Las políticas anticomercio harán que los pobres sean más pobres
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25 de Enero de 2017

El colaborador de Bloomberg, Michael Schuman, nos muestra su visión sobre la situación en la que quedaría la economía mundial con la retirada de pactos comerciales internacionales y sus consecuencias en los países pobres o en vías de desarrollo.

Sin lugar a dudas, la historia económica más emocionante de los últimos 50 años ha sido el drástico descenso, y probablemente sin precedentes, de la pobreza mundial. En un estudio reciente, el Banco Mundial estimó que en 2015, poco más de 700 millones de personas permanecieron atrapadas en la pobreza extrema, o el 9,6% de la población mundial. Estas parecen grandes cifras hasta que se comparan con 1990, cuando casi dos mil millones de personas se consumían en la pobreza – un sorprendente 37% de la población mundial. Tales progresos han planteado la posibilidad real de que la pobreza extrema pueda erradicarse en un futuro no muy lejano.

Esa perspectiva ahora podría estar en peligro. Después del voto del Brexit y de la victoria de Donald Trump, un nacionalismo económico más virulento ha comenzado a extenderse a través de varias capitales occidentales. Como uno de sus primeros actos, Trump ha retirado formalmente el apoyo estadounidense del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP por sus siglas en inglés). Si se lleva a su extremo lógico, esta visión podría dar lugar a políticas que impidan la guerra mundial contra la pobreza, con consecuencias potencialmente nefastas para los ricos y pobres.

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Cualquier revocación seria del comercio mundial amenazaría precisamente a las mismas potencias económicas que han creado grandes beneficios en las riquezas de los países emergentes. La historia económica desde la Segunda Guerra Mundial ha demostrado que la mejor manera de que los países pasen de la pobreza a la prosperidad es unirse al sistema de comercio mundial. Los países pobres simplemente no poseen el capital ni el poder adquisitivo para desarrollar la industria y aumentar el bienestar por sí mismos. Sólo haciendo uso de la demanda en Estados Unidos y otras naciones económicamente fuertes, pueden estos países fomentar el empleo y el crecimiento necesarios para incrementar los ingresos.

Esa es la razón por la que las exportaciones sacaron de la pobreza a China, Corea del Sur y otros Tigres Asiáticos de rápido crecimiento. Ahora, más países, desde la India a Etiopía, se esfuerzan por reproducir su éxito vinculándose más estrechamente a los flujos de comercio e inversiones internacionales.

Sus esperanzas dependen de la supervivencia del libre comercio. En última instancia, Estados Unidos y otras economías avanzadas merecen gran parte del crédito por las recientes mejoras en el bienestar global. Al abrir sus mercados a las importaciones de las naciones pobres, las naciones más ricas del mundo crearon empleos en los países más pobres del mundo– empleos que salvaron a millones de una vida de miseria.

Una liberalización más amplia del comercio impulsaría aún más los intentos por rescatar a los millones que siguen en la pobreza. Un estudio realizado en 2015 por la Organización Mundial del Comercio y el Banco Mundial concluyó:

“Un esfuerzo sostenido para profundizar la integración económica y reducir aún más los costes comerciales es esencial para acabar con la pobreza”.

Sin embargo, irónicamente, el éxito que hemos tenido eliminando la pobreza ha puesto en riesgo otros avances. Al atraer a los países más pobres del mundo hacia la cadena de suministro mundial de smartphones, pantalones vaqueros y otros productos, el comercio internacional ha reforzado la competencia entre los trabajadores de bajos salarios de los países en vías de desarrollo y los trabajadores de alto coste del mundo desarrollado para los mismos empleos. Es una competición que han perdido algunos en Estados Unidos, Europa y Japón, ya que las cadenas de montaje cambiaron a economías emergentes más baratas. El resultado es la ira generalizada en muchos países ricos hacia el libre comercio. Todos los empleos que sacaron a muchos chinos y mexicanos de la pobreza, según sus ciudadanos, han sido “robados” por el comercio "injusto".

Trump apeló con éxito a este descontento durante la campaña, criticando el libre comercio, afirmando que pactos como el TPP y el Tratado de Libre Comercio de América del Norte constituyen desastres para los trabajadores estadounidenses y jurando protegerlos de los males de la competencia extranjera. Todavía no sabemos qué más intentará hacer, ni cómo de altas podrá levantar barreras proteccionistas. La comunidad empresarial continúa presionando a Trump para mantener el comercio vital fluyendo.

Pero ya ha amenazado con aplicar un arancel del 45% sobre las importaciones chinas, y advirtió a compañías como Carrier y Toyota que impondría un fuerte impuesto fronterizo a todo lo que fabriquen en las plantas mexicanas para su venta en EE. UU. Tales pasos podrían degenerar rápidamente en una guerra comercial a nivel mundial. Funcionarios de China y México han dicho que tomarían represalias si Trump impusiera le barreras a sus exportaciones.

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Estas políticas les impedirían a las personas más pobres del mundo acceder a los empleos que necesitan para escapar de la pobreza. Y una guerra comercial entre las principales economías también debilitaría el crecimiento global. La directora general del Fondo Monetario Internacional, Christine Lagarde, advirtió el año pasado que el lento crecimiento en el mundo emergente ya estaba afectando a los pobres. Los ingresos en el mundo en vías de desarrollo convergen con los de los países avanzados a menos de dos tercios del ritmo que el FMI había previsto hace una década.

Algunos lectores probablemente piensen: mala suerte. En un mundo tan competitivo, EE. UU. tiene que preocuparse por sí mismo, no por familias indigentes en Bangladesh o Nigeria. Ese pensamiento tiene poca visión de futuro. Aliviar la pobreza no es sólo un imperativo moral, sino un imperativo económico. Con las sociedades de todo el mundo desarrollado envejeciendo y muchas, desde Japón hasta Italia, luchando por crecer incluso, las compañías de EE. UU y los estadounidenses que emplean podrán vender más aviones, automóviles y pólizas de seguros solo si más pobres de países emergentes se unen a la clase media mundial.

E incluso si a los estadounidenses no les importan los pobres de otros países, ¿qué pasa con los de su propio país? ? Un estudio realizado por la Fundación Nacional para la Política Estadounidense indicó que los tipos de aranceles que Trump ha amenazado con imponer en las mercancías de China y México le costaría al 10% más pobre de los hogares estadounidenses hasta el 18% de sus ingresos netos, o 4.670 $ durante cinco años. Esa es una carga extra que no pueden permitirse.

Fuente: Bloomberg

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