La Unión Europea ampara un compromiso que reduce en medio grado el incremento máximo de la temperatura pero que se olvida del fin del uso de combustibles fósiles en 2050.
Los negociadores políticos del acuerdo sobre cambio climático que se ultima en la cumbre de París (COP21) están dispuestos a eliminar del texto elementos muy espinosos como la desaparición de los combustibles fósiles a cambio de firmar un objetivo común de calentamiento máximo de la Tierra, según han contado fuentes próximas a las conversaciones. Las mismas fuentes han explicado que el deseo de la Unión Europea por sacar adelante un compromiso ha hecho que se acepte la idea de los países productores de petróleo de rebajar el tope del calentamiento, a cambio de sacar del texto las referencias a la descarbonización de las industrias y el final de la extracción de combustibles fósiles.
Los discursos oficiales al comienzo de la cumbre pedían un incremento de la temperatura global de, como mucho, 2ºC en el año 2100 respecto a los registros preindustriales. Sin embargo, algunas partes y desde hacía algún tiempo pedían que se llegara a exigir 1,5ºC. Al parecer, esa idea es la que ha servido a los países productores para poner sus cartas sobre la mesa.
Así que en apenas las 48 horas de reuniones de este lunes y martes, países con grandes industrias fósiles han ofrecido firmar un acuerdo que incluya horizonte a largo plazo del tope en 1,5 grados para que se retire de la mesa la «descarbonización» prevista para el año 2050 o 2100. Eso supone renunciar a producir energía a base de quemar combustibles como el petróleo, el carbón o el gas.
«Es incoherente que se coloque un horizonte lejano como el de 1,5ºC si luego las medidas que se adoptan van por otro camino. Si no se descabonifica, ¿cómo se va a conseguir ese objetivo al final del siglo?» reflexiona el portavoz de Equo en el Parlamento Europeo Florent Marcellesi.
Si una cosa está teniendo la COP21 es que ha obligado a países que tradicionalmente miraban de reojo estas cumbres a acudir a presentar y defender sus posiciones. No les ha bastado con ignorar el encuentro. Venezuela o Arabia Saudí, grandes productores de petróleo, son dos ejemplos de ello. Esgrimen como argumento la «neutralidad energética», que entiende que «ninguna fuente de energía es buena o mala por sí misma» y que hay maneras de hacer que las fuentes de energía sucia no influyan el balance de emisiones de gases mediante la captura de CO2 (tanto natural con los bosques y océanos como tecnológica) o la compras de emisiones a las industrias que contengan su volumen de contaminación.
Con esos mimbres, se evaporan algunos de los pilares que habían llegado a París a cambio de ofrecer un discurso de mayor contención del calentamiento global y, por tanto, de mitigación del cambio climático. Alejandro González, coordinador de la organización Amigos de la Tierra, ha asegurado que «parece que el acuerdo está encaminándose al límite del grado y medio de temperatura, en vez de los 2ºC. Sin embargo parece que ese objetivo se reflejará en el texto a cambio de renunciar a los mecanismos necesarios para contener el calentamiento, como la descarbonización. El 1,5ºC sin las herramientas oportunas para que la temperatura se mantenga por debajo resulta una declaración de intenciones sin compromiso».
La incoherencia de la que hablaba Marcellesi se refiere a que la propia ONU ha indicado que el intento de mantener el calentamiento global en los 2ºC precisaba que hasta dos tercios de las reservas de combustibles fósiles que todavía están intactas deberían quedarse en el subsuelo para no terminar convertidas en emisiones de gases de efecto invernadero al utilizarse en la producción de energía.
Los que han estado al cabo de la negociación cuentan que esta fórmula ha sido amparada e impulsada especialmente por la Unión Europea que ha aglutinado a «más de cien estados». Para sacarla adelante, también se ha trabajado en habilitar un sistema flexible a la hora de convertir los compromisos en legalmente vinculante. Sin ir más lejos, EE. UU. se adhiere a la obligatoriedad de los mecanismos de revisión y evaluación del acuerdo pero no respecto a los niveles de emisiones (que haría que tuviera que pasar por una votación en las cámaras legislativas de incierto resultado). El propio secretario de Estado John Kerry «ha estado supervisando eso», han contado los técnicos cercanos a las mesas de negociación. Con EE. UU. dentro del convenio, la cosa tiene mejor cartel que en Kioto donde, tras la firma del presidente Clinton, el protocolo nunca fue ratificado.