Como si dos guerras a gran escala no fueran suficientes, se ha añadido una más: Israel contra Irán. Desde la semana pasada, ambos bandos intercambian ataques con misiles y, de momento y por ahora, no se vislumbra el final. Al principio, los mercados se inquietaron, pero no se ha observado ninguna oleada masiva de ventas, ni en acciones ni en BTC/USD. En cuanto al petróleo, su precio sigue lejos de los tres dígitos.
¿A qué se debe esta indiferencia?
Antes de responder, conviene entender por qué la lógica indicaría lo contrario.
Irán, a pesar de las múltiples sanciones impuestas por EE. UU., sigue siendo un actor clave en el mercado mundial del petróleo. En mayo produjo unos 3,4 millones de barriles diarios, de los que exportó alrededor de 1,7 millones. Esto representa el 1,6% de la demanda mundial. A primera vista no parece mucho, pero en un mercado tan sensible, cualquier interrupción de la oferta puede disparar instantáneamente los precios.
La buena noticia es que la OPEP+ planea aumentar su producción a finales de año, y esa cantidad es mayor que las exportaciones de Irán. Por eso, si el petróleo iraní desaparece del mercado, no debería afectar mucho a largo plazo. Otra historia sería si Teherán decidiera cerrar el estrecho de Ormuz, por donde transita alrededor del 20% del petróleo que se consume en el mundo. En ese caso, el impacto podría ser más severo.
Entonces, ¿por qué la calma?
Los mercados parecen confiar en que el conflicto no se recrudecerá, que EE. UU. no se implicará de lleno, o incluso fantasean con un eventual acuerdo entre Washington y Teherán que ponga fin a la tensión. Puede que ocurra. Pero puede que no. La cuestión es que por el momento no se cree que vaya a tener consecuencias negativas a largo plazo. Sin embargo, la realidad suele desmentir los escenarios más complacientes.
Otra cosa es que el panorama general no invite precisamente al optimismo. En la reunión de hoy, lo más probable es que Jerome Powell diga que los cambios dependerán de los datos. Pero a medida que aumenta la tensión geopolítica, no se puede asegurar que el riesgo inflacionista haya desaparecido. A esto hay que añadir las guerras comerciales aún sin resolver y la creciente preocupación por el déficit y la deuda pública de EE. UU.