tenía tiempo para cocinar porque estaba muy ocupado, por lo que llamaba para que me trajeran la comida a casa.  

A esto le siguieron mis aficiones. Todo lo que no fuera trabajo desapareció de mi vida (muy ocupado, muy ocupado)  y llegó un momento en el que estaba siempre frente al ordenador, trabajando. En 2012 trabajaba entre 70 y 90 horas a la semana.

Después de eso eché a perder mi vida social. Mis amigos sabían que no aparecería (no puedo, demasiado ocupado), por lo que dejaron de llamarme.  Había días en los que mi única interacción con otras personas era cuando pedía un café.

Fue entonces cuando me di cuenta de que había un problema: perdí la barba.

Cómo perdí la barba

A finales de 2012, conseguí el mayor proyecto de mi carrera profesional: un sitio de ventas del Black Friday para una empresa de la lista Fortune 100.

Me sentí emocionado y a la vez asustado. Un proyecto como este tenía el potencial de llevar a mi empresa al siguiente nivel, por lo que decidí hacer lo que fuese necesario para que ese proyecto fuera el mejor de los que hasta ahora había realizado.

Los diseñadores tenían grandes ideas y me senté con ellos para asegurarme de que encajaban en nuestro cronograma. Tuvimos una idea inteligente y moderna elaborada con tecnología punta y al cliente le encantó.

Enseguida la burocracia entró en juego. El departamento jurídico hizo cambios. La adhesión a la marca no era legal. El proyecto se atrasó, y mucho.

En el momento en el que el diseño se aprobó, contaba con un tercio del tiempo del que teníamos al inicio programado. Al tratarse de un sitio para el Black Friday no podíamos retrasar la fecha de lanzamiento, por lo que o bien se lanzaba a tiempo o yo habría fracasado. Y punto.

Para no sentirme derrotado, me esforcé durante cuatro días seguidos antes del Black Friday, días durante los que quizás dormiría seis horas en total. El día de Acción de Gracias no estuve con mi familia para darle el último empujón al proyecto.

Estaba exhausto y empezaba a delirar, pero acabé el proyecto.

El cliente quedó encantado y el sitio ganó un par de premios Addy. Doy por hecho que obtuvieron grandes beneficios con las ventas de ese día.

Mayo de 2013, casi seis meses después del Black Friday

Durante los siguientes meses me empezaron a salir pelos blancos en algunas zonas de la barba y estos se volvieron muy finos, hasta que se cayeron por completo.

Poco después me era imposible tener una barba completa, por lo que me quedé con la desagradable opción de elegir entre un rostro bien afeitado pero que parecía el de un bebé gordo, o entre un bigote que asustaba.

Había tenido tanto estrés que mi cuerpo se olvidó de que me saliera barba. ¿Y para qué? ¿Para poder trabajar 19 horas al día, dejar de pasar los días de vacaciones en familia y cumplir con unos plazos de entrega de locos?

Estaba exhausto y mi cuerpo empezaba a fallar. Me encontraba agobiado y solo, y era un infeliz. Tenía hasta bigote.

Me había devorado el Culto de la exageración.

Algo tenía que cambiar.

Cómo saber si está bajo la influencia del Culto

Los signos que muestran que es víctima del Culto de la exageración son los siguientes:

No entramos bajo la influencia del culto de un día para otro; es una muerte lenta, y una vez que hemos llegado a esta situación tendemos a negarlo,  aunque ya formamos totalmente parte de él.

Las mentiras del Culto de la exageración

Al principio parece que el Culto de la exageración desarrolla un sentido de la ambición sano. «Tenemos que trabajar mucho para avanzar». Esto es algo que nos han dicho toda la vida y hacemos lo que pensamos que es lo mejor para el futuro.

No obstante, en el Culto de la exageración no hay lugar para sobrevivientes.

Aunque los síntomas surjan de las buenas intenciones, son hábitos con poca visión de futuro que finalmente resultan más perjudiciales que beneficiosos.

A continuación vamos a analizar los signos del Culto de la exageración y cómo cada uno de ellos supone un daño a largo plazo, aunque vengan disfrazados de una ética de trabajo sana.

Trabajar a menudo más de 40 horas a la semana

A veces parece que trabajar muchas horas es obligatorio, pero solo es parte de la cultura. Pensamos que nuestros jefes, compañeros de trabajo y hasta nuestro gato nos juzgarán si no trabajamos tanto como los demás y que no llegaremos a la cima si no trabajamos más.

¿Esto es todo lo que se necesita para conseguirlo, verdad?

Error. Increíble y terrible gran error.

Distintos estudios de investigación han demostrado en numerosas ocasiones que no se puede ser productivo más de 40 horas a la semana, o al menos durante un periodo prolongado. Henry Ford introdujo la semana de trabajo de 40 horas en 1914 porque, a partir de estudios de investigación, se dio cuenta de que los trabajadores en turnos de cinco a ocho horas conseguían mantener niveles de productividad más elevados.

A pesar de contar con más de 100 años de estudios de investigación que respaldan las ventajas de semanas de trabajo más cortas, muchas empresas aún presionan a sus trabajadores para que trabajen más horas bajo el pretexto de que hay trabajos «urgentes» o de que están en un «periodo de crisis».

Este diagrama se basa en parte en el diagrama incluido en las Horas de trabajo de Sidney J. Chapman

La ironía surge cuando observamos la productividad durante un periodo de tiempo largo. Después de solo dos meses de semanas de 60 horas la productividad se vuelve negativa en comparación con la semana de 40 horas.

¿Lo entiende?

A largo plazo, al trabajar 150% de las horas la productividad disminuye.

Dormir a menudo menos de 6 horas por la noche

En cierto modo, el insomnio se ha vuelto una insignia de honor extraña. Intercambiamos «historias de guerra» en las que dormimos dos horas, con una especie de orgullo martirizado que brilla en nuestros ojos rojos.

Nunca duermo porque el sueño es el primo de la muerte, murmuramos de forma somnolienta. Tantos proyectos y tan poco tiempo.

No obstante, esta creencia de que trabajar hasta tarde nos hace avanzar es totalmente errónea, ya que después de 18 horas despierto su equivalente cognitivo es el de un conductor ebrio. Además, el problema se agrava, ya que si no consigue dormir lo suficiente ese nivel de deficiencia vuelve a nosotros más rápido al día siguiente. Después de algunos días de poco sueño acaba volviéndose un zombie borracho.

Si no vamos al trabajo borrachos, ¿por qué vamos después de haber dormido solo varias horas, cuando nos encontramos con menos capacidad que si estuviéramos borrachos?

A esto se añade que dormir menos de seis horas por la noche puede provocar una muerte precoz. El Culto de la exageración está literalmente acabando con su vida.

Sentirse culpable por no estar trabajando, aunque esté con familia y amigos

Cuando estamos absorbidos por el Culto de la exageración, nos sentimos culpables cuando no estamos trabajando.

«Me encantaría ir a esa fiesta pero no debería, este proyecto no se terminará solo».

Sentimos que desperdiciamos el tiempo cuando no estamos trabajando.

Resulta irónico que la ciencia dice exactamente lo contrario.

Trabajar en exceso aumenta los niveles de estrés y de agotamiento, lo que está asociado con mayores problemas de salud.

Por el contrario, está comprobado que pasar tiempo fuera del trabajo contribuye a disminuir el nivel de estrés y estimula la creatividad, entre otros numerosos beneficios.

Además, si aceptamos que lo ideal es dormir 8 horas por la noche y trabajar ocho horas al día, nos quedan otras 8 horas para otras actividades.

Pasar tiempo lejos del trabajo nos permite descansar, nos distancia de nuestros proyectos y así recordamos las razones por las que nos gusta lo que hacemos.

Preparar nuestra fuga

Aunque hayamos sido inducidos a entrar en el Culto de la exageración, no es tarde para huir.

Hemos sido engañados para que utilicemos nuestras mejores cualidades para desarrollar hábitos que, aunque parezcan que nos hacen mejor, nos vuelven menos productivos en el trabajo y menos felices en nuestra vida diaria.

Al usar estos mismos puntos fuertes que el Culto de la exageración explota, nos podemos liberar de sus garras y retomar nuestra felicidad y entusiasmo.

Cuando mi barba murió, sentí todo el peso del agotamiento. Estaba demasiado quemado. Me di cuenta que podía abandonar mi carrera por completo o hacer algunos cambios imprescindibles en mi vida.

Estas son algunas de las promesas que me hice a mí mismo y que me ayudaron a romper con el Culto de la exageración.

Trabajo lo que puedo, no más

Antes de todo, tuve que aceptar que solo es posible realizar un trabajo de calidad entre 6 y 8 horas al día.

Trabajar más horas no nos hace más productivos. De hecho, al trabajar más horas la productividad disminuye a medida que el tiempo pasa.

Escogí esta última opción y adopté algunas estrategias para controlar mi tiempo.

Reduje la media de horas de trabajo de entre 70 y 90 a la semana en 2013 a una media de 38 horas a la semana el año pasado.

Esperaba tener menos éxito profesional a cambio de un equilibrio general más favorable en mi vida, un sacrificio que estaba dispuesto a sufrir. Sin embargo, aumentó mi productividad en el trabajo, ya que los momentos de menos rendimiento disminuyeron y respetaba las fechas límites impuestas con más regularidad.

En aquel momento no me lo esperaba, pero ahora no me sorprende nada.

Dormir es una de mis prioridades principales

Dormir lo suficiente es beneficioso en todos los aspectos. Sin embargo, era lo primero que siempre sacrificaba cuando estaba muy ocupado.

La falta de sueño me impedía pensar de forma clara y eso perjudicaba en gran medida mi trabajo.

Cuando reduje mi carga horaria, comencé a dormir sin despertador. Como ya no trabajo como un loco, apago el ordenador a las seis o a las siete de la tarde y para las once suelo estar en la cama, donde leo un poco hasta quedarme dormido. Me levanto de forma natural entre las siete y las ocho y media.

Esto, bromas aparte, ha cambiado mi vida.

Si nos despertamos con la alarma y no estamos completamente descansados, empezamos el día aturdidos y estresados. Despertarnos naturalmente una vez que hemos dormido lo suficiente hace que seamos mucho más felices y estemos mejor preparados para empezar el día.

Dedico una cantidad razonable de tiempo a no trabajar

Este era y aún es el mayor desafío al que me enfrenté al dejar el Culto de la exageración. Me encanta lo que hago y quiero terminar mis proyectos. Es fácil poner como excusa el trabajo para dejar de hacer otras actividades, pero ahora sé que descansar me hace más productivo. El tiempo que paso fuera del trabajo me permite renovar la pasión y el entusiasmo por mi trabajo; olvidar un proyecto me permite pensar en ideas abstractas que resultan en mejores soluciones; las pausas en el trabajo reducen mi nivel de estrés y estimulan mi creatividad.

Por lo tanto, me aseguro de tener tiempo libre, aunque mis instintos (incorrectamente) me digan que no es una buena idea.

Doy paseos. No saco el móvil cuando estoy con amigos o cuando como. Le dedico bastante tiempo a mis aficiones, como escribir o buscar la mejor hamburguesa del mundo.

Me siento más feliz que nunca, me entusiasmo con los proyectos en los que trabajo, le dedico tiempo a mis aficiones y a la gente a la que quiero.

Estoy feliz de estar vivo.

Me salvé cuando dejé el Culto de la exageración

Cuando mi barba murió en 2013, temí que fuera uno de los primeros signos del inminente empeoramiento de mi estado de salud, lo que pensé que acabaría finalmente con mi vida. Fue una visión de lo que sería mi futuro y tuve miedo de que si no cambiaba acabaría teniendo una vida de soledad, con úlceras y alopecia, y que incluso acabaría sufriendo un infarto o un tumor cerebral debido al estrés.

Al cambiar mi estilo de vida fui capaz de cambiar las cosas. Apenas un año después de equilibrar el trabajo con el resto de mi vida, empezó a crecerme de nuevo la barba. Perdí 30 kilos porque empecé a salir de casa y a ir al gimnasio. Me sentí más vivo y despierto y esto me hizo ser más positivo.

Cuando dejé el Culto de la exageración todo mejoró en mi vida. No hay nada que haya empeorado.

Posando como un superhéroe delante de un volcán en Costa Rica (atención a mi barba)

¿Está listo para huir?

Si fue absorbido por el Culto de la exageración, tiene que saber que no está solo.

Puede que se esté enfrentando a la presión cultural para mantener ese ritmo de locura. Puede que esté teniendo dificultades con su identidad de «trabajador arduo» y sienta que reducir su carga horaria de alguna forma lo hará parecer perezoso o inútil.

Le puedo prometer que, a pesar de las dudas que el Culto de la exageración le suscitará, hay otro estilo de vida mejor. Mejor para su carrera profesional. Mejor para su salud. Mejor para sus relaciones personales. Mejor para su felicidad.

Acabó inducido por el Culto de la exageración por ser inteligente, ambicioso y dedicado. No obstante, sus buenas cualidades lo engañaron y estas se transformaron en malos hábitos.

Hay otro estilo de vida mejor y usted es lo suficientemente inteligente como para conseguir adoptarlo.

Recupere su libertad. Encuentre la felicidad y el éxito que buscaba cuando empezó su carrera profesional.

Apague el ordenador. Salga. Llame a sus amigos; lo echan de menos.

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