Ya seas un profesional independiente, un empresario individual, blogger, escritor o diseñador - todo el mundo cree que pasas todo el día en chandal viendo la televisión y ganando dinero sin hacer nada.
La iniciativa empresarial o, lo que es lo mismo, dejar un trabajo tradicional totalmente estable con sueldo fijo y beneficios para convertirnos en nuestro propio jefe, está muy extendida entre los millennials. Hay incluso una palabra nueva en inglés para designar a los emprendedores de la generación de los millennials: millennipreneurs.
Aquellos que no son trabajadores freelance a tiempo completo están atormentados por las historias en Snapchat y las fotos de Instagram de sus amigos en clase de yoga a mitad de la mañana, montándose en aviones para irse de viaje cuando les apetece o echándose una siesta a media mañana cómodamente en el sofá, alabando los beneficios de ser un “nómada digital”.
Un estudio realizado en 2014 por la asociación Freelancers Union y la plataforma Elance halló que el 38% de los millennials son trabajadores freelance. Y entiendo por qué: a mí también me atrae la idea. Por eso di un salto al vacío hace dos meses y dejé mi trabajo fijo como primer contratado por una startup —un trabajo ya bastante típico de los millennials— para probar suerte como freelance a tiempo completo.
Mi motivación vino por la firma de un contrato editorial (aunque todo el mundo les dice a los escritores novatos que no dejen su otro trabajo). Esta decisión no fue tomada a la ligera, sino que tuve que maximizar mis ahorros y sentar las bases de una empresa. Ya había estado tres años trabajando como freelance y contaba con clientela estable y oportunidades como escritora y conferenciante de finanzas personales. El aumento en la demanda, junto con el libro, me animaron a arriesgarme e invertir en mí misma. Además supuse que, en caso de que saliera todo mal, siempre podría volver al trabajo arrastrándome con el rabo entre las piernas, en sentido figurado.
Ser tu propio jefe no solo afecta a tu cartera, sino también a tus relaciones personales
Solo han pasado dos meses desde que decidí ser mi propia jefa y ¡vaya si mis entradas en las redes sociales hacen que parezca que mi vida consista de repente en relacionarme con la jet set y hacer comidas de negocios! En estas últimas ocho semanas, he estado en Seattle, Los Ángeles, San Diego, Abilene (Texas), Waitsfield (Vermont) y dos veces en Rochester (Nueva York). En su mayoría, se trataba de excursiones planeadas anteriormente para asistir a bodas y realizar una conferencia, pero el repentino jaleo de viajes, junto con las fotos supuestamente glamorosas en mis cuentas de Instagram y Snapchat hicieron a mi familia y amigos preguntarse: “Pero en serio, ¿a qué te dedicas?”
Esa es la pregunta que incomoda a cualquier millennial que no tenga el trabajo normal de jornada completa y horario fijo.
Ya seas freelance/contratista/emprendedor solitario/empresario/bloguero/escritor/diseñador o cualquier otro término que esté a punto de surgir y ponerse de moda, la gente acaba suponiendo que te pasas el día en chándal sentado viendo Netflix sin parar y que, como por arte de magia, te pagan para que hagas eso.
Es verdad, puede que hagamos el gandul en chándal, pero en realidad hay un trabajo real entre medias.
Prepárate a oír comentarios sarcásticos
Es muy posible que todos, desde amigos con buenas intenciones, pasando por antiguos colegas envidiosos, hasta tu pareja sentimental, te hagan en algún momento un comentario sarcástico sobre tu trabajo (probablemente haciendo el símbolo de comillas con los dedos al decir la palabra “trabajo”, refiriéndose a tu profesión).
Antes o después vas a tenerte que tragar un “Bueno, es que no todos podemos estar en chándal sentados en casa todo el día...” o “Tú no tienes un trabajo de verdad, ¿por qué no puedes encargarte de ir a la compra?” o “Ojalá no tuviera que ir a trabajar, como tú”.
Dependiendo de la relación que tengas con la persona, puede que sea hora de dar algunas lecciones para que aprenda qué es lo que haces. Aun así, también debes ser empático por el hecho de que es una faena despertarse con el sonido de la alarma, ponerse un traje e irse a trabajar cuando tu pareja puede quedarse durmiendo y quizás no tenga ni que ducharse ese día.
Por qué no te debe sorprender que tus seres queridos se pongan nerviosos
Es lógico que los padres, tíos, abuelos, e incluso los que tienen un empleo tradicional, muestren resistencia cuando decidas renunciar a un “trabajo de verdad” con el propósito de establecer tu propio horario. Nuestros padres y seres queridos quieren verdaderamente lo mejor para nosotros y, en la actualidad, tienen muy arraigada la creencia de que lo mejor es un trabajo en una empresa mediana o grande que realice aportaciones a un plan de pensiones y se haga cargo del altísimo coste de un seguro médico. Después de todo, tomar ese camino te haría la vida más fácil y los padres, desde luego, no desean que sus hijos tengan que luchar para sobrevivir.
Cuando anuncié a mis padres mis planes profesionales como freelance, mantuvieron la compostura mejor de lo que me esperaba. Por supuesto, me hicieron muchas preguntas acerca de mis planes y objetivos, y también me dijeron que les preocupaba un poco si sería capaz de mantenerme a mí misma de la forma a la que estaba acostumbrada.
Estas preguntas me animaron a hablar abiertamente sobre mi plan de negocio, para poder recibir críticas constructivas y mostrar a mis padres que lo más conveniente para mí era precisamente realizar este giro en mi carrera profesional.
Cómo explicar a lo que te dedicas
Una forma sencilla de reducir la preocupación que alguien querido siente por ti es tomarte el tiempo de sentarte a hablar sobre lo que haces exactamente, mostrándole cómo ganas dinero y demostrando que no estás ignorando el futuro, porque sigues ahorrando para la jubilación y pagando un seguro médico. Tampoco es mala idea presentar un plan de negocio que describa cómo piensas crecer y, por supuesto, ganar más dinero.
Después tienes que crear un mecanismo de defensa para las fiestas, o para cuando estás hablando con un extraño en un avión, teniendo en cuenta que nosotros los humanos preguntamos por defecto: “¿A qué te dedicas?”, para entablar una conversación.
Si dices algo como: “Trabajo como freelance” o “Soy un emprendedor solitario” puedes recibir miradas burlonas, especialmente por parte de la generación del baby boom (siento generalizar). A pesar del hecho de que un estudio reciente halló que entre el 20% y el 30% de los trabajadores en EE. UU. y en la Europa de los 15 son autónomos o contratistas, se sigue considerando que los millennials sufren el síndrome de Peter Pan y no quieren convertirse en miembros totalmente funcionales de la sociedad.
Una manera rápida de vacunarte contra el ridículo o los comentarios mordaces potenciales es utilizar una definición específica para referirte a tu trabajo. Yo habitualmente digo: “Soy escritora de finanzas personales”. A veces la gente hace más preguntas, pero normalmente redirigen la conversación hacia sí mismos y lo que hacen ellos.
No muestres a la gente únicamente la versión de tu vida creada para las redes sociales
Finalmente, la mejor manera de ganarse el respeto y explicar lo que haces es ser sincero sobre la vida del trabajador freelance. Sí, ser un nómada digital es una gozada, pero ¿qué pasa cuando te deben, literalmente, decenas de dólares y tienes que pagar hoy las facturas, con lo cual tienes que retirar tu fondo de ahorros para emergencias, para poder llegar a fin de mes hasta que cobres lo que te deben? ¿O esa vez que echaste un montón de horas en un proyecto, lo entregaste y el cliente lo hizo pasar por suyo (yendo a parar el beneficio a su cuenta corriente)? O la pesadilla total que supone conseguir y pagar un seguro médico. O quizás darte cuenta de que simplemente no te gusta tener que ser tu propio jefe y quieres volver a tener un trabajo normal.
Sé franco con las personas que quieres y con tus seguidores en las redes sociales, mostrándoles el aguante que hay que tener para sacar adelante un negocio propio. La honestidad ganará su respeto y disminuirá la envidia que puedan sentir los que tienen un empleo rutinario.