Thomas Mitchell, quien trabajó en empresas como Google, Apple o Intel, describe el día a día de un experto en tecnología.
Por la mañana
Estás en San Francisco... o donde sea. ¿Silicon Valley está en San Francisco? Sea como fuere, probablemente vivas allí, con los demás locos de la tecnología.
Y, una vez que has conseguido levantarte de tu cama individual, probablemente estés en el autobús. Un autobús corporativo. Además, registras tu asiento en el autobús con tu teléfono, te sientas junto a tu compañero/a y te comunicas con él/ella por teléfono. Se trata de un teléfono que aún no está a la venta al público, porque es una versión algo más delgada que los teléfonos normalmente disponibles para el público. El dispositivo también puede reconocer tu iris.
Tardas en llegar a la oficina menos de lo que te gustaría. Es un edificio de oficinas diseñado para parecerse a un centro recreativo de los '70 que se asienta sobre una pequeña extensión de hierba y donde el sol de California (o de donde sea) te saluda desde el otro lado del cristal. Aunque por fuera parece haber muchísimo cristal, por dentro tan solo hay unas pocas ventanas.
Te ves obligado a tomar café, porque tu supervisora se gastó 10.000 dólares en una máquina de café que puede controlarse mediante una aplicación instalada en tu teléfono. La máquina de café es, además, una de las «áreas sociales» designadas por la empresa donde te ves obligado a hablar con cualquiera que se encuentre allí también por casualidad. Te quejas sobre esta norma a una mujer a la que nunca antes habías visto. Ella sonríe, pero mira por encima de tu hombro mientras hablas.
Te llevas el café a tu mesa. Pero en realidad no es tu mesa, es una «mesa compartida». Y, claro, como te detuviste a hablar con aquella mujer en la máquina de café, ahora solo está libre la mesa compartida del fondo. La que huele a atún... Lo peor es que sigue oliendo a atún, a pesar de los muchos emails que has mandado quejándote por el desagradable olor.
Sacas tu portátil de la mochila, como si se tratase de un monopatín. A pesar de ser decididamente nulo para los deportes, en el fondo te gustaría que fuera un monopatín. O una escopeta, en su defecto. Introduces el ordenador en la estación de conexión. Suena un «clic», como si fuese un chasquido de desaprobación. Pasas diez minutos tratando de conseguir que el monitor de la estación refleje la pantalla del ordenador. No lo consigues. Entonces, abres la aplicación que sea que uses para «programar» y, durante tres horas, pulsas las teclas del cursor desplazándote por interminables líneas de números, de las cuales hay algunas que apenas sabes lo que significan. En cierto punto, tu supervisora te interrumpe para quejarse por lo que le aburre la rutina diaria pero, en realidad, está allí para ver si te has tomado el café de la mañana.
«Rutina diaria sería un buen nombre para una cafetería» dices, pero tu supervisora no te oye.
Te pregunta si vas a jugar con el equipo de sóftbol del departamento, pero le dices que te duele la muñeca.
La hora de la comida
Aunque todos los miembros de la empresa comen en la cantina, la gente importante parece estar siempre al principio de la cola y sentarse en la mejor mesa, la que tiene vistas al párking.
Esperas en el mostrador de la comida caliente durante quince minutos, revisando tu Tinder, esperando que alguien vea lo que estás haciendo y que, por lo tanto, se desanime ante la idea de hablar contigo. La mujer de la máquina de café se encuentra en la barra de ensaladas. Sonríe profundamente mirando a los ojos a un hombre moreno que trabaja en el departamento de ventas. Tiene barba de un par de días y come ensalada de rúcula. Te acaricias el mentón. Te encantaría tener una bonita barba.
Todo lo que queda en la sección de comida caliente es risotto de setas. Odias el risotto de setas, pero comer te da una excusa para estar lejos del portátil. Te sientas junto a un grupo de cuatro personas que no conoces. No te saludan, sino que siguen hablando de la aplicación que uno de ellos se ha descargado hace poco. El usuario introduce cuántas veces al día hace pis, durante cuánto tiempo y el color de la orina y, al final de la semana, esta establece el estado médico probable del usuario y predice la fecha de su muerte. Notas cómo te sale una llaga a medida que te acercas a la boca el risotto calentado en el microondas. La llaga está justo en la punta de la lengua.
Después de comer
Vuelves a tu mesa compartida. Vas por las escaleras, ya que eso cuenta como ejercicio. El resto de compañeros de la oficina ya están en su sitio y te preocupa haber llegado tarde. Sin embargo, no se ve a tu supervisora y abres la aplicación que sea que uses para «programar». Pulsas la tecla del cursor para desplazarte hacia abajo por las interminables filas de números. Te rascas un huevo.
Llega un email. Es de RR. HH. y te recuerda que mañana después del trabajo hay una sesión optativa de formación, en la cual tu ausencia resultaría rara. Trata de salud mental en la industria de la tecnología. Tu aplicación de correo electrónico, sea cual sea, añade automáticamente un recordatorio a tu calendario. A continuación, tu teléfono vibra para confirmar que ha recibido el recordatorio.
Sigues desplazándote por las filas de números. El aire acondicionado zumba. El teléfono de alguien se apaga y se disculpa gritando en medio de la silenciosa sala. En cierto momento, consideras la idea de ir al servicio, pero te preocupa tener que hablar con alguien mientras haces pis. Además, el grupito de la aplicación del pis puede que esté en el servicio y, a lo mejor, les da por anotar el color de tu orina.
Una llamada de vídeo: es tu supervisora. Sonríe. Parece estar en una habitación en alguna parte del mundo mucho más soleada que San Francisco, Silicon Valley, o sea cuál sea el sitio en el que estás. Sin embargo, su oficina está en el pasillo, tan solo un poco más adelante de donde tú te sientas. Solo quiere comprobar si te has tomado un café también después de comer. Mientes y le dices que sí. Su cabeza sale del marco de la llamada mientras consulta un dispositivo electrónico que tú no llegas a ver. Dice que el wi-fi de la máquina de café tiene que haberse caído, porque solo ha registrado un café tuyo en el día y ese fue el de la mañana. Le prometes que irás a por otro café. Te pregunta si has tomado ya una decisión sobre el equipo de sóftbol y murmuras algo sobre tu muñeca.
Por la tarde
El autobús ya está esperando en el párking. En el interior, los auriculares vierten un sonido metálico. Según te sientas, tu asiento emite un chirrido. Ha sonado como un pedo. Miras a tu alrededor para ver si alguien más lo ha oído pero no, todas las cabezas están inclinadas como si rezaran.
Abres Twitter. Tus dedos titubean. Cierras Twitter. El sol ha empezado a ponerse y el autobús sale del párking. Ves que el conductor te mira a través del retrovisor, pero entonces aparta la mirada.