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El famoso autor de la tira cómica Dilbert y bloguero Scott Adams comparte su propia receta para alcanzar el éxito.

Si ya has triunfado todo lo que querías tanto profesional como personalmente, ¡enhorabuena! Pero no tengo tan buenas noticias: Con total probabilidad, leyendo este artículo no conseguirás más que un cuento semientretenido sobre un hombre que fracasó en su camino hacia el éxito. Sin embargo también se pueden observar en mi historia modelos que resulten familiares y que corroboren que tu éxito no fue debido siempre a la suerte.

Si acabas de arrancar en tu viaje hacia el éxito – no importa qué definición le dés – o te preguntas qué has estado haciendo mal hasta ahora, aquí encontrarás ciertas ideas novedosas. Es posible que combinar lo que sabes con lo que yo creo que sé será suficiente para mantenerte a salvo.

Empecemos con algunas pautas sobre lo que no se debe hacer. Ten cuidado con los consejos sobre la gente de éxito y sus métodos.

  1. En primer lugar, no hay dos situaciones iguales. Tu sueño de crear un imperio de limpieza en seco no prosperará si sabes que a Thomas Edison le gustaba dormir la siesta.
  2. En segundo lugar, los biógrafos no tienen nunca acceso a los pensamientos internos de la gente de éxito. Si un biógrafo menciona que Henry Ford inventó la cadena de montaje para impresionar a las mujeres, eso será probablemente una suposición.

Pero lo más peligroso de todo es cuando las personas de éxito dan consejos directamente. Por ejemplo, es muy frecuente oírles decir que debemos “seguir nuestra pasión”, lo que es perfectamente razonable la primera vez que lo oímos. Se supone que la pasión te da mucha energía, gran resistencia al rechazo y mucha determinación. Aquellos que son apasionados también son más persuasivos. Todo esto está muy bien ¿verdad?

¿Qué pasa con la pasión?

Aquí viene la contrapartida: Cuando trabajaba como agente comercial de préstamos para un gran banco, mi jefe nos enseñó que nunca debíamos hacer un préstamo a nadie que se guiara por su pasión. Es decir, no vamos a conceder un préstamo a un entusiasta de los deportes que va a abrir una tienda deportiva porque es un apasionado de todo lo que tenga que ver con el deporte, es una mala apuesta, su pasión y todo lo demás. Está en el mundo de los negocios por la razón equivocada.

Mi jefe, que ha trabajado durante más de 30 años como agente comercial de préstamos, decía que el mejor cliente para un préstamo es alguien que no tiene ninguna pasión, solo un deseo por trabajar en algo que dé buenos resultados en el balance de cuentas. Quizás este cliente quiera abrir una tienda de limpieza en seco o invertir en una franquicia de comida rápida - ¡qué aburrido! Esa es la persona por la que hay que apostar. Queremos a personas con iniciativa y trabajadoras, no a las que aman su trabajo.

Para la mayor parte de las personas es fácil tener pasión por algo que funciona y que distorsiona nuestra imagen sobre la importancia de la pasión. Me he embarcado en docenas de negocios en toda mi vida y con todos me he sentido entusiasmado al principio, también se le puede llamar pasión.

Los que no prosperaron – que fueron la mayoría – apagaban mi pasión lentamente a medida que iban fracasando, y los pocos que funcionaron iban siendo cada vez más apasionantes a medida que triunfaban. Por ejemplo, cuando invertía en un restaurante con un socio colaborador, mi pasión estaba por las nubes y el primer día, cuando vi una cola de clientes que salía a la calle, me entusiasmé incluso más. Años más tarde, cuando el negocio se desplomó, mi pasión se tornó en frustración y malestar.

Por otro lado, Dilbert arrancó como uno de muchos proyectos para hacer fortuna que estaba dispuesto a probar. Cuando comencé a verlo como un éxito, mi pasión por la animación aumentó porque me di cuenta de que podía ser mi ticket de oro. Si profundizamos más en ello, parece que los proyectos con los que más me apasioné fueron también los más fructíferos, pero siendo objetivos, el nivel de pasión se movía al compás del éxito. El éxito me producía pasión, no al revés.

Así que olvida la pasión y además, cuando estés en medio de un proceso, olvida las metas.

Justo al acabar la facultad hice mi primer viaje en avión con destino a California en busca de trabajo. Me senté al lado de un empresario que tenía probablemente 60 y pocos años. Supongo que yo parecía un bicho raro por mi aspecto serio, mi pelo mal cortado y mi traje barato, claramente fuera de lugar. Le pregunté en qué trabajaba y me respondió que era director ejecutivo de una empresa de fabricación de tornillos. Me ofreció algunos consejos profesionales y comentó que cada vez que conseguía un nuevo trabajo, inmediatamente buscaba otro mejor. Para él buscar trabajo no era algo que hacía cuando lo necesitaba, sino un proceso continuo.

Esto tiene todo el sentido si lo pensamos bien. Lo más probable es que no obtengamos el mejor trabajo justo cuando salimos al mercado. Explicó que la mejor apuesta es buscar siempre una situación mejor. La mejor situación tiene su propia trayectoria. Creo que lo que quiso decir es que nuestro trabajo no es el que desempeñamos; nuestro trabajo es buscar un trabajo mejor.

Este fue mi primer contacto con la idea de que es mejor tener un sistema que una meta. El sistema era buscar continuamente nuevas opciones.

A lo largo de mi carrera he ido siempre con la antena puesta, buscando ejemplos de gente que tiene un sistema en vez de metas. Desde mi punto de vista, en la mayoría de los casos, quienes tienen un sistema consiguen mejores resultados. Quienes se mueven con sistemas han encontrado formas nuevas y más prácticas de observar lo conocido.

Dicho sin rodeos, las metas son para los perdedores. Eso es literalmente cierto en la mayoría de los casos. Por ejemplo, si tu meta es perder 5 kilos, pasarás cada momento hasta que la consigas – si es que la consigues totalmente – con la sensación de que no vas a conseguir nunca tu objetivo. Dicho de otro modo, quienes se mueven por una meta viven un estado de fracaso continuo que esperan que será temporal.

Si consigues su meta, lo celebrarás y te sentirás genial, pero solo hasta que te des cuenta de que perdiste lo que te motivaba hacia el objetivo y te guiaba. Tus opciones son sentirte vacío e inútil y quizás disfrutar de los frutos del éxito hasta que estos te aburran, o fijar nuevas metas y reiniciar el ciclo de fracaso permanente antes del triunfo.

Tengo un amigo vendedor con un talento innato. Podría vender lo que quisiera, desde casas hasta tostadoras. El campo que eligió (que no voy a revelar porque no agradecería la oleada de competencia que tendría de repente) le permite vender un servicio que se renueva casi siempre. Dicho de otro modo, puede vender su servicio una vez y vender continuas comisiones hasta que el cliente muera o cierre su negocio. El mayor problema que tiene es que sigue cambiando su barco por otro mayor, lo que exige una gran dedicación.

Sus observadores lo consideran un hombre con suerte. Lo que yo veo es un hombre que identificó con precisión su habilidad y fijó y eligió un sistema que aumentó enormemente sus probabilidades de tener “suerte”. De hecho, su sistema es tan sólido que podría soportar un poco de mala suerte sin derrumbarse. ¿Cuánta pasión tiene este hombre por el campo que eligió? La respuesta es: cero. Lo que tiene es un sistema espectacular que siempre vence la pasión.

Por lo que respecta a mi propio sistema, cuando me gradué en la facultad, diseñé mi plan emprendedor. La idea era crear algo que tuviera valor y – esta es la clave – yo quería que el producto fuera fácil de reproducir en cantidades ilimitadas. No quería vender mi tiempo, no directamente al menos, puesto que ese modelo tiene un límite al alza, y tampoco quería crear mi propia fábrica de automóviles, entre otras cosas porque los coches no son fáciles de reproducir. Quería crear, inventar, escribir o en todo caso fraguar algo muy deseado que fuera fácil de reproducir.

Mi sistema de crear algo buscado por el público y reproducirlo en grandes cantidades casi garantizaba una hilera de fracasos. En el momento del diseño, todos mis esfuerzos eran disparos largos. Si me hubiera guiado por una meta en vez de por un sistema, imagino que habría abandonado tras las primeras derrotas. Habría sido como darme cabezazos contra un muro de ladrillo.

Pero al estar motivado por un sistema, sentí que crecía y que tenía más capacidad cada día, sin importar el destino del proyecto en el que trabajaba por casualidad. Y todos los días durante esos años me despertaba literalmente con el mismo pensamiento mientras me frotaba los ojos de sueño y apagaba con un manotazo el despertador.

Hoy es el día.

Cuando escarbas profundamente en una historia de éxito, descubres que la suerte contribuyó de manera importante. No puedes controlar la suerte, pero puedes cambiar un juego con malas probabilidades por otro de mayor suerte. Puedes hacer que la suerte te encuentre a ti más fácilmente. Lo más práctico es quedarse en el juego. Si tu actual proyecto de hacer fortuna fracasa, quédate con lo aprendido y prueba otra cosa. Repite hasta que la suerte aparezca. El universo está lleno de suerte por todas partes; solo tienes que seguir con la mano levantada hasta que te llegue el turno, esto ayuda a identificar el fracaso con una carretera en vez de con un muro.

Soy optimista por naturaleza, o puede que por educación – resulta difícil saber dónde termina una cosa y empieza la otra – pero sea por la razón que sea, siempre he visto el fracaso como una herramienta, no como un resultado. Creo que es una perspectiva del mundo que también tú puedes encontrar útil.

Una famosa frase de Nietzsche dice “Lo que no te mata te hace más fuerte”. Parece inteligente pero es una filosofía de perdedores. No quiero que mis fracasos sirvan solo para hacerme más fuerte, lo que interpreto como algo que me hace más capaz de sobrevivir a futuros retos. (Para ser justos con Nietzsche, probablemente con la expresión “más fuerte” se refería a cualquier cosa que te haga más capaz. Me gustaría pedirle que lo aclarara pero, siendo irónico, al final solo le quedó lo que le mataba).

Obviamente es bueno hacerse fuerte, pero solo es un poco optimista. Claro está que quiero que mis derrotas me hagan más fuerte, pero también quiero ser más inteligente, tener más talento, estar mejor conectado, más sano y más enérgico. Si me encuentro delante de mí una boñiga, no me quedo satisfecho sabiendo que voy a estar mentalmente preparado para encontrar más boñigas en el futuro, prefiero llevarla a mi jardín y esperar a que la vaca vuelva todas las semanas para que no tenga que comprar fertilizante nunca más.

El fracaso es un recurso que se puede gestionar.

Antes de lanzar Dilbert, y después, tuve derrotas en una larga serie de proyectos y aventuras emprendedoras. Aquí expongo solo algunas de las peores, las incluyo porque las personas de éxito generalmente disimulan sus fracasos más evidentes y su imagen parece más mágica que la de los demás.

La cuestión es que cuando acabes de leer esta lista ya no daré esa imagen. El éxito es algo completamente accesible aunque resultes al final un tremendo fracaso en el 95% de los casos.

Mis fracasos

El invento de la bolsa de Velcro Rosin: En los 70, los jugadores de tenis usaban a veces bolsas rosin para quitar el sudor de las manos al coger la raqueta. En la facultad creé un prototipo de bolsa rosin que se pegaba a una cinta de Velcro en los pantalones de tenis para que estuviera siempre a mano en caso de necesidad. Mi abogado me dijo que no era objeto de patente ya que solo era una combinación de dos productos que ya existían. Contacté con algunas compañías de artículos deportivos pero no obtuve más que cartas estándar rechazándolo. Desestimé la idea.

No obstante aprendí una valiosa lección en el proceso: Las buenas ideas no valen porque el mundo ya está llena de ellas. El mercado premia la ejecución, no las ideas. A partir de esta premisa me concentré en ideas que podía ejecutar. Aunque todavía no me había dado cuenta, ya había fracasado e iba camino del éxito.

Oferta de ayudante: Durante mi carrera como profesional de la banca, a los veintitantos años, llamé la atención de un vicepresidente veterano de la banca. Parece ser que mis habilidades de comunicación eran impresionantes. Me ofreció un trabajo como ayudante con la vaga certeza de que conocería a ejecutivos importantes durante el transcurso normal de mi trabajo, lo que facilitaría mi ascenso meteórico – como se suele decir – en la empresa.

Pero había un inconveniente; el reto de tener que sobrevivir a su estilo bastante rudo de gestión y estar sometido a él durante unos años. Rechacé su oferta porque yo ya dirigía un pequeño equipo de gente y convertirme en un ayudante parecía un retroceso. Creo que la calificación exacta que este vicepresidente hizo de mi decisión fue “[improperio] ¡¡¡IDIOTA!!!! Así que contrató a uno de mis compañeros para el puesto, quien en unos años se convirtió en el vicepresidente más joven en la historia del banco.

Trabajé para el Crocker National Bank en San Francisco durante ocho años, comenzando desde abajo y abriéndome camino hacia la primera línea de gestión. Durante el transcurso de mi carrera en los bancos y en línea con mi estrategia de aprender todo lo que pueda sobre formas de negocio, conseguí una visión general muy acertada sobre la banca, las finanzas, la tecnología, los contratos, la gestión y docenas de competencias útiles. No lo habría hecho nunca de otra forma.

Webvan: En la era de las puntocom, la startup Webvan prometió revolucionar la distribución de comestibles. Se podían hacer pedidos de estos productos en tiendas de comestibles en Internet, y uno de los camiones de Webvan cargaba los pedidos en la moderna central de distribución de la compañía y servía a todos los clientes de la zona.

Pensé que Webvan sería para las tiendas de comestibles lo mismo que Amazon para los libros. Fue una extraña oportunidad de entrar en bolsa. Compré un manojo de acciones de Webvan y me sentí bien. Cuando las acciones bajaron, compré más y repetí el proceso varias veces regodeándome por adquirir paquetes de acciones cada vez mayores a precios que sabía que eran un robo.

Cuando la compañía anunció que había alcanzado un flujo de caja positivo en una de sus varias centrales, supe que estaba en algo importante. Si funcionaba en una central, el modelo había pasado la prueba y seguramente funcionaría en otras. Compré más acciones y ahora poseo un buen cargamento.

Unas semanas después, Webvan salío del negocio. Invertir en Webvan no fue la mayor estupidez que he hecho pero en mi vida, pero casi. La pérdida no fue suficiente para tener que cambiar mi estilo de vida, pero sí que fue un golpe psicológico. En mi parcial defensa, he de decir que pensé que era un juego, no una inversión en sí misma.

Lo que aprendí de esta experiencia es que no existe la tal información privilegiada que viene directamente de los directivos de la compañía. Ahora diversifico y dejo que las mentiras se compensen con el resto de variables que intervienen en mis inversiones.

Estos fracasos son solo un ejemplo. Me encanta reconocer que soy la persona que más derrotas ha sufrido en sus retos de todo el mundo que conozco.

En tu caso, me gustaría pensar que al leer este artículo te sitúas en el camino de tus propios grandes fracasos y de tus oscuras decepciones. ¡Bienvenido! Y si olvidé mencionarlo antes, ahí es exactamente donde buscas estar: hasta las cejas de fracaso.

Es un buen sitio ya que al éxito le gusta esconderse en el fracaso y que todos lo vean. En la vida solo buscas ese efervescente contenedor de fracasos. El truco es quitar todo lo malo.

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