Los efectos de las crisis nunca son iguales para todos los países. Así, mientras Europa y EE. UU. sufrían de la alta inflación y las tensiones geopolíticas, el mundo árabe contaba las ganancias de los altos precios de la energía. Como resultado, se prevé que el PIB de la eurozona crezca un 3,2% en 2022 y de Kuwait cerca de un 8,7%, el de Arabia Saudí del ~ 7,6%, el de EAU del ~ 5,1% y el de Omán del ~ 4,4%.
También es verdad que tarde o temprano el "banquete del petróleo" terminará y la economía del llamado Consejo de Cooperación del Golfo (CCG) empezará a ralentizarse. La diversificación de los flujos financieros puede ser un salvavidas en este sentido. No es de extrañar que los países árabes llevan años trabajando para mejorar el clima de inversión dentro de sus Estados.
En el futuro, las inversiones multimillonarias en tecnologías digitales, ciberseguridad, IA, desarrollo de infraestructuras, etc. también darán sus frutos. La Estrategia Nacional de Inteligencia Artificial de los Emiratos Árabes Unidos, por ejemplo, pretende convertir al país en una de las naciones líderes en esta tecnología para 2031, generando hasta 91.200 millones de dólares de crecimiento adicional.
De cara al próximo año, no esperamos cambios drásticos en la situación económica del CCG. El abandono por parte de China de su política de tolerancia cero podría estimular la demanda de "oro negro". Los ingresos adicionales procedentes de las exportaciones se canalizarán hacia actividades empresariales del sector no energético. La inflación se mantendrá bajo control vinculando las monedas locales al USD.
Sin embargo, en Líbano, Siria, Yemen e Irán, así como en Egipto, Jordania y Turquía, el panorama no parece demasiado halagüeño. La elevada carga de la deuda, la inflación, el aumento de la tensión social y la difícil situación geopolítica son las razones. El rey Abdullah II de Jordania, por ejemplo, se declaró recientemente dispuesto a entrar en conflicto con Israel si cambia el status quo en Jerusalén.