En quién confiar en el mundo de las finanzas
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En el marco del proyecto especial conjunto con el Prime Bróker EXANTE compartimos la opinión de Sergio Golubitskiy sobre la confianza incondicional de la sociedad en los analistas financieros.

Abrí mi primera cuenta de bróker para operar en la Bolsa a mitad de los años 90 en Charles Schwab. En aquellos tiempos la televisión era la principal fuente de información para los operadores. También leíamos la revista The Wall Street Journal, y se la consideraba una autoridad innegable. Pero el mercado reaccionaba inmediatamente a la información de esta revista, ajustándose a las noticias, por lo que era difícil utilizarlas para la especulación. Sin embargo, con la televisión todo era más divertido.

Aquí nacían y morían las sensaciones, se creaban tendencias artificiales, se amontonaban los millones de «esas» puntocom que no eran gran cosa al principio. La televisión lo exageraba todo, y para esta tarea creó un nuevo tipo de estrella de televisión - los analistas financieros. Muchos de ellos, a finales de los 90, eclipsaban la popularidad de los políticos y billonarios.

Uno de esos «héroes» era Abby Cohen, a quien vi por primera vez en la víspera del «apocalíptico» Y2K del canal CNBC. Además, ella no habló del «problema del año 2000», sino sobre el triunfo de las compañías de internet norteamericanas. Para su entrevista se modificó toda la programación y fueron suspendidos todos los reportajes del momento. Según las estimaciones, la entrevista fue vista por 150 millones de americanos. Todos ellos, durante toda una hora, atendieron a cada palabra de la Gran Diosa Perma Bull sobre el infinito mercado alcista.

Abby era una triste oradora, pero hablaba de cosas fantásticas, cuyo optimismo podría compararse al optimismo de los mensajes de los años 60 sobre los viajes al espacio.

«La posición de los negocios en la economía norteamericana es excelente. Las compañías de internet son nuestro futuro. Mónica Lewinsky no es nada en comparación con Yahoo! y Amazon, y los problemas crónicos de los bancos japoneses nunca afectarán a la reputación de los norteamericanos».

150 millones de norteamericanos honrados de clase media llamaron a sus brókeres y les dijeron: «¡Compra! ¿Qué comprar? ¡Pues lo que sea! ¡Compra todo lo que ha mencionado Abby hace un minuto!».

Pero las capacidades analíticas de Abby tenían un matiz extraño, ella era un mórbido toro (de ahí su apodo - Perma Bull) y siempre predecía exclusivamente el alza del mercado. Ella pronosticó el alza de las puntocom hasta marzo del 2000, cuando la burbuja estalló de manera ensordecedora. Pero después de esto nada cambió: Abby predijo el alza en 2001, en 2002, en 2003 e incluso en 2008.

En diciembre de 2007, justo antes de la crisis mundial, ella predijo el retorno del índice S&P 500 a un nivel de 1675. Ya en marzo del 2008 se hizo claro que este pronóstico no tenía nada que ver con la realidad, ni tampoco con las ciencias económicas. La dirección de Goldman Sachs destituyó a Abby del puesto de analista financiera principal y le prohibió hacer pronósticos públicos. Y en noviembre de 2008 el índice S&P 500 bajó hasta una posición de 741, confirmando la insensatez del antiguo pronóstico.

La época de las puntocom fue la hora estelar no solo para Abby Cohen. Ralph Acampora, Peter lynch, James (Jim) Cramer - los nombres de estos analistas dieron más que hablar en los mayores círculos populares que muchos futbolistas o actores de Hollywood. ¿Cuál será la razón de tan inadecuada popularidad de unas personas, cuya profesión, a primera vista, no proporciona contacto con el ciudadano de a pie? Pues son mucho más adecuados para este papel los simples periodistas financieros de los que abundan en EE. UU.

Quizás la respuesta está en el estudio del profesor de la universidad de Gotemburgo Eric Liden «Recomendaciones sobre las acciones de los medios de comunicación suecos: ¿orientación o engaño?» (Stock Recommendations in Swedish Printed Media: Leading or Misleading?). El trabajo muestra que en el período comprendido entre 1996 y 2000, las recomendaciones de los periodistas que cubren temas financieros estuvieron distribuidas de manera bastante uniforme: 218 aconsejaron comprar unos u otros activos, y 189 - vender.

Entre los analistas financieros profesionales se desarrolló un cuadro muy diferente. 99 veces los analistas recomendaron comprar algo, y solo 35 veces - vender. ¿Qué significa esto? ¿Una simple coincidencia o un conflicto de intereses?

Es difícil hablar de todos los analistas, pero Abby Cohen sí que tuvo ese conflicto. Ella habló en nombre de Goldman Sachs, quien participó activamente en la burbuja de las puntocom. Este financió la salida a la Bolsa del 23,1% de las burbujas de internet, Morgan Stanley - 16%, y Credit Suisse First Boston - 15,9%. Naturalmente, las infinitas recomendaciones de «comprar» eran ventajosas para los bancos. También los anteriores lugares de trabajo de Abby (1970 - Reserva Federal, 1980 - Drexel Burnham Lambert, firma legendaria, famosa por los bonos «basura») hacían honor a su apodo Perma Bull.

No es necesario ser un genio para seguir estas pautas. Es suficiente con saber dónde trabaja un analista financiero (esto no se oculta), y luego averiguar qué compañías son promovidas por su banco u otra agencia.

Entonces, ¿cómo explicar la confianza incondicional de los estadounidenses en esas personas? ¿Por qué los periodistas normales (como María Bartiromo) son percibidos a la ligera por el público, pero cada palabra de los analistas financieros es tomada como una guía directa a la acción? ¿Por qué pasa esto?

En mi opinión, hay dos razones principales.

La primera es el enorme papel de los factores subjetivos en el movimiento de los mercados. Para un impulso en la Bolsa de valores no se requiere solo lo positivo, (o negativo) de los hechos reales relacionados con la vida de una compañía o la economía en general, sino su correspondencia con las expectativas del mercado.

Cualesquiera que hayan sido las cifras EPS (ganancias por acción) anunciadas por la compañía, les vale estar un poquito peor que los llamados whisper numbers (expectativas del mercado «susurradas» por los analistas financieros), para que las acciones empiecen a desmoronarse. Y al contrario: cuando una compañía demuestra terribles pérdidas (digamos, menos 0,6 dólares por acción), sus valores se disparan solo porque los whisper numbers predicen una pérdida mayor a 1 dólar.

«¡Este es un buen comienzo!» - dice Abby Cohen, y la compañía que no ha ganado un centavo cuesta en la Bolsa más que Caterpillar, cuyos tractores han decorado todo el campo estadounidense durante casi un siglo. ¿Pero qué pasaría si la compañía se queda sin ganancias? La respuesta es fácil: el agiotaje pasaría, la realidad al final tocaría a la puerta y la burbuja explotaría. Pero alguien sabrá sacarle provecho.

La segunda razón de la gran popularidad de los analistas se encuentra en su aura de profesionalidad. Por lo menos, así fue durante todo el siglo XX (y solo ahora este sistema se derrumba constantemente gracias a los masivos ejemplos de éxito de autodidactas del internet en diferentes áreas).

De ahí la respuesta a por qué la gente común realmente no escucha a los periodistas financieros (aunque ellos, como muestra el estudio sueco, son objetivos): no tienen suficiente autoridad. Los analistas financieros son harina de otro costal. Expertos. Profesionales. Casi dioses, especialmente cuando trabajan en Goldman Sachs o Morgan Stanley. La confianza en ese tipo de personas es completa, y hasta a un nivel inconsciente.

El estallido de la burbuja puntocom serenó a muchos norteamericanos. Por más mitológico que sea el pensamiento de la gente, y lo difícil que les sea vincular lógicamente dos hechos, el impacto en el propio bolsillo o el del amigo es un buen aleccionador. Pues mandar a una persona hacia el otro extremo es un engaño. ¡Son nuestros enemigos! El último golpe a la imagen de los «grandes analistas» fue la crisis del 2008. Daremos solo un ejemplo.

11 de marzo del 2008, tele estudio CNBC, transmisión en directo. El analista financiero más influyente y popular de América, fundador de TheStreet.com, y por otro lado— titular del fondo de cobertura Jim Kramer, responde a las preguntas de los telespectadores: «¿Debería preocuparme sobre la compañía Bear Stearns (BSC) en cuanto a su liquidez y vender sus acciones?» ¡No, no, no, y otra vez no! Bear Stearns está bajo control, no venda las acciones, Bear Stearns no tiene ningún problema, vender las acciones es una tontería. ¡No cometa una tontería!» 12 de marzo - al siguiente día, después de las ruidosas recomendaciones de Jim Kramer - las acciones de BSC cayeron 1,4 dólares, el 13 de marzo - otros 4,6, el 14 de marzo - ya 27 dólares, y el domingo por la mañana la dirección de Bear Stearns firmaba el acuerdo sobre la adquisición de la compañía por el banco JP Morgan Chase a 2 dólares por acción.

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