Cómo el estudio de los objetos interestelares nos ayudará a encontrar extraterrestres, o al menos una prueba de su existencia.
La vida puede existir en otras partes de la Vía Láctea, aunque a pesar de todos sus esfuerzos, los científicos todavía no han detectado ninguna señal de ella. Parte del problema tiene que ver con el tamaño del espacio; encontrar rastros de sustancias orgánicas o las firmas de residuos de megaestructuras alienígenas no es fácil a estas distancias cósmicas. Afortunadamente, existe la posibilidad de que la vida alienígena llegue a nosotros en forma de objetos interestelares.
Al examinar asteroides interestelares y cometas de cerca, argumenta el astrónomo de Harvard Avi Loeb, podríamos saber si existe vida en otras partes de la Vía Láctea, y podríamos hacerlo sin tener que abandonar los acogedores confines de nuestro Sistema Solar. Este es el experimento de sueño astrológico de Loeb.
Un beneficio importante de este tipo de misión es que, asumiendo que encontremos rastros de vida en un objeto exótico, tendríamos pruebas tangibles y empíricas de vida alienígena. Esta prueba de vida podría venir en tres formas: vida microbiana o animal capaz de sobrevivir a las duras condiciones del espacio (y posiblemente incluso de volver a entrar a través de la atmósfera de un planeta, propagando la vida a otros lugares); remanentes muertos de vida alienígena (vistos como firmas químicas o biosignaturas); o las llamadas firmas tecnológicas, es decir, los artefactos tecnológicos dejados por los alienígenas.
Así es como Loeb concibe un proyecto de este tipo:
“Mi sueño es organizar una misión espacial que aterrice en la superficie de objetos interestelares atrapados dentro del Sistema Solar y comprobar si estos poseen signos de vida en sus interiores. Uno también podría esperar a que objetos que pasan una sola vez como ‘Oumuamua’ y perseguirlos. Esto podría requerir alguna perforación a través de su superficie exterior de hielo rocoso. O, en lugar de aterrizar en la superficie, se puede estudiar la composición de la cola del cometa (si existe) detrás del objeto y verificar, midiendo su relación isotópica de oxígeno, si su origen es diferente al del resto del material en el Sistema Solar. También se puede utilizar la espectroscopia para buscar moléculas orgánicas o biomarcadores”.
En su estado actual, tanto los telescopios terrestres como los espaciales no son lo suficientemente potentes como para detectar rastros de vida en las atmósferas de exoplanetas distantes. La próxima generación de telescopios ubicados en el espacio debería ser capaz de esta hazaña así como de detectar biosignaturas alienígenas. El problema es que este tipo de datos volverían en forma de curvas de luz ambiguas, lo que conduciría a las inevitables controversias de interpretación. Al mismo tiempo, la perspectiva de enviar sondas a un sistema estelar distante, aunque inevitable, no dará resultados hasta dentro de cientos, si no miles de años. Loeb aclara aún más estas preocupaciones:
“Comúnmente se piensa que este tipo de búsqueda debería realizarse utilizando un gran telescopio con el objetivo de detectar biosignaturas - productos moleculares de vida primitiva en atmósferas planetarias, como oxígeno molecular combinado con metano o firmas tecnológicas - en una superficie planetaria, como megaestructuras o células fotovoltaicas en planetas habitables distantes, o alternativamente lanzando una nave espacial que visite estos mundos. Este último enfoque tomaría decenas de miles de años usando cohetes químicos convencionales incluso para el planeta habitable más cercano, Próxima b. Afortunadamente, existe una alternativa prometedora que ahorrará este largo tiempo de viaje. En lugar de que nuestra nave espacial viaje a otra estrella, podemos buscar objetos que fueron expulsados de otros sistemas planetarios y han llegado hasta nosotros. Incluso si estos provinieran del sistema estelar más cercano, Alpha Centauri, estas rocas deberían haber comenzado su viaje alrededor de la época en la que el Homo sapiens apareció en la Tierra hace alrededor de trescientos mil años”.
Hasta hace poco, la perspectiva de explorar un objeto interestelar parecía absurda. Sin embargo, las cosas cambiaron el 19 de octubre de 2017, cuando los astrónomos del sistema de telescopios Pan-STARRS1 de Hawái detectaron el primer objeto interestelar conocido que visitó nuestro Sistema Solar.
Apodad “Oumuamua”, que significa “mensajero de lejos que llega primero” en el idioma indígena de Hawái, el objeto parecido a un cometa ardió a través de nuestro Sistema Solar a 67.100 millas por hora a una distancia de más de 20,5 millones de millas de la Tierra. El cometa o asteroide en forma de cigarro (los astrónomos todavía no están del todo seguros) no permaneció aquí durante mucho tiempo, saliendo de nuestro Sistema Solar para continuar su épico viaje interestelar.
Esta visita, aunque breve, llamó la atención de Loeb:
“Junto con mi ayudante de postdoctorado, Manasvi Lingam, calculamos que actualmente debería haber miles de objetos interestelares de este tipo que se encuentran atrapados dentro del Sistema Solar debido a su interacción con Júpiter y el Sol. El sistema Júpiter-Sol actúa como una red de pesca, que atrapa este tipo de objetos cuando estos pasan cerca de Júpiter y pierden energía a través de su interacción gravitacional con él. Unos pocos meses después de que se publicara nuestro artículo, fue identificado el asteroide BZ509 en una órbita retrógrada alrededor de Júpiter, y su órbita apunta a un origen interestelar”.
Antes de la visita de Oumuamua, los astrónomos solo podían teorizar sobre la existencia de objetos interestelares visitantes. Este mensajero lejano proporcionó pruebas reales de que puede suceder, un evento que ha revitalizado la hipótesis de la panspermia. Esta es la idea especulativa de que la vida en la Tierra no surgió espontáneamente según la teoría convencional, sino que apareció debido a la llegada de asteroides y cometas. Digamos, como hipótesis, que Marte fue una vez habitable y hogar de simples microorganismos. Una colisión con un asteroide de gran tamaño podría haber arrancado trozos de roca de la superficie marciana, enviando las rocas - y su carga biológica - hacia la Tierra. Después del aterrizaje, estos microbios “infectarían” nuestro planeta con su ADN, y comenzarían la vida de nuevo, literalmente, en un ambiente alienígena.
Estos microorganismos tendrían que sobrevivir a temperaturas extremas y al vacío del espacio, pero podría ser posible; las bacterias de la Tierra pueden sobrevivir en el espacio durante períodos prolongados, al igual que los diminutos animales tardígrados. Increíblemente, también se ha demostrado que los microorganismos son capaces de sobrevivir a la reentrada a través de la atmósfera terrestre, tal y como lo demuestran las bacterias que sobrevivieron al accidente del transbordador espacial Columbia en 2003. Estas formas de vida estarían en un estado de deshidratación grave y, al menos en teoría, podrían ser reanimadas una vez introducidas en las condiciones adecuadas.
La idea de que los microorganismos resistentes pueden sobrevivir largas duraciones a través del espacio interestelar puede no ser tan descabellada como parece, aunque Loeb admite que es una exageración:
“No está claro si la vida sobreviviría al viaje bajo temperaturas heladas y bombardeos de rayos cósmicos. Y también si la mayoría de los asteroides expulsados de un sistema planetario tendrían vida en ellos para empezar. Este probablemente no es el caso en el Sistema Solar, ya que la mayoría de los asteroides o cometas no muestran señales de vida en ellos”.
Pero incluso si se descubrieran microorganismos muertos, o simplemente sus rastros químicos, seguiría representando evidencia directa de la existencia de vida más allá de nuestro Sistema Solar. Estas biosignaturas podrían incluir pilas acumuladas de microbios (llamados estromatolitos), rastros de desechos (sí, caca alienígena), compuestos orgánicos que contienen carbono, nitrógeno e hidrógeno, o rastros de grasa y esteroides. Incluso podrían existir fósiles esqueléticos dentro de la roca.
Las implicaciones de este tipo de descubrimiento serían enormes, por decir algo. Encontrar vida en un objeto de origen interestelar, argumenta Loeb, no solo demostraría que la vida existe en otro lugar, sino también que puede ser transferida entre sistemas planetarios, un importante paso para validar la hipótesis de la panspermia.
Otro elemento fascinante de este enfoque es que algunos de estos objetos interestelares podrían ser en realidad naves espaciales o sondas alienígenas, o incluso un asteroide con tecnologías instaladas en él. Así que esto no sería un ejercicio puro de astrobiología - también se aplica a SETI, la Búsqueda de Inteligencia Extraterrestre, como señala Loeb:
“Lo más interesante es que uno de los objetos interestelares podría aparecer como un dispositivo tecnológico y no solo como una roca”.
Esta posibilidad se les ocurrió a los científicos cuando “Oumuamua” llegó a nuestro Sistema Solar. Usando el Robert C. Byrd Green Bank Telescope en West Virginia, un equipo de astrónomos de Breakthrough Listen realizó varios escaneos de “Oumuamua” en busca de señales de radio. No se encontró ninguna, pero fue una buena idea. Loeb dice que el descubrimiento de firmas tecnológicas extraterrestres en un objeto interestelar proporcionaría una “respuesta afirmativa rotunda” a una de las preguntas más fundamentales de la ciencia: “¿Estamos solos?”
El físico Enrico Fermi preguntó: “¿Dónde está todo el mundo?” sugiriendo que las civilizaciones avanzadas extra-solares podrían no existir porque no detectamos señales obvias de ellas en el cielo. Sin embargo, hay que tener en cuenta que la tasa de crecimiento de los conocimientos tecnológicos suele ser proporcional a los conocimientos del pasado. Por lo tanto, el crecimiento de las tecnologías avanzadas tiende a ser exponencial. Los avances tecnológicos pueden saturarse debido al impacto destructivo de la tecnología, que da lugar al cambio climático o a guerras nucleares y biológicas. La respuesta a la paradoja de Fermi puede ser que las civilizaciones avanzadas tienen una vida corta. En este caso, encontraríamos reliquias de civilizaciones muertas, muchos cementerios en las superficies de planetas habitables, pero también algunas firmas tecnológicas en forma de extraños objetos que pasan a través de nuestro Sistema Solar, portando potencialmente tecnologías innovadoras que aún no hemos dominado.
El experimento de Loeb puede ser una posibilidad remota, pero en muchos sentidos, es bastante factible. De hecho, nos estamos volviendo muy buenos en la detección de biosignaturas y biomarcadores dentro de las rocas más antiguas de la Tierra, y se podrían utilizar enfoques similares al explorar asteroides y cometas cercanos. Al mismo tiempo, los telescopios de nueva generación podrían utilizarse para intentar identificar posibles biosignaturas desde lejos, como señala Loeb.
Y aunque aterrizar en un asteroide o cometa es extremadamente difícil, los científicos están trabajando en ello. Una misión a un objeto interestelar sería algo similar a la actual misión Hayabusa2 de Japón, que tiene previsto recuperar muestras de superficie del asteroide Ryugu y devolverlas a la Tierra para su análisis.
Es un experimento de ensueño, sin duda, pero basado en la ciencia real.