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La historia de un dueño cariñoso y un Ferrari del 1954 de color rojo cereza, cuya propiedad se disputa mucha gente.

Cuando un excéntrico ingeniero del ejército de Estados Unidos, que trabajó en el Proyecto de Manhattan durante la II Guerra Mundial, compró el chasis quemado de un Ferrari por 2.500 dólares en 1958, no tenía ni idea de que este se convertiría en el coche más disputado del planeta.

Es un coche por el que vale la pena pelear

Ahora, después de 16 años de litigios y demandas de propiedad desde Paraguay a Suiza, el destino del roadster, que el fundador de Victoria’s Secret creía haber comprado el año pasado por 10,7 millones de libras (16,5 millones de dólares), está finalmente pendiente de resolución en un tribunal de Londres. Ferrari fabricó ese año solo cinco modelos 375 Plus y solo quedan cuatro de los símbolos relucientes de la edad de oro de las carreras de autos. El diseñador de moda Ralph Lauren y el multimillonario de las golosinas Giorgio Perfetti tienen dos de ellos.

«Este vehículo, junto a muchos otros, ha entrado en el reino de las bellas artes», ha dicho desde Great Falls, Virginia, Dave Kinney, editor de Hagerty Price Guide para coches clásicos.

El camino hacia el cierre del caso, o de la maldición, del coche de carreras, que alcanza los 280 kilómetros por hora, llega en medio de un aumento del valor de los Ferraris vintage. Un GTO 250 de 1962 se vendió el año pasado en una subasta por 38,1 millones de dólares, el precio más alto de la historia para un coche. El Índice de Ferraris de Hagerty de 13 modelos se ha más que triplicado desde el 2010, con un pico de 5,4 millones de dólares en mayo.

El último propietario indiscutible del 375 Plus con 330 caballos de potencia fue Karl Kleve, el ingeniero del ejército que se convirtió en diseñador, artista, científico visionario en serie y autor de un libro que relacionaba la calvicie con la circulación de la sangre.

Asalto al tráiler

Kleve, que murió en 2003 a la edad de 90 años, le compró la carrocería estropeada del coche al heredero de la fortuna de los pañuelos de papel Kleenex, Jim Kimberly, para añadirlo a su colección. Este permaneció abandonado en un tráiler fuera de su casa cerca de Cincinnati, Ohio, durante tres décadas antes de que lo robaran entre 1985 y 1989, según los documentos del Tribunal. Ahí fue cuando las cosas empezaron a ponerse raras.

Poco después, el coche italiano, o al menos parte de él, apareció en Amberes vía Atlanta, donde había sido adquirido por un comerciante belga. Allí, los inspectores de aduanas confiscaron el coche para determinar a quién pertenecía después de que Kleve hubiera informado del robo, pero las autoridades se pusieron de parte del comerciante. Una vez aclarado, se vendió a otro belga, Jacques Swaters, un distribuidor de Ferraris y ex conductor de coches de carreras por una suma que no se ha revelado.

Sin saber que había sido robado, Swaters, que consideraba a Enzo Ferrari, el difunto fundador de la fábrica de automóviles, como un buen amigo, se pasó años restaurando el coche y su carrocería de aluminio de estilo barchetta para que volviera a correr. En 1999, después de que Kleve alquilara el vehículo y confirmara que le pertenecía con su número de chasis, 0384M, Swaters aceptó pagar 625.000 dólares por quedarse con él.

Un coche importante

«Es un coche por el que vale la pena pelear», dijo el distribuidor de Ferrari en el Reino Unido. «Es un coche importante».

Una década más tarde, después de que Swaters y Kleve murieran, una hija de Swaters presentó una demanda en Ohio argumentando que Kleve había violado el acuerdo de ventas quedándose con algunas partes del coche, según los documentos del Tribunal. A esta demanda de propiedad le siguieron otras dos. Una de una persona que residía en Ohio y la otra de un ciudadano estadounidense que vivía en Suiza.

En el 2013, las cuatro partes acordaron de forma conjunta «acabar con todas las demandas y las reconvenciones» y permitir que Bonhams, una de las casas de subastas más viejas del mundo, vendiera el roadster para poder dividir las ganancias. Y así, el pasado junio, después de una intensa campaña de marketing, fue vendido a Wexner, el multimillonario de la lencería, en una subasta en el histórico Festival de Goodwood de Speed en la campiña británica.

Pero las disputas no acabaron aquí.

El distribuidor paraguayo

Wexner demandó a Bonhams después de la venta, aduciendo que el subastador no le había informado de las disputas de propiedad no resueltas y exigiendo una devolución del total abonado más daños y perjuicios. Bonhams, por su parte, demandó a la hija de Kleve, Kristine, por haber roto supuestamente los términos de su trato de acuerdo antes de la venta.

Y eso no es todo: Bonhams también va a demandar al distribuidor de coches por engaño. El distribuidor, dice la empresa en una demanda, envió una carta tres días antes de la subasta reclamando la propiedad del Ferrari. La casa de subastas, inquieta por evitar que se cancelara la atracción principal del Festival de Goodwood, supuestamente le pagó 2 millones de libras, según los documentos.

Los cuatro litigios relacionados con el roadster en Londres se han unido para que un juez pueda resolver las disputas de una vez por todas. La siguiente vista está prevista para septiembre.

Coste medio de los Ferraris vintage

Los abogados de cada una de las partes implicadas se han negado a hacer comentario alguno o a responder correos electrónicos. Aunque puede que Kleve nunca previera hasta dónde iba a llegar la gente un día para tener su chasis maltrecho de otros tiempos, seguro que compartiría la pasión que hay detrás de esto.

Empezó su colección en 1939 con el Cádillac negro de 16 cilindros de 1936 de su madre, según un obituario del Cincinnati Enquirer. Cuando se robó el Ferrari, la colección era tan grande que sus vecinos habían empezado a quejarse, urgiendo a los tribunales para que le pidieran que dejara libre su patio.

«¿Conoce a alguien en Estados Unidos que esté limitado a tener dos coches?» Le preguntó Kleve al juez en 1990, según el diario. «¿Especialmente alguien que adore los coches? Los coches son mi vida».

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