La violencia en la ciudad más grande de Siria ha aumentado de manera tan dramática que se les está obligando a los hospitales a "elegir pacientes para ahorrar porque no hay suficientes médicos para tratar a todos". Osama Abo el Ezz, un cirujano de Alepo, escribió un cruel artículo de opinión para describir en lo que se ha convertido la vida allí.
La semana pasada, aviones sirios o rusos bombardearon el hospital Al Quds, en la parte oriental de la ciudad dividida de Alepo. Al menos 50 personas perdieron la vida y más de 80 resultaron heridas.
Entre los fallecidos en el ataque estaba mi querido amigo y compañero, el doctor Muhammad Wassim Mo'az, un buen hombre que se preocupaba mucho por sus pacientes y su comunidad. Dormía en el hospital en caso de que hubiera una emergencia y tuvo que correr para tratar a bebés y niños. Era el último pediatra que quedaba en Alepo.
Otro amigo, el doctor Mohammed Ahmad, también murió en los ataques aéreos. Ahmad era querido por sus compañeros y los habitantes de Alepo. Solía ofrecerse como voluntario con los niños, enseñándoles cómo prevenir las enfermedades dentales en tiempos de guerra. Era uno de los 10 dentistas que quedaban en el este de Alepo.
Wassim y Ahmad se unen a los cientos de mis compañeros sirios que han sido asesinados durante los últimos cinco años de guerra civil. La organización Médicos para los Derechos Humanos ha contabilizado que han fallecido al menos 730 profesionales médicos. Los ataques deliberados a hospitales y personal médico se han convertido en algo habitual.
Solo un día después del atentado contra el hospital Al Quds, otro ataque aéreo destrozó un centro médico de atención primaria que trataba a más de 2.000 personas al mes. En la última semana, también han bombardeado de forma deliberada colegios, clínicas y mezquitas.
Como uno de los pocos médicos que quedan en Siria, he visto que el "cese de las hostilidades" que fue acordado en febrero se desmorona. Aunque fuese deficiente, se ofreció a los civiles sirios un breve respiro de cinco años de violencia. La gente había empezado a recuperar su vida durante la tregua. Pero ahora estamos viendo un nivel de destrucción que dejará una ciudad, ya dañada, en ruinas.
Es difícil describir cómo es vivir en Alepo, esperando la muerte. Algunas personas incluso rezan por su rápida llegada que los aleje de esta ciudad en llamas.
El bombardeo ha alcanzado tal ferocidad que incluso las piedras están ardiendo. Esta semana ayudé a enterrar a un hombre cuyo cuerpo estaba tan carbonizado que nadie podía identificarlo.
Los aviones de arriba compiten para ser el próximo en atacar. Sus objetivos no son combatientes, sino civiles - madres, padres, hermanas, hermanos, hijos e hijas a quienes se les ha acabado la suerte. Todo el mundo está aterrorizado y se siente abandonado y solo.
Los médicos y las enfermeras están intentando hacer todo lo posible para mostrar una cara de valiente a nuestros pacientes. Sabemos que para la comunidad que servimos representamos una última esperanza, somos los últimos defensores de la vida en esta ciudad. Sin embargo, también estamos entre los caídos.
Todos hemos perdido hermanos y hermanas médicos en ataques con bombas y misiles, pero seguimos trabajando durante toda la noche. Hemos visto vecinos y amigos muertos delante de nosotros. Estamos agotados y no quedan muchos de nosotros, pero continuamos nuestros turnos de 20 horas. Lo que es más doloroso es cuando tenemos que elegir qué pacientes salvar porque no hay suficientes médicos para tratar a todo el mundo. Nuestros hospitales, a pesar de que son el blanco de las bombas, todavía están llenos de enfermos y heridos.
Ya ni siquiera se respeta la neutralidad de la medicina, que hasta entonces se había librado hasta cierto punto de las consecuencias de la guerra. Esta guerra ha tirado por tierra los acuerdos en materia de derechos humanos, los principios humanitarios y el derecho humanitario – que hasta ahora se habían respetado.
Nos estamos quedando sin ataúdes para enterrar a nuestros amigos, familiares y compañeros. En algún momento los bombardeos acabarán con todo y no quedará vida alguna en Alepo. La gente, que está atrapada en esta ciudad, está perdiendo la esperanza. Nos estamos quedando sin tiempo y necesitamos que se haga algo urgentemente.
Hace tan solo unos meses, Rusia, Estados Unidos y otros líderes mundiales alcanzaron lo que, según ellos, era un firme compromiso para mantener una tregua. Ahora no están cumpliendo ese compromiso, y las mujeres, niños y ancianos de Alepo están pagando el mayor precio.
Los ataques aéreos del gobierno sirio y de Rusia están alcanzando los lugares donde se reúnen más civiles, así como los caminos que permiten la llegada de ayuda humanitaria al este de Alepo. El cese de las hostilidades no era la panacea, pero su restablecimiento podría poner fin a esta matanza y evitar el asedio que todos tememos.
Estados Unidos debe presionar al gobierno sirio y Rusia para que detengan inmediatamente los ataques aéreos contra zonas civiles y hospitales y retiren sus aviones de la zona. Los caminos que dan acceso a la ciudad deben permanecer abiertos para que los alimentos y el combustible para las ambulancias y los hospitales puedan llegar hasta nosotros. No podemos soportar un asedio.
Estados Unidos y Rusia dicen que están comprometidos con el cese de las hostilidades y que este se extiende a Alepo. Pero necesitamos algo más que declaraciones vacías. Necesitamos que obliguen a sus aliados a respetar el derecho internacional humanitario y los derechos humanos. Los hospitales no pueden ser objetivos.
Todo el mundo debería sentirse indignado por estos crímenes de guerra sistemáticos y hacer todo lo posible para que acaben. Alepo está siendo destruida bajo la atenta mirada de todo el mundo. Rezamos para que se detenga. Por Alepo, por nuestros pacientes y por nosotros mismos.