¿Se puede comprar la felicidad?
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El periodista del New York Times, Paul Sullivan, habla de los millonarios a los que no les gusta gastar sus millones.

Millonarios que son comedidos cuando no tienen por qué Bob Weidner y Angela Marchi en su casa de Lebanon, Pensilvania. Tienen millones de dólares, pero eligieron vivir de otro modo.

A Bob Weidner le gusta jugar a un juego en el que va a un outlet de grandes marcas como Brooks Brothers o Ralph Lauren: ¿cuántos artículos puede comprar sin gastar más de 100 dólares? En su última visita, la respuesta fue siete artículos.

«Una vez al año vamos a un outlet y encontramos gangas» dice. «Merece la pena».

Su mujer, Angela Marchi, que le regaña por remendar los calcetines (solo los dedos, no los talones, aclara él), prefiere comprar ropa dos veces al año, cuando sus tiendas favoritas rebajan las prendas del año anterior. Aunque, hace poco, hizo una excepción y le compró a su marido una camisa de Tommy Bahama que él quería... en una página web que vende prendas de segunda mano.

«Se negó a pagar una nueva» dice Angela.

Por sus hábitos de compra sería imposible saberlo, pero la Sra. Marchi, de 56 años, una alta ejecutiva de la atención sanitaria que dirige una cadena de hospitales, y el Sr. Weidner, de 57 años, investigador senior en una gran empresa sin ánimo de lucro, tienen millones de dólares. Y, a pesar de que tienen tres casas (dos condominios en Naples y Boca Ratón (Florida) y una casa en Lebanon, Pensilvania, donde crecieron), ninguna de ellas es especialmente grande. Un derroche que se permiten es un viaje anual a Italia.

Esta pareja es la viva imagen del millonario hecho a sí mismo, que cuenta con la seguridad económica de la verdadera riqueza y no la fiebre fugaz de la riqueza repentina. A pesar de que la percepción habitual de los millonarios es que son mucho más ostentosos que comedidos, un estudio reciente demuestra que, al menos, los millonarios de un solo dígito son generalmente mucho más conscientes de cómo ahorrar, gastar e invertir su dinero.

«Se trata de prestar atención a lo que te hace feliz y no de hacer solamente lo que la sociedad te dice que hagas»,

comenta Donna Skeels Cygan, asesora financiera de Albuquerque y autora del libro The Joy of Financial Security (La alegría de la seguridad económica).

«Consideran el dinero como una herramienta» dice de parejas como Angela Marchi y Bob Weidner, con las que ha trabajado. «Es una herramienta importante. No son irresponsables con el dinero, pero tampoco lo adoran».

Según un informe reciente de UBS Wealth Management, la gente con más dinero es feliz por lo general, lo que probablemente no es ninguna sorpresa.

«Yo diría que, en general, los millonarios son bastante felices» dice Paula Polito, directora de estrategia de clientes en UBS Wealth Management Americas. «Pero yo no confundiría la felicidad con la alegría, la satisfacción o los logros».

Según el informe de USB, la satisfacción aumenta a la par que la riqueza: el 73% de las personas que tienen de 1 a 2 millones de dólares, el 78% de las personas que tienen de 2 a 5 millones de dólares y el 85% de las personas que tienen más de 5 millones indicaron estar «muy satisfechos» en la vida.

Lo que despertó mi curiosidad fue ver lo confusos que parecían los encuestados del informe sobre la fuente de su riqueza. A menudo, estas personas tienen trabajos que implican largas jornadas, una gran presión y vacaciones de trabajo.

«Parte de la presión para seguir adelante tiene menos que ver con la codicia y más con una inseguridad que podría ser autoimpuesta» comenta Paula Polito. «Si le preguntas a la gente "Si supieras que solo te quedan cinco años de vida, ¿actuarías de otra manera?", la respuesta es sí. Esto es un problema serio».

El dinero puede comprar la felicidad, según el informe. Pero, ¿realmente es buena esa felicidad si los millonarios que la tienen no pueden disfrutar de la libertad que les da su dinero, la misma libertad que la mayoría de la gente desearía tener?

Me puse a hablar con personas que tenían lo que yo consideraba un nivel de riqueza asequible para alguien con trabajos bien pagados y la capacidad de controlar sus gastos y ahorrar a lo largo de su vida. Tenían un patrimonio de unos cuantos millones de dólares, pero sin superar el nivel de exención de 10,86 millones del impuesto sobre bienes inmuebles para parejas.

Una vez que el patrimonio de la gente supera ampliamente la exención del impuesto sobre bienes inmuebles, necesitan asesores legales y fiscales para reducir al mínimo este impuesto. Se trata de un buen problema, pero cambia su forma de pensar sobre el dinero.

Había puntos en común en este grupo. Se trataba de personas que habían ganado todo su dinero a lo largo de su vida y que lo habían hecho, en su mayor parte, ahorrando, invirtiendo y tomando decisiones cuidadosas sobre sus gastos, así como gracias a un salario elevado.

Bob Weidner y Angela Marchi. Foto: The New York Times

Una de las grandes elecciones era en qué gastaban el dinero. Un elemento común es la austeridad con los coches. No solo compraban vehículos de precio moderado, sino que los conservaban mucho tiempo.

Consideraban los coches de lujo más bien como un indicador de compras innecesarias. Steve Ingram, un abogado inmobiliario y de asuntos de petróleo y gas de Albuquerque, dijo que a él y a su esposa no les importaban mucho los bienes materiales.

«Tenemos algunas cosas bonitas, pero conduje el mismo coche durante 10 años, luego lo vendí y compre otro que me duró otros 10 años», comenta. «Nos gusta viajar y gastaremos nuestro dinero en eso, porque merece la pena vivir una experiencia real juntos».

El Sr. Ingram, de 53 años, dice que él y su esposa, Mary, de 50 años, habían ido a Charleston, en Carolina del Sur, y a Savannah, en Georgia, el verano pasado y a un viaje por Nueva Inglaterra en otoño para ver el follaje de los árboles.

«Fuimos una vez a Las Vegas y entramos en Cartier y compramos relojes para cada uno», explica. «Fue un despilfarro total. O quizá, la próxima vez, compremos una obra de arte durante las vacaciones. Ese es el único momento en el que te dejas ir un poco».

Heather y John Darby, ambos de sesenta y tantos años, dicen que esperaron hasta que estaban a punto de jubilarse para construir la casa que siempre habían deseado, después de apañarse con casas más modestas. La casa de sus sueños es una casa de 310 m2 en Columbia, Misuri, a 15 minutos del centro de la ciudad y lejos de sus antiguas residencias en Los Álamos, Nuevo México.

Pero comentan que se habían dado cuenta de que lo que realmente les gustaba de su casa era la privacidad, por lo que compraron tres terrenos colindantes de unos 2.000 m2. «Forman un semicírculo, que es como una barrera entre nuestra propiedad y cualquier lugar donde alguien pudiera construir» comenta John Darby, un ingeniero nuclear. «Trato de gastar mi dinero en buenas inversiones».

Es difícil decir por qué estos hábitos que han ayudado a muchas personas a ahorrar millones de dólares continúan dándose cuando ya son ricos. Quieren donar el dinero a la beneficencia o dejárselo a sus hijos. O puede que simplemente no quieran más de lo que tienen.

«Sean o no conscientes de ello, prestan mucha atención a lo que les hace felices» dice Donna Skeels Cygan. «Tienen un modo selectivo de gastar dinero en cosas extravagantes».

O, tal y como dice Sandra Bragar, directora de administración de la riqueza en Aspirant, una consultoría que tiene clientes con patrimonios desde 3 a 200 millones de dólares, puede que no les guste gastar porque han trabajado y ahorrado durante toda su vida,

Dice que, a menudo, anima a sus clientes a gastar dinero en cosas que hagan su vida mejor o más sencilla, como chicas de la limpieza, entrenadores e incluso cocineros personales, pero también en experiencias que hagan que sus vidas sean más completas.

Sea como sea, este grupo de personas aprende de sus errores. Angela Marchi comenta que ella y su marido no habían sido inmunes al canto de sirena de una casa grande y bonita. «Las dos veces que lo hicimos, pensamos "¿Por qué lo hemos hecho?"» dice. «Solo somos dos. No necesitamos tanto espacio».

Perdieron dinero en ambas casas cuando tuvieron que venderlas al trasladarse por trabajo.

Debido a esas experiencias, nunca imaginó que tendría tres casas, pero tiene una explicación bien razonada para ello. Naples es su residencia habitual; la casa de Lebanon, en Pensilvania, está cerca de la de su hermana y de su madre, ya muy mayor. Compraron el condominio en Boca Ratón, donde trabaja ella, a una bajo precio, lo arreglaron y pagan cada mes menos de hipoteca de lo que pagarían en un alquiler.

Y, aunque dice que espera perder dinero en su casa de Lebanon cuando estén listos para venderla, no lo considera un error. Después de que su padre muriera hace nueve años, le gusta poder coger un avión y estar cerca de su madre. Es un ejemplo de cómo gastar dinero en algo que realmente importa.

Pero ¿son unos tacaños los millonarios que remiendan sus calcetines? ¿O esas pequeñas costumbres son parte integrante de su acumulación de riqueza y parte del motivo por el que han alcanzado un nivel de comodidad económica?

«Es interesante porque no se trata de avaricia» dice Paula Polito. «Son personas que proceden de la clase media, la clase trabajadora, y aún siguen pensando que, a pesar de todo, forman parte del 99%, porque es así como se identifican a sí mismos».

Y no dan su riqueza por sentado. Angela Marchi y Bob Weidner juegan a un juego de dar las gracias todas las noches. Esta semana, Angela Marchi dio las gracias por los antibióticos que había recibido por una infección que tuvo. Para Bob Weidner, el motivo de agradecimiento fue un pastel de carne hecho por su suegra.

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