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Te contamos por qué los innovadores tienen que ser como niños de 4 años.

Es la pregunta que todos nos hacemos: ¿Cómo te mantienes joven? ¿En forma? ¿Relevante?

Esto es válido para ti y para mí, para todas las personas. Pero se aplica igualmente a las empresas: ¿Cómo hacen las empresas fundadas hace 10, 20 o, en el caso de mi lugar de trabajo, Schneider Electric, más de 180 años, para seguir adaptándose a las cambiantes circunstancias geopolíticas, económicas, sociales e incluso medioambientales que las rodean? ¿A los cambios tecnológicos que pueden hacer que líneas enteras de productos sean redundantes en cuestión de años? ¿Y cómo contrarrestar la pura inercia organizativa que conlleva el tamaño y la edad?

La innovación empresarial en sí misma no es nada nuevo. Las empresas llevan siglos innovando, reposicionando y reformulando sus modelos de negocio. Basta con ver cómo Amazon pasó de ser una librería online a un gigante tecnológico multinacional que ofrece todo tipo de servicios, desde el comercio electrónico hasta la computación en la nube.

Sin embargo, la urgencia es ahora mayor que nunca. Por un lado, los acontecimientos de los últimos meses han demostrado lo crítico que es ser capaz de poner rápidamente sobre la mesa procesos, productos y servicios innovadores. Las empresas que reaccionaron rápidamente a los cierres inducidos por el virus de la covid-19, a las interrupciones de la cadena de suministro y a los cambios en el comportamiento de los consumidores, salieron relativamente bien paradas. Las que se demoraron sufrieron.

Cómo conseguir más inspiración para ideas de negocio creativas

Por otra parte, el ritmo del cambio tecnológico es ahora más rápido que en cualquier otro momento de la historia de la humanidad. La inteligencia artificial, la impresión en 3D, la imagen digital, el análisis del Big Data, el Internet de las Cosas, la bioingeniería, la robótica, la automatización industrial, las soluciones de energía limpia y la teleinformática: la mayoría de ellas apenas existían hace 20 o 30 años. Y han transformado la forma en la que vivimos, trabajamos y fabricamos, obtenemos, entregamos y diseñamos bienes y servicios.

Tomemos como ejemplo la industria del automóvil. Los fabricantes tienen que adaptarse actualmente a tres grandes cambios: la electrificación, la conducción conectada y el uso compartido de vehículos. Los tres han cobrado impulso durante la última década. Del mismo modo, el sector del petróleo y el gas tiene que hacer frente a la transición de los combustibles fósiles a las energías renovables. La innovación, para ellos, es una cuestión no solo de competitividad, sino de vida o muerte. De cara al futuro, el ritmo del cambio se acelerará.

Para la innovación empresarial, hay que mirar hacia dentro y hacia fuera

Pero, ¿cómo incorporar la innovación a la estrategia empresarial?

La innovación orgánica y de cosecha propia debería ser una obviedad, a la orden del día para todas las organizaciones. Se trata de la investigación y el desarrollo internos (muchas, como Schneider Electric, destinan a la I+D un 5% de sus ingresos). Lo ideal es que también incluya programas diseñados para identificar ideas internas y fomentar a los "intraemprendedores" dentro de las filas de la empresa.

La innovación externa implica traer ideas del exterior. Puede abarcar desde asociaciones con grupos de reflexión e instituciones académicas hasta la toma de participaciones en empresas establecidas o la financiación de nuevas empresas prometedoras al estilo del capital de riesgo, todo ello con el objetivo de codesarrollar nuevas ideas, tecnologías y modelos de negocio dentro de una empresa establecida.

El reto de la innovación empresarial

Nada de esto es fácil. Las empresas y las organizaciones, al igual que los seres humanos adultos, tienden a evitar probar cosas nuevas. La tendencia natural es preferir la previsibilidad a lo desconocido, y no agitar el barco.

Además, las empresas que desean mantenerse a la vanguardia tienen que asegurarse de que la innovación está integrada en la mentalidad corporativa (no es un elemento secundario) y que se persigue de forma holística, a través de iniciativas que se complementan entre sí (en lugar de existir una al lado de la otra).

Teniendo esto en cuenta, he aquí un manifiesto irónico para los directores de innovación y las empresas que quieren mantenerse a la vanguardia:

  • Ser curioso: los verdaderos innovadores tienen la curiosidad de un niño de 4 años: ese entusiasmo infantil por lo desconocido, el deseo de saber más y probar lo que es posible. Por desgracia, la curiosidad con la que nacemos se desvanece con el tiempo. No lo permitas.
  • Ser audaz: Si quieres innovar, tienes que atreverte a trastocar los procesos y supuestos establecidos. Eso significa sentirse cómodo con la ambigüedad, la incertidumbre y el fracaso.
  • Tener paciencia: La innovación lleva tiempo. Incluso los éxitos que se materializan - y muchos nunca lo hacen - tardan fácilmente de cinco a siete años en generar ingresos o ganancias. Para las empresas que cotizan en bolsa, que tienden a pensar en ciclos de ganancias trimestrales, esto puede ser especialmente difícil. Por eso es fundamental gestionar las expectativas de los directivos y los inversores.
  • Tener experiencia: La dirección de la empresa tiene que aceptar y facilitar la innovación, pero también mantenerse lo suficientemente alejada para evitar la microgestión o el control de los proyectos en ciernes. Esto significa dar cabida a dos mentalidades diferentes bajo un mismo techo, un delicado acto de equilibrio que requiere una considerable experiencia corporativa.
  • Ser humilde: Hace falta un poco de humildad para aceptar que un veinteañero que trabaja en una habitación libre en California, Shenzhen o Tel Aviv, puede saber más que tú sobre una nueva tendencia. Conoce, escucha y tómalos en serio, aunque tengan la mitad de tu edad.

Si quieres ser un líder de la innovación en lugar de un rezagado, necesitas la curiosidad de un niño más las agallas de un adulto. No es una combinación fácil. Pero es la receta para conseguir un crecimiento sostenible a largo plazo, para mantenerse joven. En una época de cambios vertiginosos, quedarse de brazos cruzados no es una opción.

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